Entre las múltiples virtudes necesarias para mantener con vida a una banda, hay una que resulta esencial: el hambre de escenario. No hacen falta muchos conocimientos técnicos para saber que los estudios de grabación obran milagros y la composición a veces se limita al uso rutinario de ciertas herramientas. Pero cuando hay que salir al ruedo no hay manera de caretearla. 

En la noche del jueves en Groove, The Mission demostró tener mucha vida, y salió a comerse el escenario. Desató una tormenta eléctrica de casi dos horas que para muchos de los presentes superó incluso a su show del año pasado en Vorterix (que puede ser disfrutado en Spotify). Fue desgranando sin piedad las que todos querían escuchar y lanzó algunas sorpresas de regalo, como las revisitas a Neil Young en "Like a Hurricane" y Depeche Mode en "Never Let Me Down Again". Contra todo prejuicio con respecto a una banda señera de la darkosidad ochentosa, ofreció una versión actualizada y recargada de sí misma que nada tuvo que ver con la repetición calculada o rutinaria de un grupo que, con sus pausas, lleva casi 40 años de carrera.

Es que el otro punto importante para una banda veterana es tener con qué. Y ahí es donde entra el asombro: a los 66 años, Wayne Hussey encara el micrófono y hace gala de la misma, profunda voz que caracteriza a sus canciones. Ya no es el muchacho pelilargo y misterioso de entonces, carga con orgullo su cabellera blanca y su apostura de sobreviviente de unas cuantas batallas. Y entonces abre el fuego con el clásico "Wasteland" -celebrado con papel picado por un grupito de fans ingleses que los sigue a todas partes-, y la voz intacta que sale de los parlantes propone un viaje al pasado, pero lo que suena es puro presente. Y para cuando liquidan la faena con "Tower of Strength" sigue cantando como si nada, capaz si quisiera de seguir y seguir.

Pero aunque la performance de Hussey sea magnética -el inicio de los bises en solitario con la acústica "Love me to Death" fue una exquisitez-, no hay que quitarle méritos a los otros pilares. Uno de los secretos de The Mission descansa en la dinámica de sus guitarras, que llena las canciones de matices. Las 12 cuerdas con caja de Wayne ya ofrecen una paleta riquísima, pero a su lado está Simon Hinkler -que supo estar en los albores de Pulp-, especialista en tensiones sonoras, contrapuntos y pinceladas de buen gusto sin aspavientos. Entre ambos fueron construyendo redes delicadas o furiosas, pasándose la pelota cuando era necesario o combinándose para ataques sónicos demoledores. Y por supuesto Craig Adams, bajista cofundador que, junto al baterista Alex Baum, le dio forma a esa base monolítica que es también sello identitario de los muchachos de Leeds.

Pero claro, está la materia prima esencial de todo el asunto. Y The Mission tiene canciones para hacer algo más que defenderse del prejuicio. Con buen tino, el debut God's Own Medicine fue el disco más visitado, y de allí salieron algunos de los segmentos más disfrutables y disfrutados del show. "Garden of Delight", que en el original es un momento climático con cortinaje de violines, se reformuló hace tiempo ya como otra cabalgata arrasadora. "Severina" fue iniciando los pasos de despedida y volvió a desatar a un público ya entregado pero todavía capaz de seguir agitando. "Stay With Me", el romance hecho épica, desató otro ida y vuelta entre escenario y platea.

Y si con aquel primer disco no alcanzaba, Hussey y compañía tuvieron otros ases para mostrar. Cosas como "Butterfly on a Wheel", engañosamente pop hasta que el cantante se desgarra con eso de "el amor rompe las alas de una mariposa..." y todo recobra ese querido aire maldito de la muchachada de breto negro surgida al calor del pospunk. "Beyond The Pale", aquella apertura de Children, fue un adecuado segundo paso después de "Wasteland". Y "Deliverance", cierre antes de la primera tanda de bises, hizo enrojecer las gargantas de todos... menos la de Wayne.

El show porteño dejó más que claro, entonces, qué mantiene con vida a The Mission. Qué es lo que evita la caricatura, el riesgo más cercano en una propuesta con tantos años de historia. Y si la impecable performance del cuarteto no era argumento suficiente, para los que llegaron temprano hubo una muestra de que no siempre alcanza con tener ganas de tocar: con todas sus buenas intenciones, lo de Christian Death fue un aperitivo lavado, un recorrido de lugares comunes en el que el guitarrista y cantante alemán Valor Kand y la bajista y cantante holandesa Maitri pusieron en juego su impactante presencia escénica pero poco de real sustancia musical. Al cabo ellos, y los interesantes representantes locales Inazulina, fueron las estaciones previas a una ceremonia en la que la nostalgia corrió exclusivamente por cuenta de quienes con cada canción recrearon momentos de su vida. Para The Mission, su historia es apenas la materia prima de la cual extraer los sonidos de un presente indudable, indiscutiblemente vivo.