“Patria y Hogar, todo ello iluminado por nuestro Señor Jesucristo”, así rezaba el comunicado de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) que se atribuía los asesinatos de Pedro Barraza y Carlos Laham, una pareja de putos peronistas —así se autodefinían, rompiendo los moldes de lo que representaba ser peronista en aquellos tiempos—.
“Sepa el pueblo argentino”, se halagaban y prometían proteger a los “verdaderos patriotas” de los “bolches asesinos”. Los cuerpos de la pareja del periodista y el fotógrafo fueron encontrados el 13 de octubre de 1974 y su tragedia resuena con timbre de retroceso en un contexto donde nuevamente la diversidad sexual es atacada y el periodismo también es acusado de pecador. ¿Quiénes eran Pedro y Carlos y cómo podemos pensar su tragedia 50 años después?
En su libro “Operación Vallese”, el escritor y periodista argentino Pablo Waissberg ofrece un retrato desgarrador de cómo encontraron los cuerpos de Pedro y Carlos. La brutalidad del ataque no deja dudas sobre el odio detrás del crimen.
“Pedro Leopoldo Barraza y Carlos Ernesto Laham ya no son lo que eran. Sus cuerpos están tirados en un predio municipal de Villa Soldati, sobre la avenida 27 de febrero. Pedro tiene 36 años y 25 orificios de bala, muchos de ellos en la cabeza; lo ametrallaron. También le dispararon con una escopeta, a corta distancia. Lo van a tener que velar a cajón cerrado. Carlos casi llega a cumplir 21 y le metieron 55 balazos. Una cinta adhesiva le cubre la mirada”, así comienza el libro “Operación Vallese. Barraza, el hombre detrás de la historia”, que incluye un detallado perfil de Pedro y su relación con Carlos, así como también incluye la investigación que le costó la vida.
Carlos vivía abiertamente su identidad, sin ocultar ni su orientación ni su activismo, algo que la represión de la época no podía tolerar, sobre todo luego de su retorno de Europa; se había ido desentendido de la política y abrazando otras militancias: la desnudez, el porro y la vida libre. La investigación de Pedro Barraza sobre la tortura y desaparición de Felipe Vallese, un joven sindicalista de la metalurgia, se publicó en 1963 en los periódicos Compañero y 18 de marzo, entre el 12 de febrero y el 23 de julio.
En sus crónicas, que entregaba a las apuradas y enviaba desde lo que se supone era un lugar de clandestinidad cerca de Tigre, Provincia de Buenos Aires, detallan con pericia el infierno que Felipe Vallese vivió como respuesta a su compromiso sindical. Pedro señala con nombre y apellido a los responsables del horror y su investigación sirvió para poder demandar acción judicial y que el crimen no quede en la nada.
Juan Fiorillo, jefe de la Brigada de Servicios Externos, y otros cinco policías involucrados fueron destacados por Barraza. En 1971, Fiorillo fue condenado a 3 años de prisión, pero no los cumplió. Fue liberado poco antes del asesinato de la pareja y, según Weissberg, volvió con poder de mando a la AAA.
Discursos de odio y retrocesos en derechos LGBT y el periodismo
Aunque su labor periodística explica haber estado en la mira de las fuerzas represoras, la saña con la que fueron arrebatados de la vida, el comunicado y la sugerente cinta de tortura que rodeaba los ojos de su pareja solo se explican por el odio a la diversidad y disidencia sexual que rebalsaba del gobierno, pero también de una sociedad conservadora.
El odio que arrebató las vidas de Pedro y Carlos hace 50 años no es un eco distante de otra época. Hoy, el ataque a la diversidad sexual y a quienes alzan la voz desde el periodismo crítico sigue encontrando nuevos rostros y formas. Mientras en países como Rusia se criminaliza a las organizaciones LGBT y en algunos estados de Estados Unidos se prohíbe siquiera mencionar la palabra "gay" en las escuelas, en nuestro país el panorama tampoco está exento de retrocesos.
