En la mitología griega, Cronos era uno de los principales titanes de la primera generación, es decir, de los que descendían directamente de Gea –la tierra– y de Urano –el cielo–. Durante siglos y siglos fue considerado el padre del tiempo, capaz de controlarlo y manipularlo a su antojo. Generalmente, se lo representaba con una hoz –¿habrá sido Cronos el primer comunista, antes de que los comunistas existieran?– ya que se creía que había usado ese arma para: separar el cielo de la tierra o, imagen menos feliz, castrar a su padre. Esta deidad todopoderosa podía mover acontecimientos históricos de lugar, adelantar el futuro hasta convertirlo en presente o retroceder el tiempo hacia atrás, todo según su capricho. Alrededor de él no había una temporalidad precisa; todo podía suceder en simultáneo. Algo de este espíritu, de esta percepción del tiempo, aparece en Nunca caminarás solo, la reciente exhibición del artista Andrés Aizicovich en la galería Sendrós.

Con una muestra compuesta de 24 pinturas, Aizicovich retrata diferentes episodios de la historia universal como si hubieran sucedido a la vez, en un tiempo primitivo. En esta exhibición conviven atriles, celulares y herrerías junto a una versión de la Cueva de las Manos y una Eva escuchando el llamado de la tentación, frente a un árbol con manzanas. Como si el propio Cronos hubiera orquestado la sucesión de eventos, Aizicovich superpone siglos y siglos de historia en este conjunto de pinturas que en algunas ocasiones parecen hasta rupestres. La historia del mundo fue encerrada en una caverna, devenida galería de arte, gracias a este artista.






Esta es la primera muestra individual que Aizicovich realiza en Buenos Aires después de tres años y luego de participar en distintas residencias en diferentes países del mundo, como Francia, Estados Unidos y Alemania. Pero antes de estos tours internacionales, este artista desarrolló su carrera en la escena local, desde comienzos de los años 2000. Se formó en la Universidad Nacional de las Artes, participó del programa de Artistas de la Universidad Di Tella y realizó muestras en diferentes espacios –como la galería Jardín Oculto, Inmigrante y el Centro Cultural Recoleta–. Además fundó, junto a los artistas Leopoldo Estol y Liv Schulman, una de las publicaciones más populares dentro de la escena cultural: el diario El Flasherito. Durante todos estos años, con su trabajo fue inventando distintas tecnologías que tenían la intención de intervenir en las condiciones materiales y poéticas del mundo, pero sobre todo buscaban establecer nuevas formas de comunicación.

En la mayoría de las obras que presenta en esta nueva muestra se puede ver a dos personas interactuando entre sí o a través de diferentes objetos. Los cuerpos de estas personas están un poco deformados: tienen manos gigantes, algunos llevan sobre sus caras unos ojos saltones y otros tienen orejas de diferentes colores. Cada uno con su marca, con su particularidad, pero humanos al final de cuentas. Algunos trabajan y otros se divierten –estos últimos son los que se dedican al arte–.

Nunca caminarás solo es un manual ilustrado de la historia del mundo y, sobre todo, de su tecnología. En casi todas las pinturas se ve una anécdota del mundo, a la vez que se muestra la manera en la que un invento establece y condiciona la relación entre dos personas. También podría ser un libro de comunicación social, un apunte de semiología o lo que realmente es: una muestra de arte contemporáneo.





Comunicación paralela

Durante siglos, los mitos han servido para dar explicaciones del mundo que nos rodea. Cada vez que alguna civilización quiso dar cuenta del origen de alguna cosa o tratar de entender el funcionamiento de algo, se inventó un mito. Muchas veces, estas historias de ficción trataron de clarificar los grandes misterios de la vida y los grandes acontecimientos históricos de cada sociedad. A pesar de que se construyen oralmente, los mitos siempre tienen –en algún momento– su representación visual: desde el gran nacimiento de Venus, pintado por Botticelli, hasta la creación de Adán que hizo Miguel Ángel en la Capilla Sixtina –las reinterpretaciones siguen hasta nuestros días y ahora hasta son memes, como ocurre con los dos ejemplos mencionados–. Las 24 pinturas que Aizicovich preparó para Nunca caminarás solo también tienen un carácter mitológico y en cada una de ellas se retrata un acontecimiento particular, muchos de los cuales son fenómenos de nuestro tiempo, como las selfies.

Dos de las obras que se encuentran en exhibición en la galería Sendrós muestran a una dupla de parejas fotografiándose a sí mismas. Caras y culos que se asoman a la pantalla de los celulares para después navegar por los ríos de Internet ¿Son acaso estas las representaciones de las primeras selfies del siglo XXI? Aizicovich, con estas obras, hace un registro doble: por un lado, representa esta práctica que inunda las redes sociales; por otro lado, ofrece una mirada sobre la relación que tienen las personas con ese dispositivo que todo el tiempo se lleva encima, cual tobillera electrónica. En numerosas oportunidades, Aizicovich trabajó con la relación persona-tecnología, de hecho en la muestra que realizó en 2019 en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires este vínculo también aparecía. En aquella oportunidad, este artista mostró una serie de esculturas que podían ser manipuladas por el público y cuya utilidad era “enviar un mensaje hacia una civilización distante”.




