Las pasiones artísticas de Federico Klemm siempre fueron muchas, su tendencia a vivir con su sensibilidad desbordaba hacía que su goce estético fuera del dibujo y la pintura a la ópera, de la danza al cine, aunque también comenzó a estar atravesado, durante la década del 60, por las nuevas formas que el arte anunciaba, como el happening. Klemm comenzó los 60 con 18 años, por eso sus pasiones estaban mezcladas con el final de la etapa formativa de su adolescencia. Coincidiendo con el Di Tella, la excentricidad del joven Klemm, sus looks atrevidos para la época, llamaba suficientemente la atención como ser un invitado a los happenings. Su cuerpo semidesnudo fue uno de los que se enchastró en “Meat Joy”, organizado por Oscar Masotta y Roberto Jacoby, un happening en el que también participaba la bailarina Chela Barbosa. 

Príncipe de la comedia

De esa performance, nació una amistad entre Klemm y Barbosa que hizo posible escenificar una de las versiones más estrafalarias del Hamlet de Shakespeare. Abreviada para la interpretación de solamente seis personajes, Barbosa dirigió una adaptación de Hamlet que tenía como protagonista a Klemm en el rol del príncipe del título. Quienes vieron Oh sólida carne! recuerdan que la interpretación de Klemm convertía la célebre tragedia en una comedia. Aunque mucha de la gente que presenció la función en el Di Tella se hubiese reído de manera condenatoria por la excéntrica interpretación de Klemm, hoy se puede reivindicar su intervención bufa en un clásico como se aprecian las actuaciones fuera de registro de Isabel Sarli. La actuación de Klemm también se replicó en el happening Ópera de Buenos Aires (Opebuai), organizado por Marta Minujin, donde pudo desplegar su gestualidad operística.

Esa presencia de Klemm, en los márgenes del Di Tella, estuvo dedicada a construirse como un actor y performer más que como un artista, algo que realmente deseaba según la pintora Silvina Benguria: “Siempre quiso ser actor. Era su principal vocación, de hecho. Iba todos los años al Festival de Cine de Mar del Plata y veía todas las películas, seguía la carrera de directores”, según declara en la entrevista que Rodrigo Duarte hizo para su libro sobre Klemm. Otras amigas de aquellos años recuerdan el afán por ser actor de cine, como la vedette y actriz Dorys del Valle: “Una vez fuimos juntos al Festival de Cine de Mar del Plata. Me habían invitado a mí, y él fue como acompañante. Fuimos un éxito, los dos “ultralookeados”, hasta fuimos tapa de revistas.” Klemm era un cinéfilo que se mezclaba con el glamour popular que había desembarcado en la Argentina desde 1954, cuando el peronismo inauguró que el Festival de Cine de Mar del Plata con Perón mezclándose con estrellas del cine europeo y de Hollywood. Cuando Pier Paolo Pasolini presentó su adaptación de Medea con María Callas en el Festival de Mar del Plata, Klemm persiguió a la cantante de ópera por la calle para poder sacarse una foto con ella y lo logró sin realmente estar a su lado sino cerca, pero igual terminó publicada en la revista “Vosotras”.

Cine rosa 

El glam con el que vivía Klemm en aquellos años se mezcló con el cine en una búsqueda para convertirse en estrella, pero no solo eso, sino que también hizo cortometrajes como director y protagonista. Sus dos cortos, que fueron conservados por la Fundación Klemm, se filmaron en 8mm y no hay información que corrobore que hayan sido exhibidos públicamente, gracias a la colaboración del Museo del Cine, por lo que serían parte de la obra secreta de Klemm. Su familia había registrado una serie de paseos por la ciudad de Buenos Aires también en una cámara de 8mm, así que posiblemente la producción de esos cortos haya sido iniciada, como gran parte del cine amateur, por la posibilidad con contar con una cámara. Uno de los cortos es “Un banco” y es el recorrido por el ambiente de una plaza. Un joven atribulado, interpretado por Klemm, decide recorrer los senderos, sentarse en una fuente con una estatua de una mujer voluptuosa. La cámara muestra los rostros de hombres que pasan rápido con miradas furtivas, hay algo de la representación del yiro en busca de compañía, comparados por el montaje con animales huidizos, también con la espontaneidad de los niños que se divierten. Una rosa arrancada por una joven se vuelve el vínculo con el joven y todo termina en una escena de romanticismo camp. El pulso por momento de la cámara, sus movimientos, su montaje espástico, tanto como la locación callejera, parece adelantar y acompañar a un cine entre amateur y experimental, que entre fines de los 50 y los 60, saldría a buscar unos nuevos horizontes que renovarían al cine argentino.

El segundo corto se llama ¿Qué hacer? y tampoco tiene fecha de realización, pero se estima que fue hecho entre los 18 y 20 años, a inicios de la década del 60, por la juventud de Klemm, que también es el protagonista. Este corto comienza filmado en interiores, primero el joven Klemm enfrentando a la oscuridad antes de que aparezca la pregunta que da titulo al corto. Luego el joven entra a lo que parece una fiesta en una casa lujosa, donde se besa con una muchacha pero luego se separa como preocupado y va a beber alcohol en soledad hasta desmayarse. El resto es lo que parece un sueño, un delirio borracho, Klemm saliendo a una terraza, haciendo un dibujo en un lienzo que no se puede ver, corriendo por los techos. Con un final abrupto, se puede pensar que es una realización inconclusa, pero de todas maneras su espíritu experimental, un travelling que desdibuja lo que muestra, una suerte de narración muda, onírica y enigmática, lo hacen una experiencia muy particular dentro del panorama del cine de la época. Prefigura algunas expresiones conflictivas sobre los deseos juveniles, de un cine underground y expermimental, que hay en los cortos Límite (1970) de Claudio Caldini y Campos bañados de azul (1971) de Silvestre Byron, ambas obras que se pueden pensar como pioneros de un cine queer. Klemm guardó en películas sus tribulaciones del fin de la adolescencia, sus deseos y oscuridades, filmadas con un impulso que recién se proyectaría en obras futuras. Décadas antes de convertirse en una ícono televisivo y pop en los 90 con su programa El Banquete Telemático, Klemm fue una estrella secreta del cine. 

Musicalizados por Ale Dramis, los cortos de Klemm junto a sus películas familiares y otras obras de su archivo, se exhiben el sábado 26 de octubre, a las 18, en el Festival Asterisco en el Museo del Cine, Caffarena 51.