Cecilia Roth y Gustavo Garzón son dos almas inquietas. Tanto por la vitalidad de las ideas que rondan por sus cabezas, siempre movedizas y cuestionadoras del deber ser, como por cierta pulsión de hacer que comparten. Acaban de terminar una suerte de ensayo general de La madre, la obra que con funciones de jueves a domingos estrenarán el 31 de octubre en El Picadero, y sin embargo lejos están de parecer agotados. Al contrario: antes de sentarse a charlar con Página/12, ambos no dejan de resolver cuestiones personales y atender a quienes se acercan a saludarlos. Son dos actores de larga trayectoria, que parecen asimilar con naturalidad la cercanía del estreno. Aunque solo se trate de una simple aparencia. “La inquietud previa a un estreno no se termina nunca”, coinciden.

Roth y Garzón regresan a las tablas luego de haber compartido escenario en Días contados, la obra de Oscar Martínez que comandaron en 2006 en el Paseo La Plaza. Ahora, bajo la dirección de Andrea Garrote, protagonizarán La madre, la obra que forma parte de la trilogía (junto con El padre y El hijo) escrita por el francés Florian Zeller. La pieza, en la que Martín Slipak y Victoria Baldomir conforman el elenco, hace foco en una madre a la que la partida de su hogar de su hijo le provoca una perturbación mental y una soledad que la atrapa en un estado en el que le es imposible distinguir entre lo real y lo fantasioso. ¿Acaso hay límite para el amor?

“Florian Zeller es un maestro de las estructuras, logra que podamos ver con distancia a un personaje y casi sin darnos cuenta estamos sumergidos en lo más profundo de su mente”, reflexiona Garrote, la directora de la puesta local. “Aquí, La Madre. La madