Tras ocho años sin dirigir en la Argentina, Alejandro Agresti está de vuelta: el jueves próximo estrenará Lo que quisimos ser, un film intimista en el que Luis Rubio y Eleonora Wexler componen a un hombre y una mujer que se conocen en el cine y que desde ese momento deciden encontrarse en un bar cada jueves de cada semana. Allí entablan una relación estableciendo un pacto y los dos se dejan llevar por los sueños y la imaginación antes que por la realidad cotidiana. Se podría decir que son dos seres ordinarios que planean encuentros extraordinarios, donde el amor es el motor emocional que los convoca a sentarse una vez por semana frente a frente en un bar a charlar y dar rienda suelta a su imaginación. Pero también a sus sentimientos. 

Agresti vivió entre Estados Unidos y Holanda varios años. Volvió a la Argentina y decidió afincarse en el país entre Buenos Aires y Mar de Ajó. Reconoce que tener una hija chica lo hace disfrutar mucho de la casa de la costa Atlántica y la crianza fue el motivo por el que demoró ocho años en volver a dirigir. Pero siguió escribiendo, porque la literatura es su otra pasión. Ubicado en la generación previa al Nuevo Cine Argentino, el director de Buenos Aires viceversa, El viento se llevó lo que y Valentín, entre otros largometrajes nacionales, llegó a estar detrás de cámara en La casa del lago (The Lake House), un drama romántico filmado en el estado de Illinois y protagonizado por Keanu Reeves y Sandra Bullock, con Dylan Walsh, Shohreh Aghdashloo y Christopher Plummer interpretando personajes secundarios. El film se estrenó en 2006. Lo que quisimos ser es también, a su manera, una historia romántica que desnuda las emociones de dos seres dispuestos a enamorarse.

A la hora de contar cómo nació la idea de su nueva película, Agresti señala varias situaciones, no algo puntual. "Me gustan los bares de acá y de cualquier lado y siempre curioseo qué dicen los que están allí, qué relación tienen; a veces, no se hablan, otras lo hacen acaloradamente y, a veces, descubrís algún conflicto. Me gusta observar en los bares. Y me gusta filmar películas en bares", explica.

Por otro lado, Lo que quisimos ser surge en estos tiempos de las redes sociales, donde la gente se conoce a través del mundo virtual. "Por eso, la basé en 1998 para que eso no entrara. Pero es lo que hace un poco todo el mundo hoy en día: vincularse. Y al vincularse de esa manera, no cara a cara, es como que se pintan, esconden un poquito la verdad. Esto es más cara a cara. Encima, es un pacto: 'Vamos a decirnos la verdad y sin mentirnos'. Y creerle uno al otro. Por lo general, lo que invade eso es la realidad. Cuando uno entra en la realidad, muchas veces hace fracasar todo. Por ejemplo, cuando conocés a alguien no sabés al principio todos sus detalles. Cada vez que vas descubriendo más la realidad del otro, te va achicando las chances de tener el entusiasmo de poder llegar a ser algo de lo que realmente querés y haber encontrado esa persona que crea y que te impulse y que te aliente", analiza Agresti. 

-Es cierto lo que mencionás de las redes sociales porque estos personajes se escriben en servilletas, y también, en determinado momento de ausencia, ella se hace presente a través de un emisario. Es interesante cómo planteas el tema de la comunicación humana sobre todo por cómo se perdió todo eso con el mundo digital y virtual.

-Quedamos anulados, en gran parte porque sin querer o queriendo o por socializar debemos atenernos a ciertas pautas que son nuevas y que realmente son conveniencias que no creo que nos hagan del todo bien. O sea, partamos de la base de cuánto podemos pensar por nosotros mismos aparte de las redes, medios de comunicación, plataformas, canales, información en general. Uno prende la computadora porque quiere escribirle a un amigo y lo primero que ve es que a Fulana de tal "le pasó esto" y, sin querer, se engancha y lo lee. Tal persona opina tal cosa, "todo es un desastre", "todo es tan maravilloso". Uno dice: "¿Qué pasa? ¿Soy un receptor de información y cuánto tiempo tengo para pensar yo mismo lo que quiero y lo que soy?". Porque no solo es que uno no tiene tiempo para pensar sino que pasa a ser algo en relación al otro. Uno no es un omnipotente seguro de lo que es. Uno no sabe. Bueno, hay gente que es psicoanalista para eso. No sé si le sirve o no pero por lo menos lo hace nadar hasta la semana que viene con cierta ilusión. Entonces, no hay tiempo para el juicio personal y meterse adentro. Por eso, hay cosas tan obvias como la meditación y todo lo demás que, de golpe, surge, y tenés que ser moneda corriente porque si vivís en el campo o vivís alejado de todo este medio es automático pensar. Un campesino no tiene anulado el cerebro. Es un tipo más atento a sí mismo.