Las formas de comunicarse son una constante en la obra de Andrés y, en definitiva, todas las pinturas incluidas en esta muestra también refieren a eso mismo, dado que en casi todas hay dos personas que interactúan –o se comunican– a través de algo. La pregunta entonces es de qué manera se pueden enviar y recibir mensajes por fuera del lenguaje oral o escrito. Desde la perspectiva de Aizicovich, el baile, la pintura y la música son capaces de transmitir mensajes y de establecer un vínculo entre dos personas. Lo que parecen estar indicando estas obras es que diferentes disciplinas artísticas pueden ser pensadas como tecnologías para generar una comunicación, un intercambio. La prueba empírica de esto mismo podría ser una obra anterior de Aizicovich, “Relación de dependencia” –la misma que lo hizo ganar el premio Braque en 2018–. En esa instalación una persona pedaleaba en una bicicleta fija, el movimiento hacía girar un torno de alfarería y una segunda persona, al mismo tiempo, moldeaba una vasija. La obra era la tecnología –o el canal o el soporte– que garantizaba una comunicación entre dos personas y cuyo resultado final podía ser un objeto de arcilla.

El conjunto entero de pinturas que expone en esta ocasión puede funcionar también como una serie de objetos que transmiten mensajes hacia los espectadores que aparezcan; lo que tratan de decir y mostrar estas obras es completamente transparente y el relato que arma Andrés en cada una de las pinturas está en la superficie de las mismas, no hay nada ambiguo en ellas, de hecho casi ni son metafóricas y es que, si de mitos se trata, la gracia está en que sean comprendidos popularmente. A la hermeticidad del arte contemporáneo, las 24 pinturas parecen darle la espalda para sacar a relucir la vieja y tradicional función de una obra de arte: intentar decir algo y que eso que se enuncia se entienda.



Contra el arte

Para triunfar en el mundo del arte contemporáneo habría que hacer todo lo contrario a lo que hizo Andrés Aizicovich en Nunca caminarás solo. Ante la avanzada de obras que no se entienden, hechas de cemento, tubos de luz blanca y acero inoxidable, este artista presenta 24 imágenes figurativas y pequeñas, que parecen tener como referencia a Ricardo Carpani –el histórico pintor peronista de la Argentina– y, por qué no también, a Oswaldo Guayasamín –pintor, dibujante y escultor ecuatoriano–. Con esta exposición Aizicovich abraza la tradición más relegada de la historia del arte –una tradición que a algunos hasta les puede dar cringe–. Sin embargo, este movimiento encierra una pequeña astucia: esquivar los grandes temas y desentenderse de cualquier polémica. Las pinturas podrían tratar de infinidad de otras cosas, atender la agenda de los titulares que día a día generan grandes pronunciamientos, pero en vez de eso, se fijan en detalles periféricos del mundo de hoy. Parecería ser que este artista se hartó de las lógicas del arte contemporáneo y, al abandonarlas, solo pudo entregarse a un proyecto sin curador, sin texto de sala, sin obras complejas, grandilocuentes, opacas y sin todas esas cosas que alguien espera encontrar cuando entra en una exposición de arte contemporáneo.

En este sentido, Nunca caminarás solo es también una pequeña digresión en el trabajo de este artista que desde hace varios años cumplió con el check list del arte contemporáneo. Sus producciones más recientes no apuntaban a un espacio seguro, apto para todo público, sino más bien a la complejidad de los tiempos que aquejan al mundo del arte. Además también significan la vuelta del color, después de años del negro, el gris y el brillo inocuo del acero. Las pinturas de esta muestra son la combinación del joven Aizicovich que posteaba pinturas coloridas en Flickr y el artista que hace grandes instalaciones en museos y gana becas para recorrer el mundo.


La apuesta es interesante porque es una apuesta hacia la moderación, es decir, es un movimiento que va en contra del imperativo de la polarización. La búsqueda de estas obras avanza por la ancha avenida del medio, trazando un recorrido sumamente personal y caprichoso. Aizicovich no parece interesado en nada que vaya a generar un revuelo o que responda a algunos intereses de coyuntura: solo quiere revisitar su propio mundo propio. Si bien en términos formales estas obras no se conectan demasiado con sus últimos trabajos, si guardan una relación con las investigaciones con las que trabaja, ya mencionadas. Así, esta es una exhibición que apuesta por algo diferente, pero que en el fondo, en lo profundo de la cuerina negra sobre la que se imprimen estas pinturas, habla de lo mismo que aqueja a Aizicovich desde hace años, es decir, de los esfuerzos que hacemos para entendernos.

Nunca caminarás solo se puede visitar de miércoles a viernes, de 14 a 18, en la Galería Sendrós, Wenceslao Villafañe 584. Hasta el 9 de noviembre. Gratis.