Qué prohibidor está el mundo, caramba. A cualquiera que agarra la manija de algo, sea un país o un kiosco, lo primero que se le viene a la cabeza es prohibir, como si al hacer desaparecer las cosas que feas todo irá viento en popa. Desde hábitos con poca prensa, hasta los pobres inmigrantes que enchastran el paisaje, prohibir parece ser la solución.

Esta historia es más vieja que el mundo mismo. Y la lista de prohibiciones raras con las que han querido corregir el rumbo es larga y curiosa: prohibido masticar chicle, vestir de amarillo o llevar billetes en el bolsillo trasero para no sentarse sobre la cara del rey.

El primer problema es que las cosas que algunos consideran feas, a otros les parecen lindas. Y de las cosas feas vive mucha gente. Vean los que se llenan los bolsillos con esa porquería de música que se escucha en todos lados y que yo prohibiría ipso facto de tener poder.

En general, se trata de prohibir algo cuando ese algo no se puede integrar a la vida, o no se logra soportarlo, aceptarlo. A menudo se prohíbe lo que no se entiende. Y en otros casos parece un capricho. En Blythe, California, una persona no puede usar botas de cowboy en público si no posee al menos dos vacas. Y está bien. Qué es eso de hacerse el vaquero cuando se posee un galgo muerto de hambre.

Prohibir es claudicar. Es reconocer que no se tiene la capacidad de hacer encauzar las cosas con las reglas con las que se juega, en general las de la política. Si prohibir fuera la solución a todos los males, prohíban el hambre, la pobreza y la inseguridad, y listo.

Cuando de políticos se trata, la estrategia de prohibir les suele funciona porque la gente común cree que ahí está la solución de todo. De todo lo que no le gusta... Y no es que yo no crea que no habría que prohibir algunas cosas, pero claro, las cosas que yo prohibiría serían las cosas que otros defienden, y así siempre.

Y ante toda prohibición, no conviene escandalizarse, sobre todo si uno se muere de ganas de prohibir. Hace unos años, un museo italiano debió tapar (prohibir temporalmente) obras de arte de desnudos ante la presencia de una delegación iraní. Muchos se escandalizaron, pero luego reclamaron que se retire un mural de la Tate Gallery por racista.

En Turkmenistán no se puede hacer playback y en Corea del Norte hay cinco cortes de pelos aprobados para los hombres, todos los otros están prohibidos. Suena raro hasta que uno recuerda que las religiones se destacan por prohibir.

Hasta no hace mucho, para la iglesia católica soñar en voz alta era sinónimo de hablar con el diablo. Y estaba prohibido, claro. Ni hablar de libros, películas y modas que quisieron prohibir hace pocas décadas: La última tentación de Cristo o El exorcista, entre otras.

A veces el arte imita a la vida. En la historieta El reino azul, de Carlos Trillo y Enrique Breccia, el rey ordena que su reino sea azul pero la gente insistía en defecar marrón. Abrumado por la intestinal rebelión, el rey tiene una idea genial. Que el reino sea marrón. Entonces, no tarda en aparecer un soretillo azul en medio de la calle.

Así funciona la chusma, basta que alguien les diga que algo está prohibido para que corran a hacerlo.

Mejor dejar hacer, y que cada uno viva según lo que le parezca. Prohibir lo que puede ser un delito, vaya y pase, y lo que puede dañar a los otros también, aunque esto también entra en jaque cada tanto. Prohibir las drogas no funcionó, es evidente. Y la ley seca fue un fiasco para todos menos para los que fabricaban alcohol ilegalmente.

A veces, a ciertas prohibiciones estrambóticas se olvidan de abolirlas, pero ya nadie les da bolilla. En Francia está prohibido besarse en las estaciones de tren para no provocar atrasos y no se puede llamar Napoleón a un cerdo. ¿Quién les pone nombre a los cerdos? ¡Eso debería estar prohibido!

A mí, como persona común, me caen bien ciertas prohibiciones. Avalo que en Alaska se puedan cazar osos, pero esté prohibido despertarlos para fotografiarlos, o que en Nebraska los peluqueros no puedan comer cebolla en horario de trabajo.

Y ya dije, a cierta música la prohibiría por excesivamente repetitiva y simple, pero luego se me pasa porque recuerdo que mucha buena música entraría dentro de estas dos adjetivaciones. Mejor sería prohibir las adjetivaciones.

Prohibido prohibir, pintaban en las paredes del Mayo Francés. Es que los que prohíben lo hacen porque tienen poder. En cambio, nosotros no podemos prohibir a los prohibidores. Parece un trabalenguas, pero es mucho más que eso. Y no sea cosa que un día, de tanto avalar las prohibiciones, nos encontremos con que nos prohíben comer o respirar.

 

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