Hubo dúos legendarios en la comedia. El Gordo y el Flaco, Abbott y Costello, Dean Martin y Jerry Lewis, Tom y Jerry. También dúos de directores cuya firma los hizo indistintos para detectar sus méritos en las películas. Los Lumière, Powell & Pressburger, Straub y Huillet, los hermanos Joel y Ethan Coen. Pero el dúo que forman desde hace tiempo los mexicanos Gael García Bernal y Diego Luna rompe todas las previsiones, incluso trasciende la estatura –valga el juego de palabras con sus alturas inversamente proporcionales- de las películas en las que han participado, el éxito internacional, el vínculo de mutua dependencia que establecen sus personajes. En esta nueva aparición, como dupla frontal de la serie mexicana La Máquina, estrenada en Disney+ hace algunas semanas, se asimila ese guiño como algo más que la posible continuidad de aquellos adolescentes excitados de Y tu mamá también (2001): como una dinámica conjunta que adquiere su funcionalidad en la encrucijada de tonos, en la doble máscara de la tragedia y la comedia, en la perfecta composición de una actuación a partir de sus dos mitades.



La Máquina es la historia de un boxeador y su manager. Como lo podrán imaginar, esos son el pequeño Gael García Bernal dando vida al peso wélter Esteban ‘La Máquina’ Osuna, un campeón en reciente decadencia que además del peso y las adicciones batalla con un cambio de suerte en el ring, y el alargado Diego Luna como Andy Luján, un niño rico con complejo de Edipo y múltiples cirugías faciales que oficia de representante e intenta demostrar a los suyos y a sí mismo que es algo más que un inútil con buena oratoria y contactos. A ambos, pese a las mentiras y ocultamientos que se irán develándose a lo largo del relato, los une una profunda amistad, una lealtad a ese mundo compartido, pese a los orígenes dispersos, el del Jalisco pobre para Esteban, el de los mandatos maternos y el culto a la apariencia para Andy. Amistad que se enreda en una trama de apuestas clandestinas y manejo del boxeo como deporte y arte ya en desuso, signado por trampas en los pesos, en las clasificaciones y en los nocaut amañados para los especuladores.

Con solo seis episodios y creada por Fernanda Coppel y Marco Ramírez, la miniserie parte de una derrota. La de Esteban con el filipino Protasio, falso dios griego que lo expulsa del ring y lo conduce a despeñar hacia el retiro. Pasan los meses, Esteban recibe las visitas de fantasmas y alucinaciones, una angustia que lo envuelve como en una pesadilla interminable, mientras ve escurrirse la ilusión del regreso, desmoronarse su matrimonio con Irasema (Eiza González), la familia perfecta que alguna vez había soñado. Pero Andy no se resigna, frente a la amenaza de ver rescindidos los contratos de publicidad, teje una estratagema para convencer al manager del pegador de Filipinas y obtener la preciada revancha. Todo lo hace con su histrionismo fuera de borda, un maquillaje grotesco y un vodevil condimentado con su propia ambición hogareña por ser padre y cumplir los deseos impuestos por una madre absorbente. Tragedia y farsa se distancian apenas con un corte de montaje, latiendo en la misma ficción.


García Bernal y Luna ganaron fama en Y tu mamá también, bajo las órdenes de Alfonso Cuarón, para luego convertir sus carreras individuales en un recorrido signado por la ocasión del reencuentro. Primero en la parodia Rudo y Cursi del hermano Carlos Cuarón en 2008, luego en el western bizarro Casa de mi padre (2012), con Will Ferrell, narcos y rancheros, y ahora en este regreso al boxeo para García Bernal, ya sin los trajes coloridos de Cassandro, el exótico alter ego de Saúl Armendáriz al que dio vida en la reciente Cassandro (2023). Para Luna, el ring es un territorio inexplorado, por ello se mantiene en los márgenes como un ansioso observador que ve a su amigo y cliente recibir puñetazos con la guardia baja hasta la inesperada redención del nocaut. ¿Dónde está el escenario de su dominio si no es ese rectángulo entre cuerdas donde se dirime el destino de un combate? Será en la sombra de su ambición donde asoman las amenazas de un clan mafioso que lo acorrala con anónimos y citas en lavaderos de autos, y le anuncian una muerte despiadada si no cumple con su promesa tácita. “Esta vez a La Máquina le toca perder”.

No hay que tomarse demasiado en serio la denuncia de corrupción deportiva que propone La Máquina: no deja de ser un telón angosto de crítica social que en el fondo esconde los resortes de un simpático divague intergenérico. Es que mientras García Bernal conduce sus entrenamientos con convicción, trata de volver al ruedo amoroso con una bailarina que conoce en una fiesta, y pelea en soledad con sus miedos y ansiedades, el desesperado Andy esquiva aprietes en un raid demencial que recuerda las coordenadas de la comedia anárquica. Es ese registro hiperbólico que propone sobre todo Luna, con sus movimientos espásticos y su maquillaje estilo Pocho La Pantera, el que desprende a la historia de sus contornos realistas, del drama del regreso para un boxeador ya entrado en años y caídas, y se recuesta sobre la fantasía interior de los personajes, sean las angustias de Esteban o las locas excursiones al mundo criminal de un Andy que no pierde las mañas ni la peluca.


Todos los dúos cómicos transitaron del hallazgo de la química a la autoconsciencia de la parodia. Dean Martin y Jerry Lewis pasaron de la perfección de la comedia bajo el ariete de Frank Tashlin a la deconstrucción de sus personajes por separado: Lewis como director en El terror de las chicas y El profesor chiflado, Martin bajo la pluma de Billy Wilder en la excelente Bésame tonto. Los Coen pasaron de la astucia policial de Simplemente sangre a la parodia noir de su propia condición de outsiders en Hollywood con Barton Fink. Gael García Bernal y Diego Luna quedaron plasmados en la memoria colectiva como ese par de adolescentes en plena ebullición hormonal ante la imponente aparición de Maribel Verdú en las áridas rutas de un México salvaje, para convertirse ahora en una divertida dupla de fracasados, dominados por sus pesadillas o un Edipo mal resuelto, en una fábula sin redención. Un destino conjunto de comedia, aquella que fue el alimento secreto de su larga amistad.