-¿La película habla de dejarse llevar por los sueños antes que por el destino?

-Habría que ver qué es el destino y si existe. No creo que el destino esté marcado. Hay un destino marcado, que es el de morir: todos nos vamos a morir. Ese es el único destino. Y uno sigue viviendo porque es un reto. Pero no creo en ese tipo de destino. Creo que uno hace el propio.

-En las primeras charlas, ella dice que hay algunos actores que no tienen personalidad en la vida real. ¿Qué pensás de eso?

-No, no estoy de acuerdo. Conozco muchos actores que no tienen nada que ver con eso. Pero es un cotilleo. Por supuesto, está estructurado en base a que ellos lleguen al juego. Todos somos un poco actores, como relativizando eso en parte y diciendo. "¿Quién realmente tiene personalidad en este mundo? ¿Quién no tiene que cambiar un poquito en relación con quien esté?"

-¿Crees que todos somos un poco actores? De alguna manera, todos nos ponemos una máscara...

-Eso sí, seguro. Tenemos que serlo. Tenés que ir con un saco y una corbata a trabajar. Hasta el vestuario, ¿no?

-¿La imaginación salva al ser humano de lo mundano de la vida?

-Absolutamente. Y cada vez más. Hay que ver qué te inspira la imaginación porque la imaginación no es totalmente de uno. Según el contexto, porque la imaginación también puede estar contaminada. Si hablás todos los días con cinco personas que piensan así o asá, tu imaginación va a partir de esos pensamientos que te bombardean todo el día. No vas a poder escapar tan fácil y abstraer algo realmente tuyo. Pero lo único que te salva es la imaginación. Es pensar lo que podría ser, lo que podrías hacer. Y cada vez más. Volvemos al bombardeo constante de qué tenés que ser. Bueno, ella lo dice al principio también: la familia, el contexto te hacen actuar de una manera. Nadie es libre. Estos dos personajes tienen esta situación particular, donde realmente pueden. Y, a veces se hace divertida y, a veces, se sufre. Pero es parte de la vida. En el balance , ellos eligen eso. Hasta...

-Como artista, ¿pensás la imaginación como amiga de la creatividad?

-Es lo mismo. Por supuesto que hablamos de ideas: la creatividad de un arquitecto, un ingeniero, un cineasta o un escritor. Por lo general, la creatividad o la creación viene de agarrar cosas muy distintas que parece que no tienen nada que ver y juntarlas. Ahí realmente creás algo nuevo. Es partir de cosas muy diferentes que parecen estar divorciadas y poder cristalizarlas. Son cosas dispares que cuando hay un cerebro que junta todo eso y lo cristaliza es realmente un producto creativo.

-Lo que quisimos ser es una película con bastantes diálogos. ¿Cómo fue en ese sentido el trabajo con los actores y por qué pensaste en Eleonora Wexler y Luis Rubio?

-Como siempre es un guión con sus diálogos. No había espacios para improvisar ni nada, sino que era un mecanismo que había que llevarlo adelante ensayando y viendo. Eleonora tuvo el guión muchos meses antes. Ibamos hablando, a veces, todos los días. Hablábamos por teléfono y después nos juntábamos. Las caras son paisajes. La gente piensa que un paisaje es solamente La Pampa y un árbol y el contemplar. Acá estaba el trabajo de Eleonora en cada pestañeo, cambio de mirada, gesto, boca. Son paisajes. Aparte, no era hacerse el loco con la cámara, ni el pirotécnico, ni ir con los drones y todo lo demás que parece estar vendiendo espejitos. Era calcular sutilmente el lente, era ir y venir, no hacer mersada sino mantenerse simple. Después, con Luis, lo mismo. A Luis lo tenía desde el principio en la cabeza porque lo había visto en reportajes y dije: " Este tipo tiene una ternura y algo adentro". Una directora de casting norteamericana, cuando yo trabajaba en Estados Unidos, me dijo: "Cada vez que tengo un personaje dramático primero casteo o pruebo a cómicos".

