Sobre el final de la saga de Harry Potter aparece un objeto mágico que resulta un engranaje clave de la trama: un pensadero. Se trata de un plato sopero flotante, cuya particularidad es que puede almacenar todos los recuerdos e ideas que una persona ya no quiere alojar en su mente, basta con tocarse la sien con una varita mágica, extraer el pensamiento elegido y listo. En ese universo fantástico, esos recuerdos y esas imágenes que salen de las cabezas de sus portadores aparecen en el mundo físico como estelas amorfas de color gris ocuro. Es probable que Emmanuel Franco no tenga la habilidad de extraer recuerdos de su cerebro, pero tiene la habilidad de dibujar. También tiene a mano tinta y papel, dos cosas que pueden reemplazar sin problemas a una varita y a un pensadero. Todos los dibujos que componen Hilos tristes, su actual exhibición en la galería Selvanegra, parecen fragmentos de recuerdos y experiencias que habitaron durante mucho tiempo en la cabeza de este artista y que recién ahora, que aparecieron en estas hojas-pensadero, pueden ser espiados por otras personas.
Los dibujos de Emmanuel Franco son completamente misteriosos y ambiguos. No hay nada en ellos que remita a una narración clara: no se refieren a una situación en particular, ni tampoco son cien por ciento figurativos. Si realmente son recuerdos deformados que algunas vez estuvieron en su cabeza, en el traspaso al mundo material se transformaron en otra cosa que solo ofrecen pocas certezas; son pura incertidumbre dibujada. En este sentido, este artista aparece como un especialista del engaño y en cada hoja se muestran y se ocultan cosas al mismo tiempo. No hay repetición, ni lógica en las obras que componen esta exhibición; cada una es única en su especie, son imágenes descontextualizadas. Cada dibujo encierra un misterio, no muestran un escenario conocido, ni tienen un horizonte a la vista, ni un suelo firme sobre el cual pisar. Las figuras –o los personajes o monstruos– que aparecen en los dibujos de Emmanuel están atrapados en un gran no lugar, en una dimensión paralela que tiene un tiempo otro, diferente al del mundo terrenal. No existen en un paisaje específico, o en una ciudad determinada. No viven en Buenos Aires, ni en Ciudad Gótica; sólo en una hoja de papel blanco.
Así como no se sabe dónde están los monstruos que aparecen en los dibujos, tampoco queda del todo claro qué están haciendo. Quizás, simplemente están existiendo –existir lleva mucho esfuerzo, aunque no parezca–. No hay acción en los dibujos de Emmanuel, cada uno de ellos es un retrato de un monstruo específico. Algunos tienen múltiples cabezas, otros varios pares de ojos. Quizás la única característica que comparten es que tienen cuerpos deformes y están llenos de curvas. No son rígidos, sino más bien blandos, hechos a partir de un sinfín de líneas delgadas, una encima de la otra. Miles de trazos sutiles son los que le dan vida a estos seres. Los monstruos no tienen un contorno y un relleno, tienen pequeñas rayitas que se superponen –la evidencia de la obsesión, de lo inevitable–. Emmanuel Franco dibuja porque no lo puede evitar, porque no sabe cómo ni dónde parar. Es como si se le cayera la mano sobre el papel una y mil veces, casi como un acto involuntario.
¿Puede un dibujo, o cualquier otra obra, contener una emoción? ¿Se puede transformar algo intangible en algo tangible, es decir, en un objeto que al menos se pueda colgar de una pared? Estos trece dibujos que componen esta muestra tienen guardada una angustia, o al menos las expresiones de los monstruos que contienen. Pero decir que solo “hablan” de eso sería un poco reduccionista y también mezquino porque algunos de los rostros que se ven en esta exhibición parecen estar contentos, o disfrutando de la picardía que están haciendo en el papel que usan de hábitat. Hay muchas emociones diferentes conviviendo en cada uno de estos dibujos que son, por momentos, una jarra loca de sentimientos. En todo caso, si lo que abunda es la tristeza, lo que parece estar señalando Franco es que no está del todo mal sentirse así. Su obra no es una crítica a la angustia, sino más bien todo lo contrario. Al imperativo de ser feliz que inunda las redes sociales y la vida cotidiana, Emmanuel le da la espalda y comparte con quienes quieran su pensadero lleno de temores y fobias.
Cuando este artista se harta del ruido de la ciudad, se escapa hacia este otro mundo que –quizás a pesar suyo– está repleto de fantasmas oscuros y miedos mal enterrados. Tomar esa decisión, visitar esos sótanos, es también un gesto de valentía porque lo que cualquier persona haría sería salir corriendo de cualquier lugar que esté lleno de fantasmas. Pero Emmanuel Franco no huye de allí, se queda y dibuja lo que aparece. Combate a los monstruos con un poquito de tinta y otro poco de papel. El dibujo, entonces, es una manera de convivir con esa oscuridad, una tregua con el malestar.
Hilos tristes es apenas una insinuación del universo de Franco, que parece ser muy amplio y extenso, casi infinito –como lo es cualquier fantasía–. Es una pequeña caja que, en esta oportunidad, sólo guarda trece imágenes de estos seres oscuros, pero que en otra oportunidad podría contener miles más, con otras formas, cuerpos, emociones y expresiones. Dicho de otro modo, Hilos tristes es una caja de monstruos.
Hilos tristes se puede visitar de miércoles a viernes, de 15 a 19.30, en la galería Selvanegra, Av. Córdoba 433. Hasta el viernes 29 de noviembre. Gratis.