Se me hace muy difícil empezar a escribir esta crónica, que no es una crónica, ni un cuento, ni una novela, es algo vivido desde el corazón, en un lugar donde las lágrimas se han contenido durante 48 años, de cuando todavía éramos jóvenes, iguales a ellos, con el cutis terso y la ilusión del futuro, compartiendo mochileadas, confiterías bailables, y el amor por un misma mujer o un hombre; pero hoy el día está lluvioso, fangoso, y las ruedas de los autos no han podido avanzar hasta el sitio histórico donde se recuerda a los compañeros, a su lucha, a su abnegación, y a su sonrisa y su amistad, las ruedas han quedado enterradas en el fango, y en caravana, avanzamos hacía allí, hacia la noche de truenos y espanto, con los paraguas desplegados sosteniendo la memoria, con juicio y castigo.

Al monumento le han agregado tres tótems de durmientes de tren donde sobre placas de hierro se han forjado tres palabras: Memoria, Verdad y Justicia. Y los siete sauces plantados, los siete compañeres, permanecen allí, frondosos, esbeltos de cara a la historia, al paso de los años, soportando, vientos, mareas, granizo, sequía, como testigos de la impunidad; y las balas resuenan en la noche, y un cuerpo cae, y cae el otro, o todos juntos, mientras un rostro se desfigura al estruendo de una ithaca, y ya dejo de escribir, porque me saltan las lágrimas, suelto la pantalla en este bar donde suelo escribir, en este bar, rodeado de charlas, de chanzas, donde disfrutamos la democracia a un costo muy alto, al de los treinta mil compañeres desaparecidos.

Pero esto no es ni cuento, ni novela, son jóvenes hasta ayer estudiantes, o hasta hoy estudiantes, los mismos que están tomando las facultades, sus mismos rostros desechos a ithacasos, por perseguir un sueño, con todo el porvenir por delante, como siempre.

Por qué fue, por qué se llegó a esa matanza, por qué crímenes de lesa humanidad. ¿Cuál era la historia? Por qué la generación del 70 hizo lo que hizo. Por qué un obrero, un estudiante de clase media, hizo lo que hizo.

Suenan las bombas en la Plaza de Mayo, y la gente habitual corre a refugiarse mientras los Gloster Meteor, los aviones de la Marina Argentina, descargan su odio contra el gentío. Contra un gobierno democrático, elegido por el pueblo, y un tal Perón. Y las armas y las bombas, y la masacre de Plaza de Mayo. Trescientos ocho muertos, e infinidad de heridos.

Y después, el golpe de Estado de 1955, el golpe de Estado a un gobierno elegido democráticamente. Y luego, dictaduras tras dictaduras, con el peronismo proscrito y gobiernos elegidos por una minoría, jaqueados por los militares. Y no te reveles, como les sucedió a los generales Tanco y Valle, porque sin misericordia, te fusilan.

La generación del 70 no conocía la democracia, y tras sus ideales peleó por ella. Sí, creíamos en el Socialismo, pero sí a Frondizi y a Illia, lo voltearon por menos, ¿qué nos esperaba a nosotros? Al gobierno socialista de Salvador Allende, elegido por el pueblo chileno, le hicieron pagar con la muerte su osadía. El presidente Allende, con una AK-47 en los brazos, defendió la Moneda, el palacio de Moneda mientras caían las bombas en racimos. ¿Qué hacía el señor presidente Allende con un casco y un arma en los brazos? ¿Era un terrorista, o Pinochet lo era?

La violencia fue implantada por los militares, como un ejército de ocupación, golpe tras golpe, fusilamientos tras fusilamientos, ellos trajeron las armas y sus usos, impidiendo la democracia. A la juventud del 70, no le quedó otro camino que enfrentarlos, y no dudó; y tampoco dudo que los jóvenes de hoy, en esas circunstancias hubieran hecho lo mismo, pero no hoy, señor Ministro del Interior, los estudiantes usan las formas de protestas de cualquier democracia, aquí o en Francia. 

Repito, los militares hoy están en los cuarteles, y en aquella época, en 1970, en un gobierno que había suprimido la democracia, y prohibido la actividad política. Ellos incubaron la rebeldía juvenil, y por eso hicimos lo que hicimos, y por eso vinimos a homenajear a nuestros compañeros, a este camino vecinal, fangoso, donde los campos en barbecho aguardan la próxima cosecha y estos siete sauces compañeres, la felicidad y el futuro. Vinimos a homenajearlos, por su lucha, por sus ideales, por la democracia, y la felicidad. Por una sociedad más justa donde nadie ande revolviendo la basura.

Los Surgentes, a 48 años de la matanza, de la noche lúgubre y el espanto. Ahora caminamos sobre el fango, mientras el frío y el viento pegan fuerte, Patricia, la hermana de Cristina Constanzo, Marcelo, hermano de Sergio Abdo Jalil, Francisco, hermano de José Antonio Oyarzabal, y otros parientes, lejanos y cercanos, y los compañeres del Superior de Comercio de Eduardo Laus y Cristina Constanzo, que no lo olvidamos, y tampoco perdonamos, el cabezón Pérez Rizzo, el maga Madariaga, el Oso Jozami, Olguita González, Jorgito Constanzo, y yo, los mismos que compartimos el viaje de estudio, las vacaciones en Mar del Plata, los bailes del Club Español, del Centro Catalá, del Sirio, y la alegría de ser jóvenes.

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