Para llegar a El Alfarcito desde la ciudad de Salta hay que recorrer poco menos de 100 kilómetros, una travesía que invita a trepar por la imponente Quebrada del Toro siguiendo los rieles del Huaytiquina, hoy Tren a la Nubes, con el lecho del río como testigo privilegiado.
Luego de casi dos horas de viaje se arriba al pequeño poblado ubicado a más de 3000 metros de altura, un espacio que más bien resulta un centro neurálgico para los habitantes de los diferentes parajes que existen entre los cerros puneños de la Quebrada.
Allí, sumergido en la inmensidad, fue enviado el padre Chifri en 1999, quien en conjunto con la comunidad local comenzó a erigir una obra que hoy se convierte en dinamizadora de diferentes proyectos sociales: Centro Artesanal, Colectivo de Sueños y centralmente, el Colegio Secundario Albergue de Montaña.
Hacia noviembre de 2011 la fructífera obra se vio interrumpida con la repentina partida física del cura misionero, quien fue enterrado en la misma parroquia de El Alfarcito. A partir de allí se generó una incertidumbre que poco a poco fue tornando en reorganización, sobre todo, con la llegada del sacerdote Walter Medina, quien ya conocía a Chifri y la obra en El Alfarcito.
Hoy Walter lleva trece años al frente de la obra, quien, entre cielos límpidos y viento puneño, comienza a hilvanar la charla.
-¿Dónde naciste, dónde pasaste tu infancia y diste tus primeros pasos?
-Nací en Buenos Aires, hijo de padres tucumanos, gente del campo. Recuerdo que en las vacaciones me iba y me quedaba allá… después estudié en la ciudad, me recibí en un colegio industrial en el medio del centro y ahí tuve contacto con todo lo que es la gente de la calle, los chicos de la calle. Mi primera experiencia espiritual fue descubrir en esa gente la alegría de compartir. Yo era un adolescente, tenía 15 años cuando compartía mi comida con ellos, porque me quedaba todo el día, y me acuerdo eso, la felicidad de compartir con la gente de la calle. Esto me hizo a esa edad querer ir a una villa, por lo que fui a una iglesia a pedirle a un sacerdote que quería ir a una villa a compartir con la gente de ahí, y el sacerdote, como era muy joven, me mandó a Cáritas. Ahí conocí un grupo juvenil, y justo en ese grupo juvenil llegaba como diácono el padre Chifri, que fue mi director espiritual y el que me presentó después al seminario y me acompañó como director espiritual. Con el tiempo descubrí que la manifestación de Dios está en el margen, en el preso, en el pobre, en el enfermo, después le pude poner nombre a esa experiencia, yo no sabía por qué me atraía, pero sí que me emocionaban las figuras como la Madre Teresa de Calcuta y San Francisco de Asís. En el seminario, gracias al actual Papa, siempre consideraron mucho esa vocación especial y me dejaron ya desde muy joven ir a las cárceles, a ver enfermos de SIDA en el Hospital Muñiz, y a mitad del seminario ya pude ir a la villa, especificamente a Ciudad Oculta donde viví siete años en contacto sobre todo con gente adicta. En ese ínterin el padre Chifri viajó a Salta, mi hermana también entró a la congregación de la Madre Teresa de Calcuta a quien llegué a conocer en el 97 antes de morir en Nueva York, justo mi hermana tomaba los primeros votos y ahí estaba Madre Teresa, y me pidió que me haga padre misionero de la caridad, de su congregación. Yo no pude aceptar porque mi hermana se fue y mi papá ya tenía 87 años, mi madre 70, pero me dediqué a partir de ese pedido de Madre Teresa a misionar.
-¿Cómo terminó tu misión en Ciudad Oculta?
-Fui muy feliz en Ciudad Oculta, pero el contacto con lo marginal también tiene consecuencias humanas que yo no me daba cuenta, por lo que los obispos dijeron “este chango que salga un tiempo de la villa”. Ahí salí y estuve cinco años en parroquias al tiempo que visitando Salta, yo venía siempre a visitarlo al padre Chifri. Luego de la muerte de Chifri, en una de esas visitas, me dice el obispo que Chifri le había dicho que yo iba a ser su sucesor en Alfarcito... y entonces me vine acá donde vivo actualmente hace 13 años. Acá en Alfarcito volví a encontrarme con la gente, porque lo que yo siento es que en las parroquias convencionales va muy poquita gente, en cambio en las parroquias de la villa o como acá, uno va y está con todos, no importa si van o no van a misa, o si son o no son católicos, uno está con todos. Y acá comenzó un tiempo de transitar una nueva etapa, el silencio de la Puna también me fue transformando y empecé a escribir, ya llevo cuatro libros y ahora estoy por el último que se llama Ser de silencio, que es un poco descubrir cómo tenemos que salir de pensar tanto, que pensar realmente nos hace mucho daño, tenemos que volver a contemplar como los niños, a encontrarnos con nuestro corazón donde hay paz verdadera.
