La calle Puán --las dos cuadras que van desde Pedro Goyena hasta Directorio-- es un enjambre de bancos y clases públicas a cielo abierto, el viernes temprano a la mañana, después del paro de 24 horas en las universidades públicas de todo el país. En el barrio de Caballito, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) está tomada por los estudiantes desde hace más de una semana. La fachada de “Filo”, apodo afectuoso de docentes y alumnos, tiene un cartel que hace coincidir la flecha de un reclamo con la cuerda exacta de las palabras: “Sin salarios dignos, la UBA no funciona”. Las paredes hablan con la lengua indómita de la urgencia. “Banquemos la toma. Solo entrá si vas al baño o vas al bar/fotocopiadora”, se lee en la puerta de entrada. 

Serena Escobar está esperando que empiece la clase de Semiología. Tiene 18 años y cursa el Ciclo Básico Común (CBC) para la carrera de Letras. “No hay otra acción que podamos hacer ante el veto de Milei”, señala con la tranquilidad que emana de su nombre esta joven, primera estudiante universitaria en su familia.

Foto: Jorge Larrosa.


¿Dónde están los hijos de los ricos?

“Aunque sea tedioso tener clases en la calle, es la única manera de visibilizar la lucha”, admite Serena, que vive en Berazategui y viaja dos horas hasta llegar a Puán. “No sé hasta cuándo voy a tener el privilegio de estudiar en la UBA”, dice Serena y cuenta que eligió Letras porque siempre le gustó la literatura y el lenguaje. Su padre hace trabajos de mensajería y su madre es peluquera. “Los dos trabajan en negro”, detalla. Hernán López, el profesor de Semiología, se acomoda en el medio de una ronda improvisada, saluda a sus alumnas y alumnos, y arranca la clase. “Ponete de este lado, que en un rato viene el sol y nos freímos”, le sugiere a un alumno que acaba de llegar.

“¿Dónde están los hijos de los ricos y de la clase alta?”, pregunta un joven que se acerca a una pizarra para chequear si la materia que tiene que cursar, Introducción al Pensamiento Político, está anotada y apenas lo comprueba enfila hacia la otra esquina, casi llegando a Pedro Goyena. La pregunta que quedó picando en el aire es un modo de retrucar una de las mentiras del presidente. Según información del Ministerio de Capital Humano, el 47,8% de los nuevos inscriptos en universidades e institutos universitarios nacionales y provinciales de la Argentina en 2022 (último dato disponible) era primera generación de universitarios en sus familias; es decir, no provenían de familias con educación superior completa. Con respecto a la UBA, el 38,56 % son primera generación de universitarios.

El politólogo Martín Epstein, termo y mate en mano, antes de dar la materia Sociedad y Estado del CBC, argumenta por qué está a favor de las tomas, mientras varios de sus alumnos ingresan a la facultad a buscar sillas. “Me parece que los y las estudiantes están dando un paso adelante. Durante todo el año los docentes estuvimos defendiendo la necesidad de enfrentarse a la política del gobierno nacional en materia educativa. Yo soy de los que cree que hay que dar las peleas, aun cuando parezcan medio titánicas y difíciles de ganar. Acá estamos, sosteniendo la iniciativa de los y las estudiantes”. En cuanto al acompañamiento afirma que la sociedad argentina defiende la educación pública. “Si lo que Milei quiere instalar es que la sociedad está en contra de lo público, no es lo que la sociedad plantea. Obviamente el reclamo y el acompañamiento tienen un límite en el tiempo; hay un cierto nivel de desgaste. Lo que me preocupa es que al gobierno el desgaste no le molesta”. Llegó el sol también a ese tramo de la calle Puán. Epstein se lleva la mano derecha a la frente y empieza su clase.

Foto: Jorge Larrosa.

La fuerza desde abajo

Valentina García, de 21 años, tiene el cuaderno abierto y una lapicera en la mano. Estudió dos años Medicina, pero decidió cambiarse a Psicología. Trabaja como niñera y avala las tomas y las clases públicas. “Lamentablemente por mi trabajo no pude participar de las asambleas. Igualmente escucho compañeros que no están de acuerdo o no les gusta la medida que se está tomando; pero esas cosas se hablan en la asamblea”, advierte esta estudiante que también es la primera universitaria en su familia. El docente de la materia Psicología, Juan Duarte, preludia su clase con una referencia al contexto: “Estamos haciendo un esfuerzo todes; el presupuesto para el año que viene va a ser la mitad de los gastos de funcionamiento de este año. Esa es la situación en la que estamos hoy; es importante estar acá con mis compañeros docentes y con ustedes. No todos estamos en la misma sintonía, pero charlando nos ponemos de acuerdo”. Varias cabezas asienten. “Las dirigencias sindicales están empezando a tirarse contra las tomas -continúa Duarte-. La semana que viene vamos a hacer acciones conjuntas con los trabajadores de la salud. Necesitamos sostener la fuerza que tenemos desde abajo para que desde arriba no intenten desmovilizarnos”.

