La interna suele ser el lugar donde se destilan pasiones encontradas, rivalidades que, en principio, no deberían constituirse en antagonismos.
Por definición la interna, especialmente cuando es intensa, es una mezcla de pasiones narcisistas, diferencias políticas, conceptos diversos sobre la eficacia política, la neurosis ambiente, la visión teológica y el sentido de la historia. Nada de esto se suma ni se distingue claramente en sus límites. Solo una autoridad simbólica clara y distinta puede hacer posible establecer un orden, que por definición será incompleto. En la interna siempre habita un caos latente. Siempre quedarán cuestiones pendientes que nunca se pueden borrar del todo.
Si bien las internas son inevitables y muestran la riqueza compleja de una fuerza política, en esta hora del mundo ha surgido con claridad una nueva exigencia ética en cuanto a los límites de la interna.
La ultraderecha que gobierna hace un uso desinhibido del odio y practica la crueldad con un goce sádico. Los proyectos que se oponen a esta barbarie deben dar un ejemplo claro de que entre sus diferencias inevitables no circula un odio destructivo.
Este es precisamente el compromiso ético de la política en la época que vivimos hoy: para que la realidad no se lleve el proyecto por delante, se habrá de poder hacer no solo a pesar de las propias diferencias sino gracias a ellas.
De no ser así, la ultraderecha ganará una vez más la partida.