“¿Alguna vez drogaron a sus madres? Yo drogué a la mía cuando tocamos en Glasgow con My Bloody Valentine y ella estaba tan feliz”, dice William, el mayor de los hermanos Reid, en la inusual biografía conjunta que acaba de lanzar junto a su hermano menor Jim. Esa es más o menos la tónica de los textos que se pueden encontrar en Never Understood, el libro en el que los tímidos, intensos, casi siempre incomprendidos para su época, hermanos oriundos de Escocia, trazan una historia oral en primera persona sobre los eventos que los elevaron a una de las bandas más influyentes del rock alternativo. Esta es, de hecho, una clásica historia en el rock: una banda cuya música pionera no tuvo suficiente notoriedad, suficiente fama, suficiente fortuna –no diremos que no la pegaron, pero al menos no a la medida de su influencia expansiva– pero que termina alimentando e inspirando a tantas otras bandas que hacen tantas otras cosas motivados por su sonido, que terminan transformándose en otro tipo de fenómeno. “Cuando Oasis la pegó era como si Liam y Noel fueran el remake hollywoodiense de nuestra pequeña película indie sobre una rivalidad entre hermanos a la que le fue más o menos bien en Sundance”, bromean los hermanos en el libro.
Durante su adolescencia en los monoblocks de East Kilbride, a los alrededores de Glasgow, los hermanos William y Jim Reid amaron el rock en todas sus vertientes. En esas habitaciones sobrepobladas de familias forjaron una relación amorosa, odiosa, siempre intensa, mientras se educaban sentimentalmente escuchando el pop de los sesentas y sus voces femeninas, y luego a Iggy Pop, y por supuesto a The Velvet Underground o a Suicide, y se desvelaban soñando cómo sería una banda perfecta. Antes de formar The Jesus and Mary Chain, esa banda que tanto alimentó géneros como el shoegaze, el grunge, el brit pop, los hermanos Reid siempre tuvieron la certeza de que se harían famosos y saldrían de la clase trabajadora. Por separado, claro, cada uno una estrella al frente de su propio proyecto. Pero la vida terminó diciendo otra cosa. Y aunque estaban convencidos de que al tener una banda conjunta se pelearían hasta destruirse, y de alguna forma así lo hicieron, también fundaron una de las bandas eléctricas más influyentes del rock británico contemporáneo.“Ser pobre es como darse un baño frío. Nadie lo quiere realmente pero de alguna forma es bueno para vos, pone todos tus sentidos en alerta”, es otra de las reflexiones de William. “Compartíamos el baño con otras tres familias y si eso no te enseña respeto por el espacio personal de los otros, entonces nada lo hará”.
Este es el año del retorno de los hermanos peleados. Los Gallagher, un par de hermanos infinitamente más famosos que los Reid, se reconciliaron y han acaparado todas las noticias, pero hay que decidirlo: ellos no fueron por todo. Decidieron de hecho no dar entrevistas para no terminar nuevamente peleándose a muerte justo antes de empezar una gira de retorno después de 16 años de separación. Los Reid en cambio, lo hicieron a la inversa. Se ensuciaron realmente en el lodo mismo de su historia, en eso hay generosidad con los fans, con su música. Ellos, de hecho, se amigaron mucho antes, en 2007, y están de gira actualmente. Sacaron incluso un disco este mismo año, su segundo desde el retorno, con claros tintes revisionistas, titulado Glasgow Eyes. Pero 40 años después de que todo empezara –ascenso, caída, peleas a trompadas, adicciones, separación, resurrección mediante– retomaron esos desvelos adolescentes donde empezaron imaginando un futuro radiante y se juntaron nuevamente a conversar a fondo para hacer el ejercicio contrario: la revisión de todo lo cosechado, desde el presente.
Los Reid –cantante y guitarrista, únicos miembros permanentes de una banda por la cual pasaron al menos 17 músicos, incluido Bobby Gillespie de Primal Scream– encontraron una forma bastante divertida para hacerlo, porque a diferencia de otros hermanos, como los antes mencionados, tienen un sentido del humor solo comparable a su melancolía, lo que los lleva a declaraciones tan incorrectas como cuando cuentan que dejaron Alcohólicos Anónimos porque las historias de los adictos eran demasiado chistosas. En colaboración con el periodista Ben Thompson, quien seguramente tuvo la parte más difícil y exasperante del asunto, y que tejió un hilo medianamente comprensible entre las historias, además de confirmar información entre reminiscencias borrosas, contradictorias y poco concluyentes, la dupla se embarcó en escribir capítulos cortos donde ambos hermanos se alternan para tomar la voz. Cada uno con su nombre y una tipografía diferente, ordenadamente, aunque no siempre con la misma versión de los eventos, construyen ladrillo a ladrillo una autobiografía con un formato muy particular, una historia oral por momentos hilarante, por momentos conmovedora, pero nunca con sobredramatismo, que acaba de ser traducida al española por la editorial Contra como Incomprendidos.
