Ver a Joaquin Phoenix saludar cual político arribista provoca escozor. El gran cine escapa a geografías, y Guasón 2 / Joker: Folie à Deux es una película notable. La imagen de un pobre tipo que se vuelve célebre permite enlaces irónicos, pero el Arthur Fleck de Phoenix es también alguien a quien se quiere; una víctima, al fin y al cabo, de un sistema ruin. Otros, malévolos en serio, no tienen problema en arrastrar al desastre a quienes les rodean.

Aun cuando su comienzo proponga una pátina cartoon, Joker: Folie à Deux es una película angustiada. El cortometraje inicial está dirigido por Sylvain Chomet, y en él, el animador francés dialoga con su Les Triplettes de Belleville (2003) -en cuyo inicio ocurría un cortometraje similar-, pero sobre todo con el cortito Mickey’s Gala Premier (1933), en donde el ratón de Disney era celebrado por las grandes estrellas de la época; una situación que se revelaba mentirosa, por escondida en un sueño del propio Mickey Mouse.

En su corto, Chomet indaga en la dualidad de un personaje tironeado por su propia sombra, rebelde y asesina si se la suelta. Fleck trata de controlarla, no puede. ¿Cómo llegó este pobre tipo a ser un asesino? El cartoon se tiñe del espíritu de los Looney Tunes de la Warner, pero su gracia no es más que un acto de ilusionismo. Joker: Folie à Deux se aleja del colorido y elige caer en el abismo de un gris carcelario, el del psiquiátrico Arkham, donde Fleck cumple condena tras los hechos sucedidos en el film anterior.

El mundo roído donde habita este despojo, que es todavía un cuerpo (encorvado y de omóplatos salientes), recuerda al de Titicut Follies (1967), el documental de Frederick Wiseman dedicado a las condiciones de vida dentro de un psiquiátrico. Todd Phillips traslada ese submundo al del Hollywood contemporáneo, y desde una operación estética precisa: sitúa lo visto en los lejanos años ’70, pero todo film -se sabe- es hijo de su tiempo; y así como la anterior Joker (2019) planteó un diálogo nada disimulado con otras películas de esa década, aquí lo hace, entre otras, con el sostén que permite Atrapado sin salida (1975, Milos Forman), donde Jack Nicholson activaba la revuelta de los demás reclusos/pacientes.

Ahora bien, esta Joker es mucho más que una secuela, y lo que es mejor, escapa al espíritu de las franquicias. Joker: Folie à Deux es una película sobre el dolor de su personaje, y a ese dolor el espectador debe soportarlo. Y acompañarlo. El film de Phillips narra las peripecias de un títere, de alguien que asesinó y por eso será condenado a sufrir de maneras tortuosas, a partir de un funcionamiento de piezas encastradas en donde las relaciones de poder tejen alianzas. Entre ellas, la pieza engranaje y mediática de la televisión. El film anterior había propiciado una de las venganzas más frontales por parte del cine a la televisión, en el asesinato en cámara que Joker hace del showman que interpreta Robert De Niro. En la secuela, la televisión no tendrá problema en hacer de Fleck el monigote que necesite, con el fin de lograr su noticia amarilla, aun cuando ello sustente la posible absolución de sus crímenes. El circo mediático se confunde, de este modo, con el entramado judicial, y el juicio -cómo no- será televisado.

No hay modo de que Fleck pueda salirse con la suya; pero, ¿cuál sería “la suya”? En todo caso, el juicio no es más que un desaguisado calculado, fomentado por la misma necesidad morbosa de una sociedad que se alimenta de la basura que requiere para su día a día. Una contradicción que la neurosis de algunos, se sabe, no resiste. Ahora bien, si la primer Joker fue la construcción del personaje del comic, en su deriva hasta llegar a ser el villano de Batman; Joker: Folie à Deux es el reverso, la máscara caída. No porque sea reaccionaria o algo así, sino por ser la plasmación de un tipo que se sabe herido: ultrajado y vuelto títere, Fleck busca la sinceridad de su palabra. Y cuando lo hace, cuando habla con verdad, el entorno le responde más violento. Todos le piden que vuelva a la risa siniestra, al vestuario del payaso demente y asesino. Y allí es donde entra Lee Quinzel (Lady Gaga).

 Una película sobre el dolor de su personaje, y a ese dolor el espectador debe soportarlo.
 
 

 

La composición de Lady Gaga es la del arlequín que aparece entre los pasillos de muerte donde habita Fleck. Es quien le permite colores y abre su sensibilidad; y por eso la elección del musical. Las secuencias de canto y baile de Joker: Folie à Deux son de una belleza particular, cuya puesta en escena evoca los colores de Les parapluies de Cherbourg (1964, Jacques Demy) y de One From the Heart (1981, Francis Ford Coppola); además de la cita explícita de The Band Wagon (1953, Vincente Minnnelli). En todas estas historias, el amor es consustancial a la trama; Fleck se enamora, baila y canta. Y tiene, tal vez, su primera vez. No todo lo visto en Joker: Folie à Deux ocurre “realmente”, atravesada como está de momentos oníricos. ¿Cómo aseverar, entonces, que Lee realmente ingresa a la celda para tener sexo con él?

Sí puede corroborarse que en esta secuela Joker no mata. A nadie. Y parece que esto es algo que no le perdonan no solo los demás personajes, sino también muchos espectadores. En la época del cine “on-demand”, en donde se paga por películas pre-masticadas, ¿qué lugar ocupa un film como Joker: Folie à Deux? Ocupa el lugar de la espina molesta, la que desdice lo que de ella se espera y, al hacerlo, arroja un dardo sobre el cine que la rodea. Sería raro que la Warner vuelva a permitirse un desliz semejante. Solo por eso, Joker: Folie à Deux debiera ser reconocida como una de las mejores películas del más reciente cine norteamericano.

Guasón 2 

9 puntos

(Joker: Folie à Deux)

EE.UU./Canadá, 2024

Dirección: Todd Phillips.

Guion: Scott Silver, Todd Phillips.

Música: Hildus Gonadóttir.

Fotografía: Lawrence Sher.

Montaje: Jeff Groth.

Intérpretes: Joaquin Phoenix, Lady Gaga, Brendan Gleeson, Catherine Keener, Zazie Beets, Steve Coogan.