“Sobrevivientes de una sociedad que los expulsa, se amparan en su isla sin memoria”, dice la sinopsis. Y agrega: “Lulú, en su intento de construir un futuro, se hace preguntas”. La información es precisa, ¿para qué más? Basta con referir al grupo actoral: Gustavo Guirado, Laura Copello y Sabrina Marinozzi; bajo la dirección de Ricardo Arias y Javier Palomino. Lulú o las preguntas es el estreno reciente de Teatro de la Manzana (San Juan 1950), con nueva función hoy a las 21 y continuidad prevista para los viernes de noviembre. “A veces no me gusta dar mucha información, para generar también un poco de expectativa. La dramaturgia es propia, y la temática tiene que ver con la relación entre adultos y una joven, en un contexto totalmente marginal”, comenta Ricardo Arias a Rosario/12.

“Hay muchas cosas de la obra que están sugeridas y no explícitas, y es lo que a mí me gusta, porque la hace también más interesante. No se aclaran nombres, relaciones o vínculos, más allá de que estos estén y de que es por eso que surgen las preguntas. En algunos aspectos de manera más directa y en otros de forma indirecta, la obra aborda algo bastante actual, respecto de la disgregación social y la marginalidad, con preguntas que hacen a la identidad y a los vínculos”, continúa el director.

-De igual modo con esa isla sugerida, tan cierta como metafórica.

-El lugar sugerido es un lugar marginal, que podría ser un pueblo, un barrio o un casco de estancia, en función sobre todo de referir algo, que hace a los vínculos sociales, y relacionados con la pirámide social. Son cuestiones que tienen que ver con la clase, pero no se explicitan. Es una obra que me gusta hacer porque no pretende tener, en ningún sentido, un aspecto, si se quiere, pedagógico, y en cuyos personajes no hay culpa. Me resulta interesante pensarlo de ese modo.

-Y aparece la relación o discusión generacional, ¿no?

-Aparecen gran parte de los vínculos, pero a partir de la negación de la relación: yo no soy tu padre, yo no soy tu madre, ésta no es tu casa. Cosas que uno ha escuchado mil veces y que nos constituyen, pero por la negativa. En algunos casos es tremendo, dramático, que sea así.

-¿Cómo fue el trabajo de la puesta en escena, con Javier Palomino y los actores?

-Con Gustavo y con Laura hace muchísimos años que trabajamos juntos, también con Sabrina, que además fue mi alumna en la Escuela de Teatro; somos un grupo de personas que nos conocemos mucho, lo mismo con Javier Palomino, Sofía Colusi (Asistencia de Dirección) y Carlos Verratti (Diseño Gráfico). Venimos trabajando desde hace mucho tiempo juntos. Y a la dramaturgia la construimos pensando, fundamentalmente, en situaciones que devenían de una especie de Lulú arquetípica, vinculada a las “Lulú”, tanto la de (Frank) Wedekind como las de las películas; pero traída a Santa Fe, a nuestra realidad. En ese sentido, fuimos trabajando a partir de situaciones y escenas puntuales, muy concretas, que se fueron articulando en un espacio que para mí remite muchos a otras obras que he hecho, como Mujeres Oscuras, de las primeras que hice, hace treinta años atrás, donde también trabajaban Gustavo y Laura, y en donde un poco se rompía la cuestión de la cuarta pared, la del espacio escénico tradicional y frontal. Acá también sucede eso, hay varias convenciones teatrales que prácticamente borramos; o sea, no hay puesta en escena, por ejemplo, en cuanto a las luces. En broma, decíamos que es una obra más de teatro pobre o indigente (risas), en el sentido de que tratamos de sacar inclusive esas cosas que son constitutivas de lo teatral, para quedarnos con la actuación y los elementos mínimos, desde una producción elemental básica, mínima.

-Es también apelar a los recursos válidos, aquellos sin los cuales la obra no sería.

-Si bien el teatro pobre remite mucho a Grotowski, algo que todos en algún momento nos pusimos como faro o intentamos transitar, es algo que digo de verdad, porque lo que hacemos es casi indigente. No quiere decir que yo sea indigente, para nada, sino que lo hacemos en un marco no de carencia sino por elección, en donde elijo quedarme con eso que para mí es, si bien no me gusta la palabra, fundamental. Y pasa por algo a lo que yo le doy valor, y que es lo relacional, lo humano y lo vincular. Se trata de llevar adelante un trabajo con personas que para mí son entrañables, en el sentido de decir que son cuasi familia. Viste que hubo familias de actores que vagaban, deambulaban, se casaban entre ellos y tenían hijos a los que criaban en común; sería una cosa más o menos así, nada más que nosotros estamos acá, no nos vamos, y persistimos en quedarnos en Rosario. Creo que la obra también habla un poco de eso, tiene varios focos en relación a la cuestión de la identidad, en una sociedad que se disgrega, donde la familia ya no tiene las mismas relaciones y vínculos que tenía, pero que a su vez son fundamentales para poder vivir, para poder llevar una vida en sociedad. Son cuestiones que hay que volver a destacar.