Aunque el título remite a una de sus canciones menos conocidas, de alguna manera, eso es justamente lo que han sido. Francamente incomprendidos. “Me gustaban Oasis y Pulp, que de hecho eran contemporáneos nuestros, pero llevaban mucho tiempo sin triunfar. Blur se volvieron un poco mediocres para mi gusto en la época de 'Country House', pero volvieron con algunos buenos discos. Mi problema era que no veía por qué nos excluían a nosotros. ¿Por qué no podíamos formar parte de esto? Solía pensar 'Mierda ¿y nosotros qué?”, recuerda Jim en el libro. Ellos dicen que el motivo es que siempre fueron demasiado tímidos para el rock. Por un lado, esa timidez agregó cierto magnetismo y misterio a la música flotante, soñadora, difusa y desconcertante que ya hacían, en momentos donde las estrellas tenían que ser brillantes, rimbombantes, arrasadoras y con personalidades ruidosas. En sus primeros conciertos tocaban de espaldas al público o se iban a los diez minutos de empezar, o desplegaban simplemente una cortina de efectos, distorsión y ruido ininteligible y expulsivo. Sin duda, eran algo especial. Por otro lado, dicen ellos, su timidez los hizo perpetuamente adictos a las drogas para soportar el peso de una palestra que les parecía insoportable. Es más, su primera gran pelea fue por cuál de los dos iba a ser el cantante porque ninguno quería, y tuvieron que definirlo lanzando una moneda. William ganó y Jim tuvo que contentarse con cantar, lo que francamente uno pensaría es lo que todo músico desea. “Yo era y sigo siendo uno de los seres humanos más tímidos del mundo, así que la idea de subirme a un escenario en cualquier condición ya me aterraba bastante. La idea de subir al centro del escenario y cantar era algo que no me cabía en la puta cabeza, pero alguien tenía que hacerlo”, recuerda Jim. Además, como enmudecieron de los nervios delante de los Ramones, la banda pensó que los odiaban, cuando realmente eran sus ídolos, lo que suma a una serie de divertidos desencuentros que a menudo propicia la timidez y que los hermanos relatan en su biografía con mucha gracia.
En el libro ambos se las arreglan para pelearse de forma constructiva, acaso lo que hicieron desde el principio con su banda, donde sin duda se han seguido peleando, pero también han encontrado la forma de producir con tesón. La cosa con Incomprendidos es así: uno de los hermanos cuenta una anécdota y el otro lo contradice, o está de acuerdo, pero siempre suma su versión. No hay mayor contexto, con lo cual será un documento ideal para fans de la banda o de la historia del rock en general, o del rock británico en particular. Los hermanos hacen un recorrido desde la influencia que tuvo en su vida una infancia en los monoblocks, hasta las primeras referencias musicales, pasando por su odio a los periodistas de rock, incluso a Alan McGee, que los encumbró en su entonces ignoto sello Creation. También hay ideas muy personales sobre el éxito, la creatividad, la influencia de la música, y algunas anécdotas notables como los terribles momentos –casi todos propiciados por el abuso de sustancias de ambos– que vivieron con algunos de sus grandes ídolos. Y por suerte rechazaron conocer a Lou Reed, concluye Jim en el texto donde cuenta sobre cómo arruinó el concierto que compartía con David Bowie.
En 1998, la banda puso fin a su carrera de entonces 15 años tras sabotear totalmente un concierto en Los Angeles donde se pelearon a los gritos en el escenario. Después de irrumpir en la escena con Psychocandy, en 1985, ese disco que tanto influenció el sonido shoegaze, y que tanto conmocionó a músicos y críticos, pero por supuesto no al sello Warner que si bien los acogió nunca los tuvo como prioridad (sello al que recientemente demandaron por incumplir el plazo de los derechos de autor), los hermanos lanzaron otros cinco discos con buena recepción. Tampoco estuvieron exentos de polémicas, como cuando fueron prohibidos en Estados Unidos por una de sus letras que dice: “Quiero morir como JFK/ Quiero morir en USA”. En definitiva, todo lo que una banda de rock tenía que tener. En el libro, los hermanos cuentan que la ruptura no fue culpa de nadie en particular, ambos estaban en un estado alcoholizado y adicto e insoportable. El problema, explican mejor, es que cada uno estaba colgado de una droga diferente y nunca lograban coincidir en cuerpo y alma. Clarísimo. Pero ahora sí. Y así como se odiaron por varios años, se reencontraron gracias a la intervención de su hermana menor, Linda Reid, que para su proyecto Sister Vanilla los llamó a ambos. Gracias también a Sofía Coppola, claro, que resucitó “Just Like Honey”, uno de sus hits, en su aclamada película Lost In Translation, lo que propició que Scarlett Johansson cantara con ellos en su retorno en el Festival de Coachella. Una gran postal indie de los dos mil.
La cosa es que a diferencia de muchas bandas peleadas, y quizás porque son hermanos y los hermanos saben de peleas y reconciliación, ellos han seguido tocando y componiendo, y en ello han encontrado nuevas formas de convivencia que siguen alimentando la música.“¡El sabe que yo soy un imbécil, yo se que él es un imbécil! Así está bien”, culmina William.