“Me cuesta pensar en la música si no es en diálogo con otros. El tambor no funciona en soledad, suena en el encuentro”, dice Nicolás Rivolt, director del grupo “La Dominga Ribera”, un colectivo de candombe que se junta en Tigre. Rivolt es músico y trabajador de la zona norte. Para él, la comparsa es un canal de comunicación y expresión grupal en tiempos donde reina la individualidad.
Oriundo de San Fernando, dice que elige vivir ahí. “Las calles de adoquines, el río, las murgas sonando de fondo. La cercanía con Uruguay. Todo ese paisaje está presente y disfruto mucho de poder sumar a la cultura de mi barrio. Es difícil por momentos, todo está centralizado en capital y muchos artistas que son de acá eligen o necesitan irse para CABA. Sumado a que se clausuraron muchos espacios dónde tocábamos”, explica. Pero los domingos a la tarde, las calles de Tigre se llenan de tambores. El candombe toma el barrio.
El colectivo comenzó durante la pandemia. Con las primeras aperturas de la cuarentena. Se compuso al principio de sus alumnos del taller y de amigos que había conocido en otras comparsas. “Buscamos un lugar al aire libre, un poco alejado de las zonas más residenciales, llegamos hasta lo que hoy es nuestro lugar de ensayo en Tigre. Una cortada rodeada de guarderías náuticas muy cerquita del río, pero obviamente sin posibilidad de acceso. Problemática que se da en toda la zona donde las costas deberían ser públicas, pero generalmente terminan en manos de negocios inmobiliarios. Los vecinos nos recibieron bien, en ese momento de pandemia la gente habitaba mucho las plazas y espacios públicos. Incluso algunos se quisieron sumar y ante esas ganas fue que empezamos a dar talleres para aprender a tocar ahí mismo en la calle”, cuenta Rivolt.
Al año se formaron como comparsa oficialmente. Se organizaron para mantener y dejar los espacios de ensayo y recorrido limpios, para hacer encuentros y formaciones con otras comparsas. “La Dominga se volvió una familia para muchos, un lugar de contención, de descarga, para ir a tomar un mate, a bailar o a tocar”, relata.
La identidad de la Dominga se entreteje entre la ribera y la ciudad. Hoy forman parte del colectivo cuarenta personas de todas las edades. “Entre todos hemos generado una red de contención, nos ayudamos, hemos hecho rifas para comprar o reparar instrumentos”, dice.
San Fernando fue tierra de murga y en el recuerdo de Rivolt la murga conurbana sigue sonando. El llegó al candombe trabajando en un espacio comunitario en donde había un uruguayo. “Yo lo aprendí en un taller de jóvenes y me enamoré. Elegimos el candombe. Es un estilo muy novedoso acá, de hecho a la gente le llama mucho la atención porque se toca con tambores de madera que se afinan con fuego”, relata.
El candombe es un género afro uruguayo. “En un conventillo de Montevideo que se llamaba Mediomundo, donde se juntaban a tocar primero los esclavos afro descendientes y después las distintas comparsas, era un templo del candombe y la cultura afrouruguaya. En 1978, la dictadura los desaloja de una forma terrible y ahí el candombe se expande como forma de resistencia por todo el Uruguay. Pero podían ir presos por tocar. Hoy nosotros tenemos la posibilidad de tocar en la calle sin exponernos a esa violencia”, dice.
En la comparsa hay distintos roles. Rivolt es el director musical, otra de las compañeras hace la dirección de la danza y luego hay tareas repartidas de logística y de organización. “La dirección musical son arreglos de cortes, la comparsa va caminando y va tocando. Todos juntos, al mismo tiempo. Yo voy eligiendo en qué momento frenamos, en qué momento tiramos algún corte o cerramos”, cuenta.
La cercanía con el río y la isla se hace sentir en los ritmos que suenan. El candombe dice Rivolt también fue una forma de visibilizar y poner el cuerpo a muchas luchas.” Por ejemplo, la ley de humedales. Para nosotros es importante habitar la calle que es nuestra, generar un espacio sano y libre de violencia para toda la comunidad y seguir fomentando esta cultura que tanto nos identifica. Hoy nos colgamos el tambor con otros derechos y también otras problemáticas”, dice.
Hoy en día también lidian con la invasión turística que produce el puerto de frutos. “Es una situación que genera malestar en los vecinos. La gente viene, estaciona dónde quiere, tira basura por todos lados. La verdad es que nos cuesta bastante esa convivencia porque estamos muy cerquita y nosotros a veces llegamos al ensayo y tenemos todo estacionado de autos. La policía antes nos corría, pero ahora ya nos deja tocar”, agrega.
“Hoy en Tigre todos los domingos del año se escuchan los tambores como cuando yo era chico y escuchaba de lejos a las murgas de mi barrio”, finaliza Rivolt, con una sonrisa en la cara.