En el año de 1284 en el día de Juan y Pablo siendo el 26 de junio por un flautista vestido con muchos colores, fueron seducidos 130 niños nacidos en Hamelín y se perdieron en el lugar del calvario, cerca de las colinas.
El secreto de Hamelín
La música siempre es un atractivo fundamental en la vida de cualquier comunidad. Mucho más en aquellas épocas en las que no existían otras formas de vivenciarla que en vivo. En el caso de los niños y adolescentes la identificación con los compases es rápida, es que expresa modos de ser que desde antes del nacimiento del niño se van construyendo.
En Hamelín ocurrió algo siniestro vinculado a la música y el baile: un llamativo flautista se hizo presente y logró que ciento treinta niños y jóvenes lo siguieran hacia un destino funesto. En ese extraño acontecimiento desaparecieron de la faz de la tierra, pero el encabezamiento de este artículo, que data del año 1603, nos da un indicio escalofriante: en Hamelín se llamaba calvario al lugar donde se realizaban las ejecuciones.
Esa referencia permite concluir que los niños fueron secuestrados, asesinados, vendidos o víctimas de una catástrofe natural que extrañamente no dejó huellas. No hubo testigos, tampoco algún niño que escapara y pudiera dar cuenta de lo sucedido, existe una versión que hace mención a que dos niños se salvaron: uno ciego y el otro mudo… hoy diríamos que parece indicar que era necesario mantener el pacto de silencio. Lo demuestra el que no haya registro histórico alguno. Llevar ciento treinta niños al sitio donde se realizaban ejecuciones, que nadie haya vuelto y nada más se sepa es más que elocuente.
Sin duda, fue la convergencia de varios asuntos los que envolvieron a esa comunidad de la que desaparecieron esa enorme cantidad de chicos, pero es innegable que para lograr el ominoso fin, la atracción, el encantamiento se produjo por vía de la música.
Los adultos de Hamelín
Afirmamos que el engaño mortal a ese grupo de niños ocurrió con la complicidad de los adultos. Recordemos que el cuento de los Hermanos Grimm relata que los mayores estaban en la iglesia, es decir, ocupados en otros asuntos, pero algunas preguntas no pueden dejar de hacerse: ¿Cuántas personas vivían en Hamelín en el año 1284? ¿Cuán grande era la villa para que todo esto pasara sin que nadie se diera cuenta? ¿Es posible que una manifestación o movilización de tanta gente pasara inadvertida?
Podemos sospechar que a los niños se los condujo a la muerte por razones que esa comunidad consideró oportunas, tolerables o convenientes bajo razones que se han perdido en el tiempo. Recorramos algunas de las hipótesis que se han elaborado al respecto: una de ellas plantea que esos niños estaban afectados por la peste y se estableció que la mejor medida sanitaria era matarlos siguiendo el viejo refrán de que “muerto el perro, se acabó la rabia”. Otra versión propone que pudo haber existido alguna convocatoria religiosa y que la misma fue aceptada en forma entusiasta por la población y por ella lanzaron a los niños a esa excursión que culminó en el exterminio de todo el grupo. Tampoco se puede omitir la posibilidad de que el hambre acuciara a Hamelín y esto motivara que una parte de la población fuera nominada u obligada a buscar nuevos horizontes. Si hubiera ocurrido esto último es necesario señalar que sin guías, sin la compañía adultos baqueanos que los condujeran era imposible que llegaran a buen puerto. Todas las hipótesis, como se observa, son siniestras. Nadie iba al calvario para hacer una fiesta, sino para terminar legalmente con la vida de uno o varios condenados. (...)