-¿Llegaste cuando Chifri ya había fallecido?
-Sí... el padre Chifri me pedía que venga, pero en la época que él me pedía yo le decía "no, yo quiero ser un vecino más, no quiero tener autoridad", yo le decía que él hacía cosas gigantescas y para mí era algo que estaba muy lejos de mi manera de ser, que era ser un vecino más realmente, pero el insistía en que yo iba a venir acá. Incluso en una misa en Santa Rita en Rosario del Lerma, le dijo a la comunidad "vamos a darle un aplauso al padre Walter que se va a quedar entre nosotros", yo después lo quería matar porque decía: "como dijiste eso si yo no me voy a quedar", pero no mintió a la larga, me di cuenta que él veía algo que yo no veía y terminé acá en Alfarcito.
-Y acá te encontraste con una gran obra, ¿en qué consiste esa obra de El Alfarcito, cuáles son las patas que tiene y lo que abarca?
-Alfarcito es una obra que nace en el corazón del Evangelio, donde no solo es decir con las palabras "Dios te ama", sino con hechos, y hechos significa una vida digna. Esto nace porque el padre Chifri recorría las comunidades y lo que faltaba, la manera de crecer, de tener arraigo, era el estudio. Son 6.400 kilómetros cuadrados, 23 comunidades, 18 escuelitas, donde toda esa gente, que en la época del padre Chifri tenía que irse a estudiar a otro lado el secundario, se vio la necesidad, recibió ese interés, porque no es que se le ocurrió solo a él, en las comunidades todos decían "no hay donde estudiar". Entonces él crea, después de su accidente, que significó que estaba muy limitado, el colegio Alfarcito desde la Parroquia Santa Rita. En un primer momento el Estado iba a garantizar el 100% del sostenimiento, porque se iba a cumplir una función que es del Estado, que es garantizar la educación secundaria, pero cuando eso no se cumple, Chifri crea la Fundación Alfarcito que iba a sostener el colegio. Cuando muere surgen diferencias de miradas, de organización, pero que para mí son fundamentales porque significan nuestra identidad, yo siempre sentí que esto es una obra de la iglesia y que la Fundación iba a ser como un brazo derecho. Pero acá me dicen cuando llegué, que no, que esto era una obra de la Fundación y que yo me iba a dedicar solamente a lo que es estrictamente espiritual, y esa diferencia hizo que cada cual vaya creciendo en su propio camino, la Fundación haciendo otras obras y nosotros sosteniendo el colegio y todo lo que es la pastoral, la visita a las comunidades. Por ejemplo, en este momento estoy saliendo para El Rosal, llevo alimentos para esa comunidad y para la escuelita de Potrero de Chañi. Estamos siempre en contacto con las comunidades viendo cómo acompañar y buscando que los protagonistas sean ellos, lejos del asistencialismo.
-Y en estos parajes como al que estás por salir ahora, ¿cómo es lo cotidiano?
-El gran problema es llegar a las comunidades, la gente misma está acostumbrada a caminar mucho, horas y horas para todo, y acá también todo es muy lejos. Hay lugares que llego en camioneta como hoy, pero son caminos que, por ejemplo, voy y vengo del Rosal y a la tarde cuando llego quedo muy cansado, son caminos que vas saltando en la camioneta porque son muy de montaña arriba de los 3.000 metros de altura donde hay obviamente menos oxígeno, que si bien el cuerpo se va adaptando con más glóbulos rojos, también se siente. Uno visita muchas comunidades, algunas veces caminando, y que ahora ya tengo 49 años todo cuesta más. Me pasó hace poquito cuando visité una comunidad, algo que lo hacía caminando en cinco horas, ahora me lleva siete, entonces llego tarde a la misa... por suerte la gente espera, tiene otro ritmo, y en estos lugares uno busca que las comunidades crezcan siendo ellas los protagonistas, y esto realzo porque muchas veces se los quiere ayudar pero diciendo, "vení que te doy esto a vos que sos pobre", yo detesto eso, acá la gente es muy capaz, es muy inteligente y ellos pueden, nosotros simplemente tenemos que acompañar algo que ellos ya están haciendo porque ya construyeron en el cerro, construyeron vida. Uno, por ejemplo, va a lugares donde deja de estar el ser humano, el desierto se vuelve a tragar el lugar, ya no hay más agua, todo vuelve a ser piedra, pero cuando hay seres humanos crecen árboles, pasan acequias, la gente del lugar que realmente es maravillosa.
-¿Cuál es la importancia de El Alfarcito para la zona?
