Que un niño disfrute con cierta clase de literatura que, incluso, puede estar por encima de sus aparentes capacidades intelectuales, no debería resultar asombroso. Tampoco que esos libros sean como un puente tendido donde, vistos desde la altura de sus once años de edad, la comprensión y el entendimiento sean apenas piedras limadas por ríos cruzados, obstáculos sin amenazas para poder llegar al refugio donde la imaginación no es otra cosa que una palabra clave para poder acceder a lo más íntimo e inefable. Lo extraño, lo verdaderamente asombroso es que ese niño llamado Lázaro comparta su bitácora leyendo para los demás como una especie de ofrenda y se conjugue en su voz una gran variedad de colores creados por instrumentos musicales imposibles. Sobre todo, si ese niño tiene algún grado de dificultad para comunicarse con los demás, acaso como un ser que no pertenece del todo a este mundo.
“Es un misterio, pero cuando leo, los libros me hablan. Si la gente me dice algo, me cuesta entender, me cuesta contestar. Pero cuando un libro me habla, todo se acomoda: lo que pasa ahí adentro me pasa también a mí, acá adentro”, piensa Lázaro. Hay por lo menos dos diferencias cuando de leer en voz alta se trata. Las dos caras de una misma moneda; sólo que hay una tercera: la que termina de configurarse en un instante tan exacto como efímero, en un descuido de la realidad, la tercera cara termina de configurarse mientras la moneda gira en el aire. Y sobre esta magia sin trucos de ilusionista radica Nuestro propio cielo, la nueva novela de Ezequiel Dellutri.
“En Nuestro propio cielo, la primera imagen que tuve fue la de un niño que le lee a un escritor ciego. Pero después, son las decisiones narrativas las que construyen el resto de la historia, las que amplían las posibilidades de esa escena inicial” dice Ezequiel Dellutri, escritor y profesor de Lengua y Literatura, reconocido promotor de lecturas. En 2018 obtuvo el premio Norma por Koi, su primera novela juvenil, también seleccionada para integrar el prestigioso catálogo White Ravens. En dos oportunidades ganó el premio Destacados de Alija a la mejor novela infantil por Minotauro en zapatillas(2019) y por Mamerto mío (2022).
“Nuestro propio cielo me planteó en primer lugar, ¿cómo contar desde la voz de un niño? A priori, podría parecer una restricción, pero, en realidad, es la posibilidad de eludir el lenguaje adulto, de recuperar lo lúdico de la escritura. Hablar, debería decirte escribir, pero me sale hablar, desde la voz de Lázaro es ver por primera vez las palabras. Hay un poder en el lenguaje que se pierde con la frecuentación; el lenguaje que se desgasta. Pero Lázaro recién comienza su exploración y hay un asombro lleno de vida en su relación con las palabras”.
En relación a la etiqueta que pesa sobre la denominada literatura juvenil, Ezequiel Dellutri dice que le gusta la idea de pensar un libro sin edades. Como autor de literatura infantil y juvenil, reconoce que los libros tienen una edad de ingreso. “Mi pelea, mi lucha, es contra la edad de salida: yo no escribo un libro para que sea lea entre los 11 y los 12 años. Escribo un libro que se lea a partir de los 11 años y de ahí, en adelante, sin limitaciones. Uno de mis grandes orgullos es ser el primer paso en el camino lector de algunas personas; jamás renegaría de eso, porque significa ser parte de un proceso que, en mi vida, ha marcado una diferencia sustancial, ha mantenido mi cabeza activa aun en contextos de mucha cerrazón, de mucho dogmatismo. Pero también me gusta pensar que tengo algo para darle al lector adulto, a ese lector desprejuiciado que se anima a buscar la emoción en la lectura, que busca, como busco yo con desesperación, volver a leer con la pasión y el convencimiento de un niño”.
Y en el caso de Nuestro propio cielo, el escritor a quien Lázaro va a pasar tardes enteras leyéndole, no es otro que Jorge Luís Borges. “La otra gran dificultad estaba en la voz de Borges, en descubrir cómo hablaba, qué estructuras usaba, qué modismos repetía” dice Dellutri “Borges era muy consciente del lenguaje y de la construcción de su oralidad. Entonces, reproducir su voz es un deleite, porque está llena de giros, de retruques y de vueltas que no son casuales, que responden a una manera muy claramente delimitada de hablar y de relacionarse con su receptor, al que jamás olvida: Borges monologaba, pero incluía al otro en ese monólogo, de manera tal que siempre parecía una conversación entre pares, aunque no lo fuera. Por otro lado, en Borges hay una construcción de la erudición a partir no tanto del conocimiento, como del lenguaje: la forma es lo que genera la sensación de conocimiento. No es tan importante si Borges sabía o no sabía, lo importante es que parecía saberlo todo; lo que ignoraba, merecía ser ignorado. Todo ese mecanismo tan ingenioso se desarma si lo enfrentás a un niño. Por eso puedo intentar llegar al fondo del personaje, porque la sola presencia de Lázaro obliga al escritor a salir de la cáscara. ¡Por supuesto que mi Borges es una recreación muy mía! Un juego en el que potencié lo que más me gusta de Borges, traté de explicar sus contradicciones y eludí lo que no logro comprender de su figura”.
En Nuestro propio cielo, escrito en breves fragmentos que se van a ir hilando lentamente, a partir de la concepción de la importancia que tienen los primeros vínculos durante la infancia, se revela el misterio en la manera en la que nos relacionamos con ese otro que es una isla rodeada, además, por sus propios océanos. El mar de las distancias interpersonales no se navega con simpleza. Lázaro y el escritor deben construir un vínculo y todo vínculo conlleva la posibilidad, terriblemente cierta, de la ausencia. ¿Cómo aborda la ausencia un niño y cómo la aborda un adulto? ¿Cuáles son los puntos en común y cuáles, las diferencias? La madre de Lázaro ha fallecido recientemente y el tema de la paternidad surge como un vínculo atravesado por el miedo y la angustia. Y eso es precisamente lo que lo vuelve tan profundo y vital: al dejar de lado lo instintivo, lo reproductivo, debemos resignificarlo. El padre de Lázaro tiene sus luchas, luchas que no siempre puede ocultar. Es rústico, pero no insensible. No es un hombre duro y a pesar de los golpes de la vida, de la falta de educación, de las pérdidas, sigue sintiendo. Hay un caminar la vida y hay también un arrastrarse, sobrevivir apenas.
¿Qué te sostiene cuando toca arrastrarse? Lo que nos sostiene no es la certeza, sino la metáfora, la imaginación: el poder soñar con el propio cielo. Porque no recordamos años sino momentos, o dicho en palabras de Ricardo Piglia cuando afirmó aquello de que hay hechos decisivos a los que llamaría contratiempos, porque producen marchas y contramarchas en la temporalidad personal. Quizá haya algo de diario oculto en la estructura de Nuestro propio cielo. Un diario que será leído por un Lázaro adulto algún día, quizá cuando tenga miedo de madurar un centímetro hacia el lado equivocado, es decir traicionarse. Nuestro propio cielo es una extraordinaria novela que no refiere al fin de la infancia, sino a cómo recuperar lo más esencial de nuestra propia mitología.