Los flautistas de la web
En la actualidad la web es la síntesis de una multiplicidad de maneras de conexión y atracción. Existe una sociabilidad virtual que parece el maná de todas las cosas, cuyo paradigma por ahora sigue siendo Facebook. Esta sociabilidad tiende a aumentar a cada momento, llega desde la placenta mediática a las máquinas de comunicar. Dentro de ella las convocatorias a lo mortífero circulan en tiempo real en “la aldea global”. No se detienen en fronteras, límites geográficos o por cuestiones idiomáticas. Es la web el medio por el que se pueden realizar convocatorias que demuestran, al mismo tiempo, cómo la fragilidad gana a muchos jóvenes pese a las loas que se suelen cantar a la sociedad del espectáculo y su mundo transparente. En la aldea global se calcula que hay aproximadamente la friolera de doscientos mil programas que promueven el suicidio. Son organizados por los Flautistas de Hamelín actuales que, llegando a través de los smartphone, incitan a los jóvenes a participar en estos juegos de la muerte.
El caso más resonante es el de “La Ballena Azul”, el manipulador se acerca a través de convocatorias personalizadas llegadas por whatsapp o mensajes de texto. Los chicos son invitados a entrar en círculos cerrados en lo que parece un desafío a sortear. De esta manera un peligroso manipulador ha conseguido llevar adelante sus ideas exterminadoras con bastante repercusión entre los adolescentes. El creador de “La Ballena” es Phillipp Budeikin. Un joven de veintiún años que le declaró la guerra a su generación y emprendió una “cruzada de purificación”. Luego de ser detenido en Rusia por sus actividades delictivas, realizó revulsivas y altisonantes declaraciones. En ellas se reconoce como el creador del mal llamado Juego de la Ballena Azul. Lleno de soberbia y convencido de sus propósitos dijo que era necesario dividir a los jóvenes en dos categorías:
a) Gente y b) Residuos biodegradables.
Sobre este segundo grupo centró su plan de exterminio. Con un desprecio enorme por la vida humana, creyéndose con los atributos de un dios, declaró que su objetivo era: “limpiar a la sociedad de aquellos que le harían daño. Ellos son los que no tienen ningún valor.” Budeikin ha reconocido haber inducido al suicidio a diecisiete personas, sin ningún reparo agregó que: “Ellos murieron felices. Les di lo que no tuvieron en la vida real: calidez, compresión y comunicación”.
Su raid de Terminator terminó cuando fue detectado y condenado a tres años y cuatro meses de prisión en Rusia. No conocemos los fundamentos, ni el dictamen de la sentencia, pero sabemos que el alcance del daño realizado puede no haber terminado y que el perturbador programa puede que aún siga afectando a jóvenes de todo el mundo.
Más allá de su bien merecida condena, quienes conocen el caso más de cerca presumen que Budeikin, este nuevo encantador al servicio de la muerte, ha inducido a ciento treinta jóvenes rusos al suicidio, el mismo número de víctimas que la historia acepta como verdadero con relación a los niños que desaparecieron el 26 de junio del año 1286 en Hamelín. De ser cierto estamos ante una extraña coincidencia histórica.
Atrapa fragilidades
Los peligrosos cantos siniestros aparecen como formas de una sociabilidad secreta a distancia. Nos vemos así en un paso más allá de la cultura claustrofílica en que vivimos –recordemos que la claustrofília es el amor por el encierro, donde las máquinas de comunicar son el contacto predominante con el mundo– es en este borde donde la fragilidad deviene en aislamiento. La consecuencia es que a muchos jóvenes los va ganando el desasosiego y se hacen cada vez más solitarios.
No se puede dejar de señalar que el intercambio vía web todavía produce una fascinación generalizada en los usuarios cuya parte violenta no se ve: “La economía capitalista lo somete todo a la coacción de la exposición (...) La absolutización del valor de exposición se manifiesta como una tiranía de la visibilidad. Lo problemático no es el aumento de imágenes, sino la coacción icónica de convertirse en imagen (...) La comunicación visual se realiza hoy como contagio, desahogo o reflejo.” La consecuencia ya la conocemos y es que tanto jóvenes como adultos van derivando lo central de sus intereses a la hiperconectividad, tan es así que vida y vida virtual parecen sinónimos, algo que saben aprovechar muy bien los flautistas actuales. La web es el flautista que baila, viste colores vistosos y que toca muy bien, más todo el desarrollo de imágenes y sonidos que podamos imaginar, mejor dicho que exceden a nuestra imaginación. La comunicación instantánea y múltiple estimula la creencia de tener todo el mundo en la mano.
