El equipo económico muestra los resultados financieros de las últimas semanas y se ríe con sorna de los críticos. El Gobierno parece convencido de que septiembre y octubre marcaron un punto de inflexión en la relación con el mercado. Caputo y compañía piensan que ahora los inversores creen en el programa macroeconómico, en la continuidad del ajuste fiscal y en las bondades de aplicar una política monetaria ultra contractiva para encorsetar la inflación. El nivel de empatía con la crisis de ingresos que sufre la población se acerca a cero.

El auto convencimiento del equipo económico en el rumbo “imparable” de la Argentina parece absoluto y alcanzó un punto álgido la semana pasada. Se volvieron a escuchar declaraciones que habían quedado en el cajón de los recuerdos a mitad de año, cuando el riesgo país, el dólar y los datos de inflación le seguían generando dolores de cabeza al gobierno.

Milei reafirmó ante los empresarios que sus objetivos de dolarización y cierre del Banco Central siguen inalterados. Su misión es que los argentinos se manejen en el día a día con dólares y que la autoridad monetaria no tenga razón de ser (al punto de cerrar sus puertas).

Estas declaraciones no fueron implícitas ni a medias tintas. “En la medida que avance la dolarización endógena y que se empiecen a hacer transacciones en dólares libremente, vamos a estar en condiciones de cerrar el Banco Central y que los políticos nunca más usen el impuesto inflacionario”, dijo.

La visión de optimismo y euforia del gobierno se refleja también en algunos de los informes de las consultoras con más llegada a los inversores. Se empieza a plantear que el mercado ahora “la ve”, que el superávit fiscal llegó para quedarse en el largo plazo y que la posibilidad de volver a colocar deuda del mercado está cerca (y no podría descartarse que ocurra el próximo año).

Uno de los últimos reportes de la consultora 1816 plantea lo siguiente. “En septiembre aparecieron los dólares por un blanqueo que superó las expectativas y por el auge de las colocaciones de bonos corporativos”.

Agregó que “el mercado la empezó a ver y el contado con liquidación (en términos reales) llegó a su nivel más bajo en años de controles cambiarios y los bonos subieron 20 por ciento en menos de mes y medio”.

El documento plantea un horizonte despejado para los próximos años. “Con la información que existe hoy es imposible no ser más constructivos que hace 30 días con el caso de inversión de Argentina. El rally (de los activos bursátiles) está bien fundamentado”.

Cuando se escuchan las declaraciones del gobierno o de los economistas que alimentan con análisis de coyuntura a los inversores, el mundo parece color de rosas para la Argentina. La conclusión es que el país está listo para despegar en los próximos años y recuperar su brillo a fuerza de nuevas inversiones, la macro ordenada y un crecimiento sostenido.

Sin embargo, la práctica enseña que escuchar a un equipo económico super optimista o a los consultores del mercado eufóricos con las subas de los bonos es un error garrafal para intentar pensar lo que viene. La Argentina sigue sin reservas, el mundo no parece interesado en financiarlo y, sobre todas las cosas, el nivel de tolerancia social no es infinito.

En ninguno de los análisis del equipo económico aparece la variable económica más importante: la distribución. La idiosincrasia argentina necesita que el mercado interno se mueva, que el consumo se mueva. En la medida en que esto no ocurra, no hay posibilidad de que las risas del mercado se sostengan. Más temprano que tarde la falta de empatía social termina pasando la factura.

La población se desgastó notablemente con la inflación de los últimos años y se escucharon los cantos de sirena de las políticas ultraconservadoras. Parafraseando a García Linera, se aceptaron las promesas de que las medidas de ajuste iban a frenar los precios y recomponer las certezas sobre el futuro. Sin embargo, en la medida que los ingresos no se recuperan y que la demanda sigue cuesta abajo, los cantos de sirena se vuelven insostenibles.