Isabel González Puente, presidenta del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, confirma que la toma y las clases públicas continuarán la próxima semana. “La facultad sigue funcionando en términos administrativos porque queremos cursar y poder terminar el cuatrimestre, y eso implica que se pueda realizar la carga de las notas y los certificados para que quienes laburamos y rendimos un parcial podamos presentarlo en nuestros trabajos”, explica González Puente, que tiene 23 años y le quedan por cursar nueve materias para recibirse de licenciada en Ciencias de la Educación. “Si quieren que terminen las tomas, tienen que proponer una salida y que podamos sentarnos a discutir qué presupuesto van a dar a las universidades. Me gustaría que la ministra Pettovello salga a dar la cara porque para algo le pagamos un sueldo”, plantea la presidenta del centro de estudiantes.

La principal herencia

Tania Silva tiene 54 años y hace 24 años que trabaja en un pequeño bufet en el primer piso de la Facultad; desde que comenzó la toma salió a la calle para ofrecer lo que ella misma cocina en familia junto a Ariel, su pareja, y sus hijos. La reputación que han ganado sus alfajores de maicena, que cuestan 600 pesos, se prolonga más allá de la cursada de las carreras. Hay egresados que vienen a comprar los alfajores para llevárselos a sus padres, hermanos o parientes. Tania subraya que ella defiende la universidad pública. “Mi hija, que hoy tiene 26 años, estudió en la universidad pública, es licenciada en Enfermería y profesora en la Facultad de Avellaneda”, enumera mientras sirve un café que le pidieron. 

"Nosotros pretendemos que nuestros hijos puedan seguir estudiando en la universidad pública”, reconoce Tania. “La educación es lo principal. Si no estamos educados, nos pueden pasar por encima con todo; es lo que siempre le explicamos a nuestros hijos: el estudio es la principal herencia que le podemos dejar”. Todos en “Filo” los conocen como “el bufet de Tania” o “el bufet de Ariel”. “El otro día pasó una chica a sacarse una foto con nosotros porque nos dijo que la habíamos alimentado todo el tiempo de la cursada. Nosotros vemos cómo los chiquitos del CBC juntan los billetitos para comprar un cafecito”, describe Tania. Ariel interviene y se emociona. “El año pasado había una chica que estaba desde las siete de la mañana hasta la cinco de la tarde y se comía una medialuna y tomaba un mate cocido. Todo el día estaba solo con una medialuna y un mate cocido”, repite.

María Valle, de 61 años, sopla el café que le acaba de servir Tania. “La toma es necesaria para sostener los fundamentos de la educación pública que pagamos con nuestros impuestos”, dice esta alumna de la carrera de Filosofía que no sabe si las tomas y las clases públicas lograrán torcer el veto de Milei contra el financiamiento de las universidades. “Solamente tenemos que fortalecernos en la lucha; lo que ocurra después es cuestión de las tensiones y fuerzas en conflicto”, analiza esta socióloga y profesora de inglés que está cursando su tercera carrera en la UBA. “No escucho argumentos sólidos contra las tomas y las clases públicas. Algunos que se oponen repiten lo que dice el gobierno, que las universidades no se dejan auditar, un planteo que no tiene solidez ni lógica”, cuestiona María.

El prendedor casero, hecho por ella misma con una fotocopia blanco y negro, es más que elocuente. A la altura del corazón se lee: “Soy primera generación universitaria”. Laura Fasano, profesora de Historia Contemporánea, lo exhibe como si fuera un cordón umbilical entre el pasado y el futuro. Sus alumnos, estudiantes de la carrera de Historia, la escuchan con atención. “Mis abuelos eran jornaleros en Italia y obreros acá; mi mamá y mi papá terminaron la primaria y yo pude hacer la carrera de Historia y después doctorarme en la UBA”, resume su itinerario familiar y educativo. “La sociedad demostró un apoyo en las dos marchas universitarias y con respecto a las tomas quizá esté dividida. Pero la gran mayoría defiende la universidad pública, más allá de la posición partidaria”, observa Laura. “Cuando intentan señalar que la toma es realizada por algunos sectores de la facultad, desconocen o no están viendo que los estudiantes votan democráticamente en las asambleas”, recuerda la docente.

Uno de sus alumnos, Lucas Urquiza, de 20 años, está en el segundo año de la carrera de Historia. “Como dijo la profesora, uno vota en las asambleas, uno participa en la facultad. Más allá de que hay estudiantes que no les gusten las clases públicas, es un modo de protesta para que la gente vea que estamos estudiando y defendiendo la educación pública”, analiza Lucas, primera generación de universitarios en su familia, con abuelos de Santiago del Estero y Corrientes que llegaron a Buenos Aires cuando eran chicos. Su madre trabaja eventualmente “en el servicio de limpieza” y su padre como operario en una fábrica.

La clase de Literatura Latinoamericana está por comenzar. Ariela Schnirmajer aporta su perspectiva.El tema de la educación pública es una cuestión que nunca se debatió en forma profunda: los docentes queremos enseñar y los estudiantes quieren estudiar. Hay que atender y resolver los problemas para que todos podamos seguir haciendo lo que queremos hacer en condiciones adecuadas”, concluye la docente.