Dentro de ese impresionante despliegue existen esos 200.000 Big Brothers lanzando señuelos para quienes están navegando en solitario en estado de gran fragilidad, esos que esperan que algo o alguien los salve. De estos “huevos de la serpiente” surgen los que establecen una relación de intimidad con quien desean destruir. Precisamente por esa relación tan personal es muy difícil detectar esos contactos, salvo que algún amigo o familiar atento observe los indicios preocupantes y lance una advertencia.
La Ballena, El Abecedario, la convocatoria a un suicidio colectivo realizada por un adolescente desde un pequeño pueblo de Entre Ríos y muchos otros Big Brother plantean desafíos que, como dice Le Bretón, promueven las conductas de muerte al incentivar una escalada de desafíos que conducen a la incitación al suicidio. Se instalan y aprovechan ese momento de incertidumbre donde el presente se vacía y el futuro no parece tener ningún sentido. En este difícil pasaje a la adultez es cuando las conductas de riesgo proliferan: “remiten a la dificultad de acceso a la edad de hombre o mujer, el sufrimiento de ser uno mismo durante ese pasaje delicado, a la imposibilidad de darle sentido y valor a su existencia.” Allí los sentidos de la vida que abrigan y protegen contra la fragilidad son difíciles de hallar o parecen perdidos. En la particular manera en que se vive el tiempo, lento e interminable, en la adolescencia se necesita de horizontes: “Si no es alimentada con proyectos, animada por un gusto de vivir, la temporalidad adolescente se estrella contra un presente eterno que vuelve insuperable la situación dolorosa” y es allí donde los propagadores de la muerte encuentran espacio para sus acciones destructivas, el objetivo que tienen es que el adolescente lleve adelante acciones contra sí mismo. Debemos diferenciar este tipo de relación virtual que intenta conducir a la muerte desde internet, de otras que ocurren en una geografía acotada donde el suicidio juvenil tiene características diferentes.
Nos referimos a aquellas otras situaciones donde varios jóvenes se suicidan en un mismo barrio o pueblo. En ellas ocurre que en un breve lapso de tiempo varios jóvenes atentan contra sí mismos. Parece una mortífera reacción en cadena dentro de un mismo pueblo o barrio y tiene como característica que la mayoría de quienes atentan contra sí mismos se conocen entre sí, saben de la existencia unos de otros. En Argentina hay una larga lista de pueblos que han vivido este tipo de graves acciones: Gobernador Gálvez, Santa Fe; Las Heras, Santa Cruz; Chamical, La Rioja; Rosario de la Frontera, Salta. En este tipo de situaciones el terror comienza a correr como reguero de pólvora por calles y casas del mismo barrio.
Recientemente nos hemos enterado de otro estilo de propuesta de accionar contra sí mismo en forma grupal y por vía de internet, un intento de organización horizontal llevada adelante por un adolescente desde un pequeño pueblo de la provincia de Entre Ríos, Argentina. Este muchacho de 16 años, cuyo apodo es Tutor, desde un pequeño cyber público promovía una acción suicida colectiva de jóvenes de distintos países. La acción la detectó la madre de una joven de Rentería, San Sebastián, España, que puso en marcha a las policías de España y Argentina dedicadas a investigar los delitos por vía de internet. Nada más se sabe, seguramente debido a los secretos del sumario, de la manera y cuándo pensaba Tutor llevar a su grupo al acto suicida. Como se ve una acción sin recursos, ni programa, pero igualmente preocupante.
