Dejá que sangre
El retrato que hizo de Jane Birkin y Serge Gainsbourg en 1967 devino lo suficientemente icónico como para que Frank Habicht pudiera considerarse realizado. Pero no era esa la idea para este fotógrafo nacido en Hamburgo que acaba de fallecer en Nueva Zelanda a los 86 años. Habicht capturó la revolución del Swinging London y sus fotografías incluyen a Mick Jagger y los Rolling Stones, Vanessa Redgrave, Marty Feldman y Christopher Lee. Sucede que en los sesenta empezó a viajar por Europa, publicando sus trabajos en Camera Magazine, Esquire y Sunday Times, como parte de esa gran estela de medios gráficos de la época. De manera paralela, trabajó como fotógrafo independiente para los directores de cine como Bryan Forbes, Roman Polanski y Jules Dassin. E incluso se dio el lujo de ser fotógrafo interno en el Plaboy Club de Londres y en Top of the Pops, el programa de emblemático que se empezó a transmitir por la BBC en 1964. Su hijo, Florian Habicht, publicó un obituario en The Guardian donde aseguró que para Frank, era de igual importancia trabajar con estrellas o con chicos anónimos en refriegas con la policía. Porque lo que le interesaba, en definitiva, era capturar cierta esencia inefable y rebelde que atravesaba el corazón de la época. Para eso, incluso desconfiaba de las tecnologías sofisticadas. “Siempre amó las fotos analógicas, impresas, y la luz natural antes que las luces de estudio”, contó Habicht hijo. Incluso Christine, una de las mujeres fotografiadas en la azotea de su casa junto a otro amigo, Dietmar, que aparece de sombrero bombín, pipa y torso desnudo, devino su esposa desde 1969. En 1981, Habicht se mudó a Nueva Zelanda pero siguió exponiendo a lo largo del mundo. Además, reunió su trabajo en libros como Young London, Permissive Paradise a fines de los sesenta o In the Sixties, publicado en 1997, cuando el amor ya era cosa del pasado y el mundo se abría a otras heridas.
No soy tu Barbie
“Sobre nuestro cadáver”, amenazó Virginia Nicholson, sobrina nieta de Virginia Woolf, cuando Mattel volvió a sugerirle la posibilidad de que la autora se convirtiera en una Barbie. En verdad, el tema se viene discutiendo desde hace unos diez años pero las negociaciones nunca llegaron a buen puerto. Nicholson contó que su prima ya fallecida, Henrietta Garnett, ya había condenado con vehemencia la muñeca. Se podría pensar que la Barbie Woolf habría estado entre buena compañía. Mattel ha producido y vendido Barbies conmemorativas de Maya Angelou, Billie Jean King y la Reina Camilla, entre otras. Además, hace pocos días Mattel anunció la primera Barbie Diwali, creada por la diseñadora de modas india Anita Dongre. Pero no hubo caso. La empresa deslizó que la muñeca tendría un atuendo victoriano y una pequeña copia de La señora Dalloway en la mano. Nicholson hizo su propia lectura del asunto: “Esa Barbie parece una lechera de Laura Ashley (una diseñadora galesa bastante rococó) con un dulce moño que sostiene una copia accesoria del libro de Virginia”. Ni siquiera el pink washing (muy literalmente) en el que fue sumergida la muñeca a través de la película dirigida por Greta Gerwig ha sido capaz de conmover a las sucesoras de una escritora reticente a las modas. La misma que, por ejemplo, construyó una criatura tan inquietante como Orlando, que con su androginia y belleza irreverente, se nos sigue escapando hasta hoy, casi cien años después de su publicación en 1928.
Bajada de línea
David Foster Wallace amaba el tenis porque de chico había sido un jugador en ascenso. En varios de sus libros menciona este asunto. Wallace se sentía como en casa “dentro de vectores, líneas y cuadrículas”. Quizás los jueces de línea también sientan algo parecido. El asunto es que el progreso ahora decidió desterrarlos. Por primera vez en sus 147 años de historia, Wimbledon eliminará a los jueces de línea de todas sus canchas durante los torneos. El All England Club anunció que a partir del campeonato de 2025 se utilizará un sistema llamado Electric Line Calling (ELC por sus siglas en inglés). ELC, que viene siendo probado desde la pandemia, es una tecnología de arbitraje electrónico que cubre todas las líneas de la cancha. A pesar de la tradición en este certamen, que comenzó en 1877, los organizadores de Wimbledon consideran que el alto nivel del campeonato podría verse comprometido si no apuestan por la modernización. Sin embargo, algunos integrantes de la comisión directiva tienen dudas porque las interacciones entre jugadores y árbitros contribuyen al espectáculo. Wallace comentó que abandonar el tenis fue su “primera tristeza adulta verdadera”. Los 300 jueces seguramente ya son gente grande, que conoce la tristeza. Pero esto no hace menos triste el asunto, al tener que despedirse de esas cuadrículas que tan bien conocen y de esas líneas que, paradójicamente, trazaban el perímetro de algo parecido a una casa.
La vida a todo color
Corazones, riñones, manos. Esa es la forma que tienen muchas de las paletas que han usado los pintores desde el siglo XVII para acá. Como si fueran una extensión vital del artista. Y algo de eso hay. Esta es apenas una de las tantas singularidades que le llamaron la atención a la crítica inglesa Alexandra Loske y que la llevaron a escribir un libro entero sobre el asunto. La paleta –escribe en una de las 256 páginas de The Artist’s Palette– es “un objeto totémico, una pequeña manifestación física del espíritu creativo del artista”. Claro que cada quien construye el tótem que se le antoja. Esto se traduce en objetos de madera pulida sobre los cuales el color se distribuye con precisión matemática (es el caso de Edward Hopper y Georgia O'Keeffe) o en simples trozos de cartón que delatan una urgencia casi demencial (como la de Francis Bacon). El puntillista Georges Seurat dispuso las pinturas de su paleta en un orden meticuloso, aislando los colores para evitar que se mezclen al tún tún y combinando cada uno con una mancha de pintura blanca. La paleta de Van Gogh aún rebosa de gruesas capas de óleo. La francesa Berthe Morisot trazó en su paleta el boceto de una niña, la misma que se ve en su cuadro “Enfant dans le jardin de roses”, de 1881. Camile Pisarro fue más lejos y pintó un paisaje entero en la suya. El artista Kerry James Marshall retrata figuras negras con grandes paletas blancas para señalar el colonialismo que habita en el arte y en la vida. Algunos pintores modernistas, incluida Helen Frankenthaler, se alejaron de la paleta para aplicar pintura líquida directamente sobre el lienzo. Debajo de estas singularidades, Loske va relatando también una historia del arte que no eran el mismo cuando las pinturas eran apenas pigmentos en polvo que cuando comenzaron a masificarse los rubos de metálicos a mediados del siglo XIX (fue entonces cuando los impresionistas pudieron salir al aire libre, ya sin temor a que el viento les vuele los colores). Justamente, Loske también es experta en historia del color y este es otro aspecto singular del libro. Por ejemplo, asegura que su paleta favorita es la de Winifred Nicholson. Su interés por el color encontró un nuevo impulso a mediados de los '70, cuando tenía ochenta años. En esa época, el físico canadiense Glen Schaefer le regaló dos prismas de vidrio con los cuales creó una serie de las llamadas “pinturas prismáticas”, basadas en experimentos lúdicos con estos prismas. Los llevó consigo en una pequeña bolsa hasta su muerte.