Dahomey - 8 puntos
Francia/Senegal/Benin, 2024
Dirección: Mati Diop
Guion: Malkenzy Orcel y Mati Diop
Duración: 68 minutos
Intérpretes: Gildas Adannou, Morias Agbessi, Maryline Agbossi, Josea Guedje, Diane Cakpo, Calixte Biah, Abdoulaye Imorou, Alain Godonou.
Estreno en salas.
Como ocurre con la poesía, a veces la mejor forma de contar algunas historias es tomando el camino largo de la alegoría y la metáfora. Es posible que algo de eso, de forma deliberada o intuitiva, haya guiado a Mati Diop a la hora de abordar la que se narra en Dahomey, su última película. Nacida en Francia de familia senegalesa, la cineasta documenta la devolución a la República de Benín de 26 piezas de arte que fueron saqueadas por el Estado francés en 1892, como parte del proceso de colonización de África llevado adelante por las potencias europeas.
Dahomey ganó este año el Oso de Oro, máximo premio de la Berlinale. Es cierto que, realizando un moderado ejercicio de mala intención, puede pensarse que dicho honor obedece simplemente al imperativo biempensante que forma parte del estándar progresista o a los complejos de culpa que abrazan quienes integran esos sectores de las sociedades europeas contemporáneas. Por algo existen las leyendas urbanas según las cuales en el mundo de los grandes festivales de cine hay determinadas temáticas muy efectivas a la hora de chantajear emocionalmente a programadores y jurados. Las dictaduras en América latina, las migraciones asociadas a conflictos bélicos en Medio Oriente o las consecuencias de la colonización europea del continente africano serían algunas de ellas.
Pero es cierto que Dahomey exhibe méritos numerosos, no solo en el abordaje del relato documental, sino también en la exhibición de una riqueza que es eminentemente cinematográfica. Un ejercicio que se permite correrse del registro puro de lo real, intercalando elementos que pueden interpretarse como intervenciones directas de la ficción. Entre ellos, se destaca la inclusión de un relato en off que busca darle una voz a esas obras apropiadas de forma ilegítima. Una voz que no se detiene en ese juego cercano a lo fantástico, sino que además consigue expresar de forma indirecta la magnitud de un saqueo del cual el arte es apenas un exponente simbólico.
Queda claro que la vuelta a casa desde esos museos europeos -que con precisión poética notable la película define como “las cavernas de la civilización”- representa un camino de regreso que otras víctimas de ese mismo saqueo ya no pueden hacer. En primer lugar, los millones de personas arrancadas de su tierra para ser convertidos en esclavos. Pero también las fortunas incalculables en recursos naturales, que sirvieron para que los grandes imperios de los siglos XVIII y XIX continúen siendo hoy las potencias dominantes, disfrutando de un bienestar que los legítimos dueños de esas riquezas están lejos de gozar.
“Estoy desgarrado entre el miedo de que nadie me reconozca y de yo no reconocer nada”, dice la voz en off. En apenas una frase, esta entidad sobrehumana no solo consigue explicar el desarraigo, dando cuenta de la pérdida potencial que implica para la identidad, sino también del carácter cartesiano de la película. Lejos de mostrarse segura a la hora de exponer las cuestiones que aborda, Dahomey elige construir un discurso a partir de la duda expresada de forma subjetiva a través de ese personaje que relata la experiencia de volver en primera persona. Pero no solo la del singular.
En Dahomey también hay un nosotros, una mirada colectiva respecto de lo que ese acto de restitución significa para la cultura e identidad de los benineses. Un registro coral que la película hilvana a partir de un grupo de jóvenes universitarios que debaten acerca de las implicancias en torno al regreso de esas obras. Que, vale aclarar, representan menos del 0,5% de las más de 7.000 piezas pertenecientes al acervo cultural del Reino de Dahomey que Francia se apropió durante los casi 70 años que duró su dominio colonial.