Muy diferentes a los intentos de suicidios que incentivan los Big Brother de la vía virtual. Todo se realiza por la máquinas de comunicar, no hay contacto físico, ni conocimiento previo entre los participantes. El manipulador asesino comienza desafiando al adolescente. Su objetivo es despertar un estado de guerra en el joven aislado y con poca confianza en sí mismo. Convencerlo de que es un samurái solitario, de lograrlo, esta secreta belicosidad lo saca aún más de las relaciones con familiares, amigos y sus propios intereses. El Big Brother lo lleva a creer que es un guerrero detrás de las líneas enemigas, que cada prueba realizada es una batalla ganada. Cuanto más se convenza el joven de ese papel, cuanta más impulsividad logre inyectarle quien lo manipula desde la imagen, más cercano se encuentra a su propio fin. Si esto ocurre, la manipulación habrá triunfado y el joven, ya absolutamente a merced de quien está interesado en destruirlo, atentará contra su propia vida.
¿La fragilidad es una epidemia global?
La acción asesina de Phillipp Budeikin ha puesto sobre el tapete un tema que es el mayor tabú dentro del complejo entramado de silencios que embarga a los humanos ante la muerte. Nos referimos al suicidio, la notable expansión del mismo entre los adolescentes viene siendo denunciada por diversas organizaciones de la salud, pese a ello pocos países han reaccionado con programas específicos para tratar de disminuir su incidencia, la OMS concretamente considera que el suicidio adolescente ha quedado “envuelto en un tabú durante mucho tiempo”.
Las estadísticas mundiales establecen el aumento del índice de suicidio: más de ochocientas mil personas se suicidan por año. Dentro de este doloroso panorama donde campea la violencia autodestructiva, el porcentaje va creciendo, mucho más aumenta entre los jóvenes. El causal de muerte por suicidio ocupa el segundo o el tercer lugar de las estadísticas mundiales en personas entre 14 y 29 años. En México, por ejemplo, ocupa el primer lugar de la estadística. Para ser más grave el cuadro surgen datos que indican que el suicidio alcanza a los niños en forma significativa, algo que es un preocupante fenómeno nuevo. Argentina no le va en zaga, las estadísticas presentadas por el Ministerio de Salud de la Nación establecen que los accidentes y suicidios son las principales causales de muerte entre los quince y treinta y cuatro años. Ya sabemos que muchos accidentes son producto de la impulsividad y por ello no es difícil inferir la conducta suicida que subyace detrás de ellos.
No se debe perder de vista que en el tema del suicidio la pobreza, como no podía ser de otra manera, marca notables diferencias entre ricos y pobres: el 75 por ciento de los suicidios mundiales se dan en los sectores pobres de todo el mundo (una muestra cabal de que los niños y jóvenes pobres no son peligrosos, como suelen indicar alguna prensa, sino que están en peligro). En esta epidemia autodestructiva se calcula que por cada persona que acaba con su vida hay que multiplicar por veinte los intentos suicidas. Como se ve, tenemos un panorama que nos muestra cómo la muerte autoinfligida hace estragos en la vida adolescente actual. Un Hamelín global donde los países no están desarrollando programas específicos para la prevención y disminución de la tasa de suicidios.
Morín plantea claramente lo que en este tipo de acciones subyace por debajo, mucho más en éstas épocas en que los suicidios aumenta: “El suicidio consagra la total dislocación entre lo individual y lo cívico. Allí donde se produce el suicidio, la sociedad no sólo ha fracasado en su intento de ahuyentar a la muerte, de procurar el gusto por la vida al individuo, sino que ella misma ha sido derrotada, negada: ya no puede hacer nada por y contra la muerte del hombre (...) Allí donde la individualidad se desprende de todo vínculo, allí donde aparece solitaria y radiante, solitaria y radiante también se alza, como un sol, la muerte”.
