El 18 de noviembre de 2017, alrededor de treinta personas sordas se dieron cita en Plaza de Mayo para participar de la Marcha del Orgullo LGTTBIQ. Si bien algunas habían ido ya a varias marchas antes, era la primera vez que iban organizados como Comunidad Sordos Argentina LGTB, mediante un grupo de Facebook creado en julio de este año y que administran Emanuel González, desde Chaco, Piojito desde La Pampa y Natalia Dragona y Diego Barillaro desde Buenos Aires. La convocatoria fue realizada a través un video en lengua de señas y de un posteo escrito por uno de los Diego.
Llegamos a la Plaza de Mayo con mi novio, que había venido de Córdoba, y con mi amigo Lionel Soukaz, que había decidido quedarse unos días más en Buenos Aires después de la presentación de algunas de sus películas en el festival Asterisco. Mientras buscábamos al grupo de sordos y sordas, Lionel nos contó que en su película La Marche gai (la crónica de una Gay Pride en Washington en 1980), se ve a un costado del escenario a una intérprete de lengua de señas, algo que por entonces no era usual en eventos masivos. La mujer hacía las señas mientras bailaba para interpretar las letras de las canciones que sonaban durante el acto y también puso el cuerpo a un poema recitado por el gran Allen Ginsberg. En los escenarios de la Marcha del Orgullo de Buenos Aires, hay intérprete desde hace cinco años pero, según me contaría Emanuel al día siguiente de la marcha, no les resultó suficiente. Muchos no podían verlo bien y se perdían muchas cosas.
No nos llevó demasiado tiempo encontrarlos. Cerca de la fuente, sobre la avenida Rivadavia, había reunidos alrededor de treinta chicos y chicas. Los distinguimos fácilmente desde lejos, porque se comunicaban en lengua de señas de a dos o tres mirándose de frente o en pequeñas rondas. En lengua de señas se habla con todo el cuerpo. Cada tanto se hacían señas en cadena para sacarse fotos todos juntos.
Me acerqué al grupo para presentarme. Sabía que sin intérprete sería difícil explicarles que estaba escribiendo una serie de notas sobre personas sordas para el suplemento Soy. Lo intenté articulando exageradamente cada fonema de cada palabra y con unos gestos que improvisé para darme a entender, como el gesto con la mano de quien escribe con una lapicera sobre un papel invisible. Era complicado. Saqué el cuaderno y escribí “Página 12”… Tampoco me sirvió de mucho. Por fin me ayudó una chica que usaba audífono y podía escucharme y entenderme bien.
Unos meses atrás, había tenido la oportunidad de conocer a Gabriela Lima Chaparro, intérprete y docente de lengua de señas de Argentina (LSA), autora del libro El cuerpo en la lengua de señas (Editorial Autores de Argentina, 2015). Al acercarme al grupo ya sabía (gracias a Gabriela y a mi amigo Daniel Usandivaras, estudiante de LSA que me la presentó, y además intermedió para que me aceptaran en el grupo Comunidad Sordos LGBT como persona “oyente”) que LSA es una lengua que nada tiene que ver con el español ni con ningún otra lengua del mundo, e incluso que las lenguas de señas de los diferentes países son muy diferentes entre sí. La construcción de las oraciones se organiza distribuyendo las señas en el espacio, más atrás, más adelante y a distintas alturas, y a estas se suman las expresiones de la cara, los movimientos de hombros, giros del cuello, etc. Para expresarse mejor, los hablantes de LSA prefieren hablar de pie. Pasar de una lengua ágrafa a cualquier lengua escrita es más difícil que para un hablante del español escribir en japonés. En la marcha conocí en persona a Maxi, mi primer amigo de Facebook sordo, cuyos posteos de Facebook me llamaban mucho la atención: “Hola buen día para miércoles a las 09:14 un rato me voi bañarme”. En la marcha me costó explicarle que más adelante quería entrevistarlo con un intérprete, pensó que yo le estaba tirando onda. Me pidió mi número de whatsapp y cuando ya estaba en mi casa me escribió “Vos te gustan para a mí”. Cuando entré a la Comunidad sordos LGTB, me di cuenta de que algunos escribían con usos de pronombres, preposiciones y conjugaciones verbales similares a los de Maxi. Por ejemplo, cuando me escribe Emanuel para contarme sus impresiones después de la marcha: “Esa marcha fue impresionante. Compartimos risas, diversión y hermosas charlas sobre la comunidad. Igual para la próxima marcha organizaran bien para poder estar con ese apoyo. Es que nunca tuvo una marcha sordos LGBT. Fue la primera vez en 18 de noviembre 2017 […] Hubo un intérprete pero necesitábamos más para poder entender cosas más.”
Al rato de haberme acercado al grupo pude ver el cartel que habían hecho. Era bastante pequeño, una cartulina rosa, con el nombre del grupo escrito en blanco, rodeado de corazoncitos, arcoíris y emoticones. Algo difícil de leer. Sin embargo, levantado bien en alto, les sirvió para volver reunirse cuando algunos se habían dispersado entre el gentío mientras nos abríamos paso hacia la Avenida de Mayo, para encolumnarnos y meternos en la marcha.
Lionel, mi novio y yo marchamos con ellos durante casi todo el trayecto. Habíamos fumado y la comunicación con mis nuevos amigos sordos se había vuelto un poco más fluida. Todos y todas bailábamos, algunos podían escuchar la música, otros la sentían como vibraciones en el cuerpo.