El presente argentino nos enfrenta con discursos que reivindican una moral conservadora y atacan la educación sexual integral y los derechos de las disidencias. Con el cierre de instituciones que buscan combatir la desigualdad y el retiro del apoyo estatal a la XXXIII Marcha del Orgullo, se configura un escenario en el que las conquistas históricas están en peligro.
Cuando representantes del gobierno actual hablan de “sexos biológicos” y critican lo que llaman “ideología de género”, o cuando la represión policial es dirigida contra jubilades y manifestaciones pacíficas, es inevitable sentir que la historia se repite. La consigna de “Dios, Patria y Familia” que hoy resuena desde ciertos sectores políticos recuerda con inquietante familiaridad a los tiempos de la AAA y sus crímenes de odio.
La intolerancia que arrebató las vidas de Pedro Barraza y Carlos Laham sigue presente, disfrazada bajo nuevas retóricas y viejas banderas. No han pasado 50 años, estamos reviviendo las mismas sombras.
50 años después: reivindicar el legado de Pedro Barraza y Carlos Laham
Hacía un tiempo ya que Barraza no participaba del peronismo. Aunque simpatizaba con las ideas de Perón y había militado en la Juventud Peronista, desde que regresó de Europa la hipocresía de los movimientos revolucionarios lo distanciaba cada vez más. Ahora le gustaba el porro, era abiertamente homosexual y con moral liberal. “Los dos eran profunda y naturalmente transgresores. Pedro con amplificador y escenografía. Carlitos sin hablar y casi transparente. Y transgredían no sólo porque se definían como integrantes de la agrupación Putos Peronistas, sino porque denunciaban (Pedro denunciaba) y se cagaban en la moral y los códigos burgueses, en los que por condición original estaban insertos”, dice en conversación con Pablo Weissberg, la hermana de Carlos, Virginia Laham, al describir a la pareja.
Pedro y Carlos se conocieron por ella. Cuando Pedro volvió de Europa en noviembre de 1970, a donde se había ido harto de las situaciones políticas del país y el hastío de la militancia, fue a buscarlo su amigo Carlos Eichelbaum, su novia Virginia y el hermano de esta, Carlos Laham. Desde ese día no se separaron más. Carlos iniciaba su pasión por la fotografía y Pedro consiguió para él algunos trabajos en periódicos. Se vinculaban en los mismos círculos sociales, al poco tiempo se mudan juntos. Son abiertamente putos y peronistas, y desestiman las intuiciones de que podrían ser alcanzados por el aparato de represión.
La tensión política fue aumentando y notaron que un auto los seguía o monitoreaba el departamento que compartían. Esa primavera se fueron unos días a Mar del Plata para bajar la tensión. Cuando regresaron, no vieron más el auto. La última vez que los vieron fue el 11 de octubre, en una fiesta con amigos. Ese domingo 13 iban a almorzar con la familia de Carlos, “ellos no lo sabían pero la mamá de Carlitos había decidido aceptar la relación”, escribe Weissberg. Esa noche bajaron por cigarrillos y los cuerpos fueron encontrados por un guardia de seguridad a las 8 de la mañana del domingo. No llegaron a comer con la mamá de Carlitos.
La segunda parte del libro de Weissberg es una copia fiel de las publicaciones que conformaron la investigación de Barraza sobre el caso de Felipe Vallese. Es una reproducción respetando las faltas de ortografía que indicaban el apuro y la clandestinidad desde la cual fueron escritas esas páginas.
A 50 años de su muerte no sólo alcanza con recordar su intransigente modo de vincularse con la política o con sus afectos, sino también reivindicar su labor enmarcado en un periodismo no profesionalizado, nacido desde una genuina preocupación y compromiso con las causas sociales, y entendiéndolo como una herramienta de denuncia vital y de suma importancia en la vida democrática. La memoria de estos hechos es nuestra mejor herramienta para construir un futuro más justo.