Después de vivir en Torremolinos y antes de instalarse en Puerta de Hierro, el largo exilio de Juan Domingo Perón en España incluyó también el paso por un discreto edificio del barrio El Viso de Madrid en el que tuvo una vecina impensada, admirada pero turbulenta: Ava Gardner. La actriz llevaba ya una década residiendo en la capital cuando Perón se mudó al departamento que estaba exactamente debajo del suyo en la calle Doctor Arce, a cien metros de la Plaza República Argentina y muy cerca del estadio Santiago Bernabéu. Los dos estaban lejos de su tierra.

Perón se acercaba a las siete décadas de vida y Gardner rondaba apenas cuatro, había entre ambos 27 años de diferencia y solo los separaba una losa entre el techo de uno y el piso de la otra. Pese a todo eso, el reconocido escritor cinematográfico Lee Server aseguró en su libro Love is Nothing que la convivencia inició muy bien: la actriz solía recibir de regalo empanadas hechas especialmente por Isabelita. Según Server, Perón sentía admiración por quien en ese entonces ya era toda una luminaria consagrada en la industria del cine. Un mito desprendido de este detalle sugiere, además, que la estima por Ava provenía de Eva, algo por cierto verosímil: Evita, actriz en sus inicios, fue contemporánea al ascenso meteórico de Gardner, quien se terminaría mudando a España en 1951, un año antes del fallecimiento de aquella. 

Ava Gardner había abandonado Los Ángeles para escapar del bullicio atronador de Hollywood, pero no así de vida social y las fiestas. Frank Sinatra, de quien se acababa de separar, la había bautizado con un enunciado que ella adoptó con orgullo para siempre: “El animal más bello del mundo”. En ese contexto, su departamento no tardó en convertirse en el epicentro de encuentros sin restricciones hasta altas horas de la madrugada. Mientras Madrid padecía las crudas restricciones políticas y sociales de la dictadura de Francisco Franco, la actriz anfitrionaba en el edificio de la calle Doctor Arce largas trasnoches en las que podían aparecer la bailarina Carmen Sevilla, la actriz Lola Flores, el actor Charles Heston y toreros como Luis Miguel Dominguín.

En ese tiempo de convivencia entre Gardner y Perón, el condominio estaba habitado también por Blas Piñar, primera línea del franquismo y posterior operador político de la derecha en la transición democrática. Luego se supo que una mucama de Ava reportaba como espía: el gobierno de Franco temía que esas noches de música, bebidas y encuentros fueron caldo para células comunistas. Naturalmente, todo eso incomodó a Perón, quien necesitaba recibir visitas políticas pero, al mismo tiempo, debía mantener un perfil discreto en el país que lo acogía con claras restricciones. Y para Ava, finalmente, no hubo Eva que bastara: la vida sobria y calculada de Perón en el edificio del barrio El Viso contrastaba con el torbellino desbordante que bramaba del piso Gardner. La convivencia, entonces, se desgajó a niveles irremediables.

La escalada de tensiones entre Ava Gardner y Juan Perón fue recreada con licencias poéticas por Arde Madrid, una serie española de 2018 basada en esa coincidencia tan particular entre dos reclusiones: la de una actriz consagrada que quiso escapar del starsystem del cine y la de un líder político y popular de un país que lo había desterrado. La saga de ocho capítulos muestra, también, dos maneras de transitar años crudos del franquismo según procedencias y circunstancias completamente opuestas a pesar de estar a centímetros de distancia: Gardner gozaba de muchas mayores libertadores que Perón, pero también de menos pruritos para exhibir sus intimidades. 

El imaginario popular ya había instalado una escena digna de cine: Perón ensayando en madrugada alocuciones a una multitud en la ventana de su departamento y Gardner insultándolo desde arriba al grito de “marica”, bronca acumulada por los aparentes llamados del primero a la Guardia Civil en algunas de esas noches de fiesta en Arce. Lamentablemente no perdura registro alguno de, aunque sea, una línea de diálogo entre Juan y Ava. Ni siquiera un recuerdo de algún testigo, que podría haber sido la propia Isabel o la misma mucama espía de la actriz. La narrativa nunca del todo confirmada, nunca del todo documentada, se construyó entre evidentes conflictos ideológicos y hasta cierta tensión sexual. La subtrama de dos personas de fuerte carácter emocional y hormonal. 

Con todo, los problemas acabaron en 1964, cuando Perón se muda al barrio Puerta de Hierro de Madrid: en abril de ese año escritura un lote a nombre de Isabel y comienza a construir un chalet de tres plantas en la calle Navalmanzano, bautizado Quinta 17 de Octubre. Fue su residencia más duradera en el exilio y la que ocupó hasta su regreso definitivo a Argentina, el 20 de junio de 1973. Y donde, después de una larga negociación, recibió el 3 de septiembre de 1971 el cuerpo de Eva, aquella que le hablaba de Ava con una admiración que, quizás, nunca pudo olvidar.