Teníamos 15 años. Con mi amigo Mariano caminábamos de noche, un día de semana, por Av. Corrientes, deambulábamos fumados sin rumbo fijo. Andábamos mucho juntos, el año anterior habíamos entrado al Instituto Vocacional de Arte, después de súplicas y muestras de una motivación desbordante, ya que nos habíamos querido inscribir ya cerrada la inscripción. Pero lo logramos, incentivados por los relatos que ese verano nos contara nuestra amiga Mayra sobre lo que allí sucedía, insistiéndonos que ese era un lugar para nosotros. Y así era, se nos había abierto el portal a una nueva dimensión, la del arte, y nos expandíamos y transformábamos en ese espacio distinto, con ribetes mágicos, deslumbrantes, como las clases de literatura de Margarita Roncarolo. La cosa era por ahí.
También estábamos juntos, con toda una banda de amigos, contra la pared, las noches de razzias tan características del menemismo las madrugadas en las que esperábamos a que comience a tocar Las Pelotas, o alguna otra banda, en Arpegios o Templum. O en las marchas contra la Ley Federal de Educación. O escuchando discos de rock de Matías, el hermano mayor de Mariano. O tratando de captar Canal 6 Utopía, la TV clandestina de esa época que pasaba películas que eran imposibles de ver en otro lugar y tenía una fantástica programación.
Caminábamos por Corrientes, entonces, esa noche, hasta que en la puerta de un cine vimos una larga cola. La gente que ahí esperaba nos imantó, preguntamos qué pasaba y alguien nos contó que estaban por arrancar unos cortos de estudiantes de cine que habían ganado un concurso del INCAA. Está bueno, pensamos, seguramente ayudó que la entrada era gratuita o muy barata, y nos entregamos al plan con la fluidez y natural espontaneidad que tenían los planes en ese momento. Esperamos animadamente en la cola y entramos.
Cuándo salimos ya no éramos los mismos. Un sacudón inesperado, violento, turbulento y agradablemente nuevo. Un cachetazo que pica pero no duele, que despierta; contundente, de una potente belleza directa e irreversible; que se incrustó en nuestras almas para alojarse allí con el destino de permanecer. Una sucesión de cortos que nos capturaba metiéndonos hasta el hueso en distintos mundos y atmósferas, y que al término de cada uno nos devolvía mareados, sensorialmente alterados y gozosos, después de ser abducidos por 11 o 13 minutos, para inmediatamente ingresar en otro viaje de gran intensidad. Lo vivíamos con adrenalina, con entusiasmo, con la sorpresa y la certeza de que estábamos ante algo único, realmente distinto, una locura. Durante los cortos nos mirábamos varias veces para corroborar que eso que estábamos viendo era cierto, y que al mismo tiempo seguíamos en una butaca de cine. Estábamos aturdidos y encantados. Lo que años después pasaría a llamarse el Nuevo Cine Argentino nos había estallado en la cara.
Allí estaban dirigiendo sus primeros trabajos Lucrecia Martel, Adrián Caetano, Bruno Stagnaro, Sandra Gugliotta, Daniel Burman, Pablo Ramos, Jorge Gaggero, Andrés Tambornino, Ulises Rosell, Tristán Gicovate, también colaboraban en guión Rodrigo Moreno, o era cámara de muchos de esos cortos Esteban Sapir, o Javier Juliá domo director de fotografía, para dar algunos nombres de una generación de talentosísimos jóvenes que se irían convirtiendo en monstruos. Con las actuaciones de también unos jovencísimos Claudio Rissi, Rolly Serrano, María José Gabín, Daniel Casablanca, el Ruso Verea, o Fidel Nadal, por ejemplo. Un combinado de pibes y pibas que iríamos viendo desarrollar su notable trabajo a través de los años, pero que en ese momento para nosotros eran completos desconocidos, que con una impronta muy personal nos acababan de impresionar. Todo tan argento, tan nuestro, tan cercano y tan sutil; voces nuestras, historias nuestras, parajes nuestros, interiores nuestros, formas de vincularse nuestras, luz nuestra... tan genuino, tan propio. Saqueos, violencia policial, detención de menores, violencia de género, emancipación feminista, locales de comida rápida, Malvinas, espías, bolsos de dinero, noche, confusión, desesperación, rutas y caminos de provincia. Todo condensado y multiplicado en cada plano: preciosistas, sinceros y artesanales, cuidados como una vida nueva.
Cuando lo llamo a mi amigo Mariano, que con los años y ya hace mucho se recibió como guionista en la ENERC, y le cuento que voy a escribir sobre Historias breves I, vuelve a emerger eso que siempre nos siguió acompañando de cerca, ese pulso, esa vibración de nuestra amistad en aquellos años de revelaciones; vuelven algunas frases de los cortos que nunca dejamos de repetir, vuelven sensaciones, vuelven nombres, impresiones. Mariano dice que caminábamos por Av. Santa Fe, que seguramente entramos al cine América que estaba en Callao. No tengo una sola imagen de eso: yo recuerdo Corrientes, noche, día de semana y probablemente el Cine Lorca. Da igual, eso es absolutamente intrascendente, secundario: lo realmente importante pasó dentro de esa sala de cine, esa transportación espacio temporal, quedó inscripta en nuestros cuerpos, latiendo, inolvidable.
Hace unas pocas semanas participé en el corto de una tesis de estudiantes que se están por recibir en la ENERC, de los chicos y chicas que serán el cine emergente. Hablábamos del difícil momento que les toca, de la complejidad y la responsabilidad de realizar cine en este contexto, de la necesidad imperiosa y urgente de defender nuestro cine. Conversamos y filmamos con quienes, si la cosa no es aún más desastrosa de acá a unos meses, conformarán un nuevo ciclo de Historias breves. Las nuevas voces, las nuevas miradas, ese cine que este gobierno de mamarrachos vendepatria se empeña tanto en negar y destruir con gran alevosía y celeridad por el temor que tienen. Por el horror que les causa saber que un nuevo Nuevo Cine Argentino ya está emergiendo, y que el flujo vital del arte seguirá brotando por entre cualquier resquicio, estallando, transformando, revelando mentes y corazones.
Federico Liss es actor, autor y artista plástico. Como actor en teatro realizó, entre otras, las obras Viejo, solo y puto y Artaud, de Sergio Boris, y Amas, de Alejandro Catalán, con las que se presentó por Europa y Latinoamérica. En películas y series trabajó a las órdenes de Damián Szifrón, Demián Rugna, Daniel Barone, Verónica Chen, Fernando Spiner y Nicanor Loretti, entre otros. En 2023 recibió el premio al mejor protagónico en el Festival de Cine de Santander, por El siervo inútil, de Fernando Lacolla. Dentro del marco del FIBA, este mes estrenará la obra Papito, creada junto a Felicitas Kamien. Actualmente está en cartel con De la mejor manera, donde actúa y también es creador y codirector, junto con Jorge Eiro y David Rubinstein: martes a las 20, y sábado y domingo a las 19.30, en el Rodney Bar, Rodney al 400.