Milei asumió en diciembre y estamos en octubre. Habrá que estar atento a las estadísticas de los nombres por año, para saber cómo creció -y si creció- la cantidad de niños y niñas llamados Javier o Javiera. Este es el mes. Atentos a los estadísticos.
Si el clima de victoria se reflejó en la reproducción de esas familias, es algo que se verá a futuro; muchos amigos dudan de eso, porque han construido un arquetipo de sujeto libertario como el de un joven varón solterísimo, con la autoestima alta, fanático de los videojuegos y la tecnología (y si tiene acceso, de las crypto), alguien que se ha convencido de que el único límite al éxito es la propia carencia de esfuerzo o talento. Como señala mi amiga Laura Pasquali, hay un factor ideológico que es muy importante: el desprecio por las iniciativas colectivas o comunitarias, exacerbado cuando se trata de sindicatos, vecinales o cooperativas. Para ellos Elon Musk es la suma de Henry Ford y Albert Einstein.
Pero nosotros sabemos que el mensaje del especialista en crecimiento con y sin dinero caló hondo en amplios sectores de la sociedad que trascienden al arquetipo, al que podríamos llamar “pibe motosierra” para remedar aquel hallazgo que fue “el pibe gol” del kirchnerismo, del blog “conurbanos”. Todos conocemos hombres casados, jubilados, comerciantes, mujeres, maestras, motoqueros de Rappi y hasta empleados públicos o de oficios que viven de los subsidios estatales, como es el caso de colectiveros o empleados de las empresas de energía que lo votaron y creyeron que se venía un tiempo propicio de la mano de las libertades que este gobierno inauguraría.
¿Y si sale mal?
Según dicen muchos economistas, el modelo implementado desde la Casa Rosada tiene fuertes inconsistencias, o sea, puede salir mal de acuerdo a los propios parámetros de quienes lo implementen. Puede haber más inflación, puede haber más fuga de capitales, puede haber (aún más) recesión. Eso tendría consecuencias enormemente dañinas para el tejido económico y social argentino. La pregunta que nos hacíamos con unos amigos era ¿cómo reaccionarán esos jóvenes libertarios?
Desde algún sector del peronismo, la izquierda y el progresismo se caracteriza al votante de Milei -y especialmente a ese hombre joven arquetípico- como alguien que, empapado del discurso violento que se promueve desde las usinas del pensamiento cercanas al presidente, puede ser el agente de una violencia social generalizada, antipobre, anti diversidades, anti jubilado, etc. Como alguien que puede salir a defender a un gobierno de paranoicos (que lo es) de lo que ellos consideren un ataque (para un paranoico, cualquier cosa puede serlo).
En este contexto quisiera incluir una alternativa que no ha sido suficientemente evaluada, respecto de otros caminos posibles que puede tomar el votante de Milei -en general- ante una eventual crisis del experimento libertario en Argentina.
De alguna manera y se ha dicho mucho, Milei incluyó a todos esos actores sociales en unos diálogos. Los hizo parte de su colectivo, les habló directamente a ellos y ellos sintieron esa voz como la de alguien que interpretaba lo que les estaba pasando. Y muchos de ellos incorporaron un lote de clichés que Milei tomó del viejo pensamiento liberal argentino: 70 años de peronismo, el Estado es ineficiente y te roba, lo que te falta lo tiene el subsidiado (mirando para otro lado respecto del subsidio recibido), la inflación es causa de la emisión, y el lector sabrá agregar los suyos.
Pero junto a estos lugares comunes, el discurso libertario instaló un componente que puede ser traumático para muchos: meritocracia, carrera de los talentos, el éxito es fruto del esfuerzo. Todo esto tiene su contraparte: no llega el que no se esfuerza, no triunfa el que no tiene talento.
En el discurso de Milei no hay lugar para la derrota de los propios, porque además “la victoria no depende de la cantidad de guerreros sino de las fuerzas del cielo”. ¿Y si las fuerzas del cielo no alcanzan para todos?
Los discursos populistas y de izquierda tienen algo para decirle al derrotado (juntarse, ayudarse, luchar, etc) mientras que al discurso libertario le cuesta convivir con un “otro” cercano, que no sea un socio o un empleado.
¿Dije traumático? sí. Porque si el experimento sale mal (y un detalle: sabemos que aun si sale bien puede quedar el tendal de desocupación y una gran caída de la actividad para muchos sectores) ¿para dónde saldrán esos sujetos que creyeron ese discurso y en un tris verán derrumbarse sus ingresos a causa del fracaso -o paradojalmente, del éxito, como puede verse en la relación de los taxistas vieja escuela con Uber- de una construcción ideológica que asumieron como propia?
Como dije antes, muchos amigos piensan en la salida violenta, Munich 1933, villeros en vez de judíos, gays en vez de gitanos, jubilados en vez de comunistas. Pero yo me permito imaginar un escenario distinto: el de la depresión.
Si hay un sujeto ético esas personas podrán pensar su debacle económica como su propio fracaso, como un “no estar a la altura” de lo que la situación esperaba de ellos, un descubrimiento de que finalmente el mercado les abrió sus puertas y ellos no estaban preparados para triunfar con las nuevas reglas.
Se sintieron cómodos dialogando con el corpus ideológico y gestual de Milei, pero cuando el modelo comenzó a ponerse en marcha, hacía falta algo más que discurso anticasta y antiestado: había que saber vender el propio producto -o la mano de obra- en un marco económico recesivo… y probablemente no se pueda.
En ese contexto, creo que debemos pensar que la violencia no es la única salida para esos vencedores hoy vencidos. Existe la posibilidad de que se replieguen sobre sí mismos y asuman su incapacidad, como esos jugadores que dicen “no pusimos lo suficiente”, “no corrimos”, “cometimos errores que nos costaron caro”.
Porque no hablo del que se sintió engañado (algo que en definitiva puede ser una coartada exculpatoria) sino de quien aceptó las reglas del juego y se quedó corto, de alguien que sienta que no dio la talla.
Tampoco es que nos parezca una buena escena la de una horda de deprimidos con tendencia a los psicofármacos, pero convengamos que no es lo mismo para algunos actores sociales consolidados como víctimas callejeras (gays, lesbianas, cartoneros, indigentes, etc) compartir la escena pública con bandas de libertarios fracasados violentos, que compartirlas con grupos de desocupados bajoneados.
Se vienen desafíos interesantes para quienes busquen cohesionar socialmente a la sociedad argentina, dado que las tendencias que se visualizan a primera vista tienden a acrecentar la fragmentación social e ideológica en el marco de una crisis social de la que muchos actores con fuerte protagonismo no asumen sus responsabilidades.
Habrá que ver qué abanico de reacciones aparecen entre quienes se empoderaron ante el nuevo escenario -al que ayudaron a construir con su voto y su opinión- si es que quedan fuera de un modelo que incluso para sus mismos propagandistas, vino a prometer un largo tiempo de sacrificio y austeridad.