A pesar de que hay muchas adolescencias, en ningún caso un adolescente es un adulto. Todo adolescente está regido por pasiones, terrores y lógicas diferentes a las de los adultos y a las de los niños y confundir las lógicas, las reacciones y funcionamientos de los adolescentes con los de los adultos nos lleva por un camino complicado, de negación de diferencias. Es un modo de ataque a las y los adolescentes desconocer el momento vital por el que están pasando.

Estamos frente a un problema muy grave: muchos adolescentes se suicidan y otros se autolesionan de diferentes modos, pero en lugar de que el mundo adulto piense salidas para esto, lo que se está haciendo es plantear que el problema es la delincuencia juvenil.

En lugar de posibilitarles a los adolescentes salidas vitales, creativas y un futuro posible, se amenaza con encarcelarlos cual si fueran adultos.

La adolescencia es un momento de resignificación en el que los apoyos externos pasan a ser fundamentales. Es el mundo el que tiene que ayudar a sostener el narcisismo en jaque.

Esto hace pensar que el modo en que transiten la adolescencia dependerá en gran medida de que encuentren esos reaseguros en el mundo externo y a la vez que el contexto les ofrezca un espacio de sostén y despliegue de posibilidades. Escuela, club, grupo de amigos son los sostenes narcisistas imprescindibles.

Sabemos que lo más insoportable para un niño es no ser mirado ni atendido. Para un adolescente, el ser “ninguneado” socialmente lo deja en un lugar insufrible.

Entre el intento de un pensamiento autónomo y la adhesión incondicional a las certezas del grupo de pares, entre las sensaciones de impotencia frente a su propio cuerpo y el mundo y la omnipotencia absoluta, entre la representación de la propia muerte y su desmentida, el adolescente va andando un camino lleno de obstáculos. Y para poder ir encontrando respuestas debe apelar a la fantasía, al arte, a la escritura, a poner en juego sus posibilidades creativas. Estas ocupan el lugar que el juego tiene en el niño, un lugar de elaboración y de apertura de nuevos trayectos.

Entonces, la realidad socio-cultural es determinante en los avatares de la adolescencia, que quizás sea la época de la vida en la que el contexto social tenga más importancia.

Si él y su familia están regidos por urgencias del orden de la necesidad y no hay lugar para el armado de deseos, si los apremios de la vida son tales que anulan posibilidades de soñar, ¿cómo armar esa capacidad de “ensoñamiento”, de fantasía imprescindible para el devenir adolescente? Si los padres son considerados “deshechos” o pura fuerza de trabajo, sin lugar de reconocimiento alguno, si la propia imagen está desvalorizada, no van a ser figuras con las que se pueda pelear, a las que se intente destronar, porque ya están caídos. Por ende, esos adolescentes se enfrentan al doble problema de no poder armar sueños y tener que sostener a padres que no tienen un lugar en el mundo.

En lugar de proyectos que apunten a la felicidad en un tiempo futuro pero cercano, lo que permitiría abrir recorridos deseantes, predomina la búsqueda de un placer inmediato, en tanto no se visualiza un placer futuro. Es decir, si no hay esperanzas, ¿por qué no buscar la satisfacción inmediata?

Esto, que lo tenemos generalmente claro con todos los adolescentes, parecería confundirse cuando se supone que hay adolescentes (los de las clases acomodadas) y “menores” para los que no se suponen ninguna de estas lógicas. Es decir, son sujetos a los que no se les reconoce su identidad como personas en transformación, en un recorrido de búsquedas y desencuentros. Se los piensa ya definidos para siempre y se los estigmatiza.

Una de las cuestiones que caracterizan al contexto actual es la reificación del consumo. Y a la vez la urgencia, no hay tiempo de espera sino que todo tiene que ser inmediato. Se suprime la idea de futuro diferente y todo se da en un “ya ahora”. ¿No se dificulta el sostenimiento de deseos y se promueve la impulsividad con estos valores?

A la vez, tal como dice Joyce Mac Dougall, se han creado “neonecesidades” que revelan la confusión entre la necesidad y el deseo, y que suponen una denigración del deseo mismo. Tener el mejor celular no es ya un deseo sino que aparece como necesidad y hace al ser. Esto crea una confusión importante, porque las señales de pertenencia de esta sociedad se ligan al consumo de determinados objetos.

También está el tema de la visibilidad. Si para todo adolescente es muy difícil tolerar no ser visto, hay chicos que no han sido nunca registrados como tales.

Y quitarles derechos y culpabilizarlos por lo que todos generamos es una violencia social extrema.

Marcelo Viñar dice: “Prodigar y aplaudir ciertas condiciones de riesgo auto y heteroagresivas es propio de esta edad y en un mundo que prodiga el espectáculo y la exhibición, se juntan el festín y las ganas de comer”. (Viñar, 2014, pág. 36)

Entonces, la reificación del consumo, más la búsqueda del riesgo, tan habitual en la adolescencia, ligados a la omnipotencia propia de la edad (“a mí no me va a pasar nada”), dan un resultado que puede resultar trágico.

Generalmente, el ideal de un adolescente es ser el héroe, el que transgrede, el que arriesga todo a cada instante.

Es por eso que no son mayores castigos los que pueden modificar la conducta de un adolescente. Es más, a veces cuanto mayor sea el peligro, más puede trasgredir, en tanto eso lo ubica como héroe, como aquel que se anima a realizar la tarea que los otros no realizan. Afrontar riesgos suele ser convocante en la adolescencia, hacer lo que otros temen y desafiar los obstáculos puede ser un incentivo para realizar una acción.

También, muchos chicos sienten que tienen que reivindicar a los padres, a los que viven pasivizados o sumisos frente a la violencia del medio. Usar la violencia sería en esos casos un modo de salvarse pero también de salvar a sus padres y al grupo, a la vez que se posicionan como líderes.

Lo único que permite que un adolescente transite esta etapa sin que las conductas auto o hetero destructivas prevalezcan es que haya podido armar un proyecto y que éste sea viable.

Podemos afirmar que, si no hay posibilidades de construir proyectos, si se les cierran todas las puertas, si no hay ilusiones, si todo queda reducido al aquí y ahora, la única salida es la violencia.

El castigo solo podría incrementar el riesgo. Y el riesgo es lo que el adolescente busca, lo que transforma un hecho banal en un acto heroico.

Hoy vemos que los adolescentes que no tienen contención ni esperanza ni buenas posibilidades educativas, a los que se les han vedado todos los caminos que les permitirían sentirse sujetos deseantes, son rápidamente culpabilizados. Si un adolescente tiene que elegir entre ser toda la vida un simple eslabón de una máquina, si tiene que elegir entre ser explotado para beneficio de otros o realizar un acto violento de apropiación del mundo, es posible que elija esto último. Pero eso es una responsabilidad de la sociedad, no de los adolescentes ni de sus familias.

La única salida es, a mi entender, prevenir los actos “fuera de la ley” creando espacios en que haya posibilidades de soñar y concretar un futuro.

Que puedan armar proyectos realizables, en tanto la sociedad les dé las condiciones de su realización y que vayan construyendo futuro es lo que puede abrir un panorama diferente.

Beatriz Janin es psicóloga. Miembro fundadora del Forum Infancias. Directora de las Carreras de Especialización en psicología clínica con niños y con adolescentes de Uces. Autora de libros, entre otros Infancias y adolescencias patologizadas, El sufrimiento psíquico en los niños, Niños, niñas y adolescentes en tiempos de desamparo colectivo.