-Si vos venís para acá desde Salta y hay un puente que se llama Padre Chifri, bueno, acá hay otro puente que la gente puede usar porque gracias a Alfarcito hoy hay chicos del colegio que se han recibido de muchas profesiones, otros quieren dedicarse a ser emprendedores y empiezan a hacer cosas en el cerro. Hoy los jóvenes que egresan del colegio generan muchas cosas en su propia familia, porque son chicos que tienen otra educación que los hace soñar de otra manera. A mí me encanta ver chicos que hoy ya tienen sus vehículos que van y vienen, hay chicos que han viajado a hacer experiencias, están estudiando distintas carreras y hay muchos que se recibieron. Y no solo eso, gracias a Alfarcito han tenido voz, porque era gente sin voz. Acá había muchos atropellos, que hoy siguen como en todos lados, pero hoy la gente tiene voz y existe la comunicación a través de las redes, saben que acá uno tiene la capacidad de dar a conocer. Así que es un factor de arraigo e igualdad de posibilidades, que era lo que decía Chifri, que Alfarcito sea para el arraigo, que la gente no se vea expulsada del cerro.
-¿Cuáles son las problemáticas centrales de la gente que vive en la zona que abarca El Alfarcito?
-Hay dos problemáticas: una es la externa que son las condiciones sociales que vivimos, donde nos vamos de un extremo al otro. Pienso que en la Argentina estamos en un extremo de este canonizar al humilde y pensar que ese es el único modelo, y hoy a tenerlo totalmente olvidado. Hubo un retroceso, no puede ser que ahora en toda la Quebrada del Toro no haya un colectivo, antes pasaba uno por día, ahora ya no, no hay colectivos. Realmente, para la gente que vive en el cerro le es más difícil todo, acá la gente no puede comprar ni pan, ni una leche, todo es más difícil. Ese es un problema externo, pero creo que ese no es el principal problema, para mí el principal problema es pensar que uno no puede, no poder descubrir de lo que uno es capaz.
-Ustedes, entre tantas acciones, realizan el Festival de la Papa Andina, que genera mucho dinamismo en la zona.
-Fue un legado del padre Chifri, en esa papa que la gente no la comercializaba él vio que era un valor que tiene el cerro y unió la voluntad de un montón de gente para hacer una fiesta que va creciendo año a año en donde todos bajan a comercializar esa papa que es propia del lugar, que es una papa hoy conocida por su sabor y por que es orgánica. Y en ese contexto el que no tiene papa baja a hacer productos de comida para vender ese día, y en ese marco hay grupos de folklore y además nos visita muchísima gente que compra y recibe algo de calidad y permite que la gente del lugar también pueda tener una entradita de dinero. Los que vienen a vender son toda gente del lugar y es una fiesta que organiza la gente de aquí, y eso hay que recalcarlo, porque los que vienen hacen un bono para juntar dinero para comprar todas las cosas que se necesita, por supuesto hay ayuda de privados, del municipio, pero los protagonistas son la gente del lugar. Y en esa misma línea uno está atento a caminar al ritmo de la gente para buscar que todos puedan crecer.
-Hablando de caminar, ¿hacia dónde camina El Alfarcito, cuáles son los sueños que persigue hoy?
-El primer sueño es ser autosustentable. Alfarcito nació con un déficit y todavía no hemos logrado ser autosustentables. Hoy hablé con el ecónomo y el mes que viene no sabemos cómo vamos a pagar los sueldos, y hace muchos años que estamos así. Entonces empezar a buscar alguna empresa, más allá de que tenemos muchos padrinos que acompañan porque están contentos y les da mucha esperanza descubrir que jóvenes puedan estudiar. Y también vamos hacia el Estado, busco golpear todas las puertas posibles, buscamos que el colegio sea autosustentable y por otro lado, generar espacios para que la gente pueda crecer, tener un desarrollo también. Porque no somos asistentes sociales, creemos que Dios busca nuestra felicidad no solo en el cielo, sino acá en la tierra, quiere que seamos plenos y entonces con esa espiritualidad vamos caminando con la gente.
-Y en un plano personal, Walter, ¿Se queda? ¿Cómo ves el futuro del padre Walter?
-Es como un gran interrogante porque siento que vivo en un avión que se le acaba el combustible y sigue volando, realmente es todo con mucho sacrificio acá. En mi casa, por ejemplo, no tengo agua caliente constante, no tengo una heladera, porque acá es luz con paneles solares, y todo eso me cansa físicamente y me genera un interrogante. Pero al mismo tiempo me siento sostenido y estoy muy feliz acá. Así que no tengo idea lo que Dios me pedirá, también sé que no es fácil encontrar un curita que quiera venir a estos lugares, pensemos que en San Antonio de los Cobres que está mucho mejor, hace varios años que no hay sacerdote, y que los curas cada vez son menos. Yo no podría dejar esto solo, así que si bien siento el cansancio de la vida, al mismo tiempo es como mi familia y es algo maravilloso compartir con la gente. Así que no tengo idea qué será de mí. Esa es la mejor conclusión.