-¿Por qué?

-Al principio, te choca. Pero ella me decía que tienen una sensibilidad y muchísimo más espectro. Si el texto es dramático, los cómicos son mucho más dóciles para entenderlo. Tienen eso y no sé si un actor dramático puede ser cómico. Pero el cómico va a poder tener esa otra parte. Y conmueve más. Tiene una relación más directa con el público. Luis estaba muy contento con el libro, pero siendo un tipo tan lindo y tan sincero, me dijo: "Ale, no sé cómo voy a hacer las escenas dramáticas porque yo no lloro ni en la vida real". "Vas a llorar", le dije. Fue muy lindo cuando llegamos a esas escenas que las veníamos ensayando y viendo, pero una vez que le puse la cámara, con la magia de Eleonora que la tenía enfrente y cositas que uno decía mientras filmaba, no le alcanzaban las servilletas para secarse los ojos. Cuando dije: "Corten", todos aplaudieron y le dije: "¿Ves pelotudo que ibas a llorar?" (risas). 

-Pasaron nueve años desde el estreno de Mecánica popular. ¿Por qué esa espera?

-Varias cosas. Primero que edité cuatro o cinco novelas, y me gusta escribir. Pero aparte tengo una nena chiquitita. Y tengo otros tres hijos. Uno de ellos, Antonio, actúa en la película. Y la verdad es que trabajando y viajando de un lado para otro nunca les pude dedicar el tiempo que quería. Y, además, no me gusta hacer una película atrás de otra porque me gusta dedicarle tiempo. Y disfrutarla. No es ningún sacrificio.

-¿Qué te permite expresar el cine que no podés con la literatura y viceversa?

-Digamos que la literatura te da más libertad en cuanto a que no necesitás dinero. Necesitás una lapicera y un papel y tenés más libertad creativa en cuanto al dinero, el presupuesto, podés imaginarte lo que quieras, escribirlo y sale lo mismo todo. El cine está restringido por eso, sobre todo por los presupuestos. Y son expresiones distintas. Es lo mismo que me preguntes: ¿Y la música qué te da? Yo toco el violín, por ejemplo. Son expresiones diferentes que, a veces, se complementan. La verdad es que en el cine se complementan el trabajo literario, la escritura de guión, la escritura de novela, música. No sé, tendría que pensar qué me da uno, qué me da el otro, pero para mí siempre están separados.

-Además de tu filmografía en Argentina, trabajaste en Europa y en Hollywood. ¿En qué lugar te sentiste más cómodo como cineasta?

-Me siento más cómodo en Argentina porque soy argentino, pero también me sentí muy cómodo en Estados Unidos. A Estados Unidos le tenía miedo, pero no es ningún cuco. Lo que es un cuco es Hollywood. Es una mierda, es todo guita y es todo posesión y aparentar. Yo, por lo menos, no me siento cómodo, me asfixia. Pero al momento de poner la cámara, ir a trabajar, ensayar, hacer la película, montarla está bueno eso porque tenés muchas herramientas. Por lo menos, yo las tuve porque La casa del lago era una película de mucho presupuesto. Eso te hace aprender y te hace aprender a manejar esas herramientas. Los fines de semana estando en Hollywood te vas a Santa Mónica, a Santa Bárbara, pero el medio ambiente de Hollywood es tremendo. Están demasiado enfermos por la guita, el poder, la apariencia. Y eso no tiene que ver conmigo.      

La mirada política

En algunas de sus películas, Alejandro Agresti planteó su mirada política. El director, en su juventud, militó políticamente. ¿Qué piensa Agresti del país? "No veo noticieros desde hace dos años porque me hacían mal. Todos todos gritan. Hay un nivel de odio, un binario nivel de odio y de mentiras, porque todos mienten de todos lados, que dije: 'Esto me hace mal, me vuelve loco'. Prefiero estar con mi hija, cuidarla, ir al mar, como me fui, y escribir novelas porque si no la cabeza me explota", afirma Agresti. "Yo siempre voy a conservar mi izquierda romántica muy adentro de mi corazón. Y si me decís hoy qué pienso del país, te digo que tenemos 60 por ciento de pobreza. Y eso lo ves en la gente y me rompe la cabeza. O me rompe el corazón en algunos momentos", concluye Agresti.