“¿Te sirve algo de todo esto?” se escucha en off la voz de una chica que le pregunta a quien parece estar empuñando la cámara. Lo que vemos es una imagen de una calle normal, en una noche cualquiera, en un barrio periférico de alguna ciudad latinoamericana; pronto entenderemos que es Colombia. Segundos atrás, un hombre se paró frente a la cámara y pidió monedas. Al no recibir nada, se dio la vuelta y se alejó. La voz del camarógrafo responde que sí, que lo que está pasando está bueno. Más tarde, la misma voz de la chica pregunta de nuevo mientras vemos la imagen de una monja: “¿Vos estás filmando otra vez?” Una y otra vez, escuchamos una voz que le impone un límite lingüístico, un corte, a esa enorme masa visual que presiona por aparecer en la pantalla: ¿Otra vez estás filmando?

Es curioso ese afán de contarlo todo, viniendo de un director que comenzó su carrera como cortometrajista y ha obtenido numerosos premios y reconocimientos. Yo y Maru (2013), la ópera prima de Juan Renau, fue premiada como mejor cortometraje nacional en el Bafici, y recientemente su último trabajo, Animales de compañía (2023), recibió el mismo galardón en el último festival de Mar del Plata. Por eso, una película que se sostiene en la mirada parecía lo contrario a esos artefactos perfectos y experimentales que compone en sus cortos. “Empecé a estudiar cine porque me pareció que me iba a dar un trabajo”, dice Juan Renau. “Yo venía de estudiar música en el secundario, te diría que me la pasaba con la guitarra, y lo que más me gustaba era leer. Pero también el trabajo era importante para mí; quería algo que me permitiera trabajar y hacer algo creativo, y me pareció que el cine me lo podía dar”. Renau comenzó a trabajar en publicidad. Le gustó ese mundo, pero no por el contacto con la fama, sino por la posibilidad de estar en movimiento, conocer otros ambientes y vincularse con mundos ajenos al suyo. Estudió en la FADU, pero no fue hasta que ingresó al Programa de Artistas del Di Tella y, más tarde, al CIA de Roberto Jacoby que Renau sintió que podía hacer algo creativo con la cámara, más allá de un trabajo concreto.

"Partes del todo", de Juan Renau

Y esos dos mundos también están presentes en Partes del todo: el trabajo y la mirada poética, distante, suspendida, que emana de esa experiencia. La película, cuenta Renau, tuvo tres instancias. El origen reside en una ruptura amorosa y se extiende hacia otra relación, la que Juan Renau mantuvo durante algunos años con la escritora y actriz Camila Fabbri. Ambos comenzaron una colaboración artística que se entrelazó con su vida amorosa; arte y vida se fueron mezclando a medida que avanzaba su vínculo. En algunos momentos, Renau le proponía escenas, situaciones y distintas indicaciones para que esa película esquiva que tenía en mente comenzara a tomar forma. “Empezamos a armar escenitas y a filmarla en situaciones familiares o muy cotidianas de nosotros dos. Siempre hubo cierto grado de conciencia en donde ella sabía que tenía o que iba a suceder algo para la película. Yo tenía esa manía de irme de vacaciones y llevarme la cámara. Nos íbamos a la costa y prendía la cámara. Estaba todo el tiempo pensando en cosas para filmar”. La figura de Fabbri empezó a ganar relevancia frente a la cámara, hasta que una nueva ruptura impuso, podríamos decir en términos cinematográficos, un corte. Cortar y pegar es dar sentido a dos imágenes. Pero, ¿qué hacer cuando el corte pone al borde del abismo la continuidad del relato?

No fue hasta la aparición de Agustín Godoy, guionista y director, y Eugenia Campos Guevara, productora y montajista, ambos de la productora Gentil Cine, que encontró la película que ahora se estrena en el cine Cacodelphia. En ese momento, cuenta Renau, el eje cambió. Campos Guevara y Godoy le propusieron abrir el juego hacia otros territorios, alejándose de los dos vínculos amorosos, para entretejer la mirada de un camarógrafo en movimiento y en trance que todo lo ve y todo lo narra. “La película se hizo, me atrevo a decir, de a tres, junto con Eugenia y Godoy. Partió de repensar el material que yo había generado en todo este tiempo, casi como si se tratara de una excavación arqueológica de la imagen. Empezamos a revisar todo mi archivo, en donde había trabajos, proyectos laterales a la película, cortos o intentos de otros cortos, o proyectos de documental que por algún motivo no prosperaron, pero que, si los veíamos desde el prisma de la película, encontrábamos algo que podía servir para narrar la historia”.

Camila Fabbri en "Partes del todo"

Renau ha trabajado también como director de fotografía para otros directores, como Andrés Di Tella en Ficción privada (2019), Manuel Abramovich en Solar (2016), y recientemente con el escritor Matías Capelli en Recordá esto (2024). La impronta personal en esas películas prevalece. Quizás porque la cámara es para Renau, lector voraz, una forma de escribir con imágenes; no solo de registrar sino de narrar. Partes del todo se articula como un diario de filmación en el que vemos ese otro lado de lo que mira un camarógrafo cuando no le dicen qué debe mirar. Muchas de las imágenes de su archivo son "robadas" de otros trabajos, como cuando Renau trabajaba en política, en campañas de distintos dirigentes. Lo que vemos es justamente la trastienda verité de la política: los que trabajan alrededor, los que esperan, el tiempo que se estira y que, gracias a la mirada de Renau, se vuelve permeable para ser montado en una película. Pero Partes del todo es más; porque en su afán de contar vínculos, trabajos y lugares, logra anudar, casi de rebote, algo que muchas películas se endilgan sin lograrlo: capturar la fugacidad de una época, el momento de tránsito de una generación.

Una vieja lección de cine dice que la cámara debe estar donde uno quiera que el espectador mire. Dirigir es direccionar la mirada del otro. Pero colocar la cámara es mucho más que un ejercicio de manipulación narrativa; también es una forma de expresar una visión del mundo. La gran pregunta de todo documentalista es: ¿qué sucede cuando el mundo es tan vasto y ajeno que no alcanza, tan extenso que excede el límite natural del encuadre? Si elegir es narrar, ¿por qué no atreverse a contarlo todo? Pocas películas argentinas recientes, como Partes del todo, se aferran con sensibilidad, destreza y vitalidad, de manera tan firme a esa convicción: que el acto de mirar es suficiente para narrar y que, para poder hacer una película, es necesario volver al estadio cero. Detener la vorágine informativa, el caos visual y sonoro, y observar por una hora y diez minutos lo que pasa en una pantalla.




Partes del todo se estrena hoy en el Cine Arte Cacodelphia, Roque Saenz Peña 1150. A las 19.