Las estadísticas mundiales demuestran que estamos en presencia de una epidemia de la que en general no se habla, pese a que en las últimas dos décadas los índices de suicidio aumenta en forma llamativa. En esta fragilidad operan los Big Brother que promueven caminos al cadalso, aprovechan estas fisuras en las que confluyen motivos familiares, personales, sociales e institucionales y que han dejado al joven en estado de fragilidad, un laberinto del que no encuentra la salida.
Es necesario señalar que, en el particular y específico modo de estar en el mundo de los adolescentes, la ideación suicida no suele ser compartida con los amigos, familiares u otras personas allegadas. La misma pertenece al mundo más íntimo y secreto de los jóvenes. Ocurre exactamente lo contrario en esos intercambios por internet con gente lejana y sin ningún tipo de contacto corporal. Allí se generan esos estados ilusorios de confianza que en la vida familiar y social se perdieron o no se logran, esta capacidad de las pantallas para generar ese estado ilusorio de intimidad rápida abre las puertas para quedar a las órdenes del lejano asesino, quien primero estimula con pruebas y luego ordena el camino a la muerte.
Por otra parte, cabe preguntarse si Budeikin al definir a amplios sectores juveniles como un grupo “biodegradable que hay que eliminar”, no es más que la punta del iceberg de una cultura que produce un suicidio cada cuarenta segundos. El ejemplo de España es un botón de muestra: en su intento de resolución de la crisis económica en la que estuvo inmersa y de la que parece ir despertando, según Unicef ha retrocedido en la atención y cuidado de su infancia. En la comunidad europea ocupa unos de los últimos peldaños en el nivel de pobreza infantil. Más abajo le siguen Rumania y Grecia.
Si la infancia es descuidada indica que el espacio soporte de la cultura presenta enormes fisuras. La web se ha transformado en parte de la búsqueda de sostén para millones de personas que ofrecen sus vidas por pertenecer a la sociedad transparente, favorecidos por el impulso de transparencia que los Big Data imponen a todos los usuarios y con los escudriñan deseos, personalidades, ideología, consumos, en fin todo lo que podamos imaginar Se aprovechan de esto los cultores del asesinato. El adolescente frágil es detectado por los Budeikin con los Big Data personales en su poder, al contactarlo tiene muchos elementos para establecer perfiles e intereses, un proceso que no sólo ocurre con los jóvenes sino que incluye al conjunto de la sociedad y que el proceso de fascinación por la hiperconectividad niega. “El Big Data es un instrumento psicopolítico muy eficiente que permite adquirir un conocimiento integral de la dinámica inherente a la sociedad de la comunicación. Se trata de un conocimiento de dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla a un nivel prerreflexivo”. No hay duda de que quienes promueven este sistema que se propone absorber a todos y a cada uno de los sujetos de este mundo comparte con el creador de La Ballena Azul el objetivo de separar los “grupos biodegradables”, desinteresarse de ellos.
El aumento de la violencia autodestructiva muestra cómo se internaliza en las personas más frágiles la violencia social y cultural que el sistema capitalista global produce, cómo se particulariza la destructividad en cada una de las millones de personas que son desafiliadas de cualquier tipo de posible integración.
Con seguridad podemos responder que en la mesa de los que ganan enormes cantidades de dinero con las burbujas financieras no existe el menor interés de destinar partidas presupuestarias para programas de prevención ante la epidemia de suicidio adolescente. En la cultura actual sólo se recuerda Hamelín como un cuento, los gobiernos no parecen interesados en buscar soluciones al estrecho margen de maniobra que le va quedando a las nuevas generaciones para desplegar sus proyectos. Solo basta con mirar los altísimos índices de desocupación de los jóvenes a nivel mundial para corroborar que hay modelo darwinista-Big Brother en marcha.
* Psicoanalista. Texto incluido en la edición de noviembre de la revista Topía.