Magníficas bolas de fuego

El Cosmódromo de Baikonur es la base espacial más antigua del mundo. Los soviéticos comenzaron a construirla en Kazajistán en 1955. El clima era duro: muy caluroso en verano y muy frío en invierno. Aparte de eso, fue el lugar perfecto para este emprendimiento, a unos 2500 kilómetros de Moscú, en medio de la nada. Que Kazajistán algún día pudiera convertirse en un país independiente tampoco figuraba en los cálculos de nadie. Luego de algunos highlights (de allí se lanzó el Sputnik en 1957 y la expedición que llevó al espacio a la perra Laika un mes más tarde y la nave espacial en la que viajó Yuri Gagarin en 1961), el lugar quedó preso de las contiendas bélicas y políticas pero aún hoy sigue en funcionamiento. Y algunos pequeños poblados comenzaron a florecer a su alrededor. Hasta allí viajó varias veces, entre 2015 y 2023, el fotorreportero irlandés Andrew McConnell. Y con el material obtenido, acaba de publicar el libro de fotografías Some Worlds Have Two Suns, que registra la persistencia de esa base espacial posapocalíptica y su entorno. La llegada de las cápsulas a la Tierra, por ejemplo, es todo un acontecimiento: un pequeño objeto metálico (del tamaño de un Fiat escarabajo) que hay que salir a rastrear a lo largo de la estepa. Las cápsulas hacen un ruido “como de terremoto o boma”, dice el fotógrafo, especializado en conflictos bélicos, cuando están a punto de aterrizar como magníficas bolas de fuego. Los miembros del equipo de tierra las abren y de ahí emergen los astronautas, aturdidos porque no han experimentado la gravedad de la Tierra durante meses. “Era increíble que pocas personas estuvieran allí para ver estos objetos caer desde el espacio exterior y todo lo que pasaba después. De vez en cuando, algunos lugareños venían a caballo y le echaban un vistazo”, cuenta McConnell quien, con total perspicacia, fotografió esta colisión de mundos que siguen viviendo adentro de este mundo.

Sobreviviendo al Titanic

Diana de Versailles es una aguerrida diosa de la caza y una escultura clásica que se exhibe en el Louvre de París. Ahora, además, es otra sobreviviente del Titanic. Una reciente misión no tripulada al fondo del Océano Atlántico, donde se encuentra el barco, descubrió una estatua de bronce de unos sesenta centímetros, muy buscada, que se encontraba sobre la repisa de la chimenea en el salón de primera clase. La empresa que ha descubierto la Diana es RMS Titanic Inc., una entidad con sede en Georgia que posee los derechos legales sobre los restos del naufragio y que ya ha encontrado otros objetos singulares: desde la última carta firmada por un cura a un perfume que todavía huele, pasando por una campana, una lista de menú o un abrigo. Y quizás, lo más sorprendente que ha permitido este nuevo viaje de la empresa (el primero en completarse desde 2010) es descubrir que el lugar sigue cambiando constantemente dentro de su propio sistema acuático. La estatuilla de Diana estaba ubicada en el salón de primera clase del transatlántico y estuvo perdida en el fondo del océano durante más de un siglo. Había sido vista por primera vez en una foto tomada en 1986. Las imágenes capturadas ahora revelaron a Diana en su lugar original, ofreciendo una vista detallada de su estado tras más de 112 años bajo el agua. “El descubrimiento de la estatua de Diana fue un momento emocionante”, reconoció Tomasina Ray, directora de colecciones del RMS Titanic.

Pasajeros en trance

Los aeropuertos dejan cada vez menos espacio para imaginar películas de amantes que se despiden o gente que deambula a lo Tom Hanks. Es que estos lugares siguen extremando sus medidas de seguridad y, en ese contexto, cualquier encuentro humano pasa a ser una amenaza. El Aeropuerto Internacional de Dunedin, en la Isla Sur de Nueva Zelanda, limitó los abrazos en su zona de pre embarque a un máximo de tres minutos. Para un adiós más largo, hay que irse al estacionamiento. La empresa anunció el cambio de reglas “como parte de un esfuerzo más amplio para mejorar la seguridad y mantener el flujo de tráfico en la zona”, según informaron. Con la intención de reforzar el concepto, aparecieron carteles que ponen las cosas claras: “Es difícil decir adiós, así que hágalo rápido. Máximo 3 minutos”. El director general del aeropuerto, Daniel De Bono, dijo a Radio New Zealand (RNZ) que los aeropuertos son “focos de emocionalidad” y que han hecho estudios al respecto. En ese sentido, citó una investigación que sugería que un abrazo de 20 segundos es suficiente para liberar oxitocina, la “hormona del amor”. Además, alegó que la circulación rápida de pasajeros permite que más personas reciban abrazos. “Si la gente necesita más tiempo, dispone de 15 minutos en el estacionamiento”, agregó. De Bono reconoció que estaban tratando de divertirse un poco con el anuncio “ya que se armó mucho revuelo y es importante que se entienda la importancia de la medida”.

No soy tu nena

“Odio el sistema capitalista y te voy a decir por qué”, canta Barbara Dane en su disco I Hate The Capitalist System, editado en 1973 por el sello Paredon que ella fundó con su marido Irwin Silber, después de haberse negado diez años antes a firmar con Capitol y Atlantic. Con el tiempo, reconocería que decirle “no” a los sellos más prestigiosos del folk y el blues de la época no fue la mejor estrategia. Pero, a cambio, Barbara cantó con total libertad (sus letras siguen siendo contemporáneas) sobre los desafíos de las mujeres trabajadoras y los estragos del mundo que se avecinaba. Reverenciada por Bob Dylan, Louis Armstrong, Muddy Waters y Willie Dixon, entre un largo etcétera, la obra de Dane acaba de ser reeditada, al mismo tiempo que se lanzó el documental The 9 Lives of Barbara Dane, donde ella sigue cantando y haciéndole justicia al título que se ganó hace tiempo como la “Bessie Smith en stereo”. Barbara falleció en estos días, a los 97 años. Nació y creció en Detroit, hija de un farmacéutico que a los nueve años la retó por servirle un refresco a un hombre negro. Se afilió al partido comunista, comenzó a cantar folk, luego blues (“las cantantes de blues escribían y cantaban sobre sus vidas con sentimiento y franqueza”, dijo) y a rodearse de gente como Woody Guthrie, Big Bill Broonzy, Pete Seeger, Earl Hines o Count Basie. En 1966, fue una de las primeras artistas estadounidenses en realizar una gira por la Cuba posrevolucionaria y luego cantó en Vietnam mientras la guerra hacía estragos. Siempre defendió a los artistas negros, grabando con Lightnin' Hopkins y luego lanzando la banda de psych-soul Chambers Brothers en el festival folklórico de Newport: no era frecuente en los sesenta que una chica blanca se rodeara de varones negros como iguales. “El capitalismo sólo empeoró las cosas”, afirmó pocos días antes de morir en una entrevista en The Guardian. “Vivimos en una mayor inseguridad económica y es por eso que encontramos personas recurriendo a Trump y a las cosas que les dan respuestas fáciles. Como marxista, creo que tiene que seguir un período de socialismo. Si me equivoco, bueno, no estaré aquí, pero nuestro mundo no podrá sobrevivir”, advirtió. Dane aparece en la biopic que se está filmando sobre Dylan, quien dijo que ella era “lo más cercano a una heroína, si esa palabra tuviera algún sentido”. En su momento, ella le había dicho a Albert Grossman, el manager de Dylan, que no estaba dispuesta a dejar la política para que él la representase.