Tuvimos una semana colmada de noticias sobre las distintas tomas de universidades que surgieron como respuesta al veto a la Ley de Financiamiento Universitario. Si mal no recuerdo, desde 2001 que no sucedía un movimiento tan fuerte de protesta. Me tiene tan pendiente este tema y estoy tan conmovida por la respuesta estudiantil, que sentí que era necesario volver a escribir sobre lo que está pasando.

Según trascendió por un relevamiento de la FUA, hay más de 30 facultades tomadas por el conflicto (serían más de 60, según la Izquierda). Nunca se vio un movimiento así, tan extendido. Por primera vez, por ejemplo, la Universidad de San Martín (UNSAM) está tomada por estudiantes que cuentan con el apoyo docente y no docente. No había ocurrido nada parecido en sus 22 años de historia ni había habido una asamblea tan masiva. La Universidad de La Matanza es otro ejemplo. Y lo que se está viendo en los distintos centros educativos es que con o sin toma, en todo el país existe una fuerte movilización y visibilización del conflicto mediante distintos recursos: charlas, asambleas, clases públicas, etc.

Seguramente haya lugares en los que se discuta si una toma es la mejor manera de defender a la universidad, pero es cierto que en mayor o menor medida todos los actores están involucrados en la situación que los afecta: docentes, no docentes y estudiantes se ven perjudicados si no hay presupuesto. Todos, además, saben en carne propia que lo que el Gobierno argumenta para vetar la ley es falso y son enunciados que buscan desinformar para correr el arco. Sé perfectamente la indignación que provoca que alguien nos mienta en la cara, así que celebro que, frente a ese gesto tramposo, la respuesta sea alguna forma de protesta organizada.

Hablando de falsedades, sin ir más lejos, en la inauguración del Palacio Libertad, el presidente afirmó que las universidades públicas solo les sirven a los hijos de los ricos y de la clase madia alta. Entre las distintas respuestas inmediatas que recibió, me llamó la atención el relevamiento interno hecho en la Universidad de General Sarmiento, que desmiente estas patochadas: 8 de cada 10 estudiantes y graduados son primera generación de universitarios en su familia. ¡Es un montón! También leía que el 89% de los graduados trabajaron durante su carrera y que el 48% de los estudiantes que trabajan lo hace más de 35 horas por semana. ¡Quiero creer que los hijos de la clase alta no tienen que buscar cátedras que funcionen después de las 16 horas porque estuvieron atendiendo llamadas en un callcenter de 8 a 15!

En este censo, se decía que solo 1 de cada 10 graduados de la UNGS dedicó tiempo completo a sus estudios y que la mitad de los recibidos accedieron a una o más becas de estudio de la universidad. Si le gustan tanto los números al gobierno, ¿no debería conocer estas cifras? Una vez más, los datos matan a las fake news.

Seguramente se pueden cuestionar un montón de situaciones o de fallas de las universidades. Se puede hasta pensar en el nivel de mayor o menor fracaso en la obtención del título, qué alternativas se proponen frente a la permanencia de aquellxs alumnxs a quienes les cuesta más recibirse, se puede discutir hasta si las acciones que se realizan para buscar mejorar el rendimiento académico de lxs estudiantes funcionan, incluso qué hacer frente a la realidad de que muchxs llegan con poca preparación para un nivel superior de estudios, pero si no se comparte el punto de partida de que un país que invierte en educación, crece, estamos en distintos debates. Y también estamos en frecuencias diferentes si el objetivo no sigue siendo democratizar y ampliar la posibilidad de estudiar de todas las personas, independientemente de su clase social y económica. Sería más útil que el gobierno se sincerara, ya que su estilo comunicacional es tan directo, y pusiera las cartas sobre la mesa: ¿no hay acá un plan de arancelamiento encubierto en estas medidas? ¡Que lo aclaren de una vez, así no perdemos tiempo y hablamos de lo que realmente hay que discutir!

Creo que fue muy evidente cómo, desde el gobierno, intentaron revertir la caída de su imagen pública gracias a los últimos acontecimientos enviando a sus “soldados libertarios” a intentan embarrar la cancha y enloquecer al oponente con su falta de argumentos y latiguillos irritantes. En esta oportunidad, mi impresión es que no les fue tan fácil. Me atrevo a decir que además quedaron muy expuestos, como es caso de Ramiro Marra en TN en el programa de Luciana Geuna, que terminó incomodado por la propia conductora que oficiaba como mediadora, pero que no pudo evitar corregir datos no comprobados o vagos. Tampoco, a mi entender, Marra salió muy bien parado en el cruce que tuvo con Isabel González Puente, presidenta del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA. Nunca ofreció respuestas a las preguntas concretas de cómo resolverán el problema presupuestario o por qué razón el gobierno quiere destruir a la educación universitaria pública. Estoy convencida de que no será la única aparición pública de González Puente, que resultó ser bastante incisiva al reclamarle al gobierno que si desean más auditorías en las universidades, las garanticen.

Tengo la sensación de que el gobierno se topó con un enemigo muy potente: los pibes y las pibas con sangre fresca, con energía, que no se comen una y están dispuestos a luchas de verdad por el futuro de nuestro país. Ellxs son lxs verdaderos patriotas y héroes, no lxs políticos rancios, panqueques y sin honor. No todo está perdido. Van a tener que cambiar su táctica, muchaches: ya no pueden ganar las discusiones y los debates enloqueciendo a la gente. Hoy necesitan pensar y quizá empezar a darse cuenta de que no se puede gobernar a pura imposición.