Llegan informes a esta columna según los cuales los gobiernos de Argentina y de Francia firmarían –o ya firmaron– una carta de intención para la compra de tres submarinos Scorpène para la Armada, llave en mano y con nula participación industrial argentina.

Los números que se manejan rondan los 2.000 millones de dólares, y al respecto expertos consultados por esta columna –como uno que responde al apelativo “Popeye”– coinciden por lo menos en dos cosas:

1º) Que los submarinos modernos se construyen muy lentamente, y que en los astilleros de Toulon, Francia, se sabe que hay consultas de la Argentina y que las listas de espera suelen ser muy prolongadas.

2º) Que para las supuestas adquisiciones argentinas no hay todavía contratos vinculantes, aunque es evidente que la Marina Nacional necesita submarinos, pero tal vez de otros tipos, no sea que se acabe pagando lo que pagó Grecia cuando la brutal crisis de septiembre de 2008 dejó al país de Homero en ruinas y quebrados al centenario Banco Lehman Brothers y varios fondos de inversión, con lo que miles de personas en decenas de países se fundieron sin remedio.

Por cierto en Grecia –explica Popeye– el desmoronamiento de la hasta entonces pujante clase media griega en la pobreza estuvo vinculada a la construcción de 11 submarinos alemanes Howaldtswerke-Deutsche Werft (HDW) cuya frustración tuvo casi todo que ver con el desastre de cuando Grecia se quedó sin fondos y sin submarinos. Lo que es gravísimo para ese país, que tiene decenas de islas a defender y vive bajo amenaza de guerra perenne con la vecina y muy poderosa Turquía.

Este ejemplo extremo –asegura Olivio, otro experto consultado– “es en sí una clara advertencia de lo que no hay que hacer, porque con muy poco astillero propio y sin industria local, los griegos compraron los 11 submarinos a Alemania, que de la noche a la mañana se volvieron impagables. Y cuando Berlín exigió los pagos, de hecho esos 11 submarinos hundieron al comprador”.

Desde luego que semejante horror no tiene por qué repetirse en nuestras costas patagónicas, pero los submarinos –o al menos el negociazo que suelen ser– no son fija en ningún país. Ahí está nuestro vecino Brasil, donde entienden mucho mejor los negocios tecnológicos y tanto así que ya están avanzados en la construcción de 4 submarinos Scorpène para su Armada, encargados al mismo proveedor que atiende a la Argentina: el Naval Group, que es el complejo de astilleros más viejo del mundo, fundado en Francia nada menos que por el Cardenal Richelieu hace 400 años. O sea 4 siglos que eximirían al célebre Cardenal del disgusto de saber que su Diréction des Constructions et Armes Navales (DCAN) ahora tiene nombre inglés. Pero lo cual se compensa con la satisfacción de que semejante empresa naviera sigue siendo francesa, estatal, e incluso reemplazó a Alemania como mejor fabricante de submarinos de Occidente.

De todos modos, los 4 Scorpène brasileños se han venido construyendo no en Francia sino en Brasil, o sea en casa propia. Llamados “Clase Riachuelo” y con peso de 1.900 toneladas cada uno, son de mayor desplazamiento y autonomía que los franceses. De hecho tres de ellos ya están operativos y el último a punto de entregarse, pero no por demora sino porque tecnológicamente es mucho más complejo. Se trata del “Almirante Alvaro Alberto”, construído en el gran astillero de Itaguaí, Río de Janeiro.

“El Alberto”, como lo llaman, constituye una clase propia y muy original. Con entre 4.000 y 6.000 toneladas no sólo es mayor en desplazamiento, sino que tiene motor nuclear, también hecho en Brasil. Por lo que nada indica que vaya a ser el último submarino nuclear carioca. Y es que el hermano país tiene ya una sólida experiencia en la materia porque viene construyendo submarinos diésel eléctricos desde 1973. Pasó sucesivamente por las clases Humaitá, Tupí y Tikuna, todos derivados del muy popular Type 209 alemán, que es el submarino más exportado desde la posguerra y, según expertos, “excelente como costero defensivo por su tamaño, baterías y autonomía”.

Para enmarcar debidamente la posición de nuestro país en esta materia, esta columna buscó ilustrar al Soberano (o lo que quede, tras el vendaval Milei) en el sentido de que lo que debería hacer la Argentina es entender cómo el colosal vecino ha desarrollado conciencia marina. Y es que Brasil tiene 7400 kms. de costas, una industria pesquera valuada en 150.000 millones de dólares, negocios petroleros offshore por más de U$ 420.000 millones/año, y larguísimas rutas de ultramar que vinculan al país con África, América del Norte, Europa y Medio y Lejano Oriente. Por esas vías en 2023 transitaron U$ 626.807 millones, sumando exportación e importación.

Hoy se trata de unos 1.200 billones de dólares/año, que son bastante más que el contrato inicial de U$ 7.000 millones por transferencia de tecnología y capacitaciones que firmó Dilma Rousseff con Naval Group. Y contrato que Francia viene cumpliendo impecablemente, para poca felicidad de los EEUU y con Brasil pagando todo sin despeinarse.

Y es que allí, además, nadie objeta el programa Prosub que hace años inició Rousseff. No lo hizo ni siquiera Michel Temer, el presidente golpista que la sustituyó, y tampoco Jair Bolsonaro, el ex-capitán libertario y también demente que reemplazó al golpista.

Lo cierto es que semejante paquete de negocios, que define el control de los océanos, genera su propio lobby. Hacia adentro se defiende solo, pero mejor con 8 submarinos como tiene Brasil ahora, y además un astillero y una cadena local de proveedores que generó miles de puestos de trabajo calificados en empresas siderúrgicas, metalúrgicas, metalmecánicas, electrónicas y sigue la lista.

El enlace entre ese programa Prosub y el nuclear es de triple vía: la empresa que fabrica los cascos de los clase Riachuelo es Furnás, que nació como proveedora de los componentes pesados de las centrales nucleares. A su vez, la capacitación en motorización nuclear hará que en un futuro Brasil pueda diseñar sus propias centrales nucleares tipo PWR, en lugar de comprarlas llave en mano a EEUU o Alemania.

Por último, debe considerarse el combustible estratégico que es el uranio enriquecido en el país. Las dos plantas nucleoeléctricas activas de Brasil –Angras 1 y 2– como la Angra 3 que sigue incompleta desde los ’80, y como los submarinos clase “Alberto”, queman enriquecido nacional al límite al que EEUU los deja enriquecer sin mandar a los marines.

Brasil enriquece uranio desde los años ’80. Se sobrepuso a aprietes, zancadillas y tackles diplomáticos que lo atrasaron, y por eso todavía no termina de desarrollar su potencial. Pero su desarrollo parece firme porque Indústrias Nucleares do Brasil (INB) es la dueña estatal de la FCN (Fábrica de Combustível Nuclear) en Resende, Río de Janeiro. En tiempos de Dilma, INB firmó la construcción de la segunda etapa de Resende con Amazônia Azul Tecnologias de Defesa (Amazul), especie de INVAP brasileño especializado en Defensa.

Todo eso ha dado agua también para nuestro molino: durante la primera presidencia de Lula, Brasil suministró a la Argentina el uranio enriquecido para el núcleo de la centralita nuclear compacta CAREM. Y es que Brasil es consciente de que le conviene tener un experto nuclear de cercanías como Argentina. Eso es un socio. O sea eso que la torpeza y bestialidad de un presidente como nuestro Brutus jamás será capaz siquiera de entender.

Es inevitable y odioso subrayar la diferencia abismal entre lo que nos pasó a nosotros en Malvinas y el presente brasileño. Hoy la tecnología ya la tienen asimilada y pagada. Y en lugar de aumentar la deuda, aseguran sus intereses marinos haciendo crecer su planta industrial, el empleo y el PBI. En cambio, el gobierno argie actual parece seguir optando por el modelo griego, en el cual el comprador estúpidamente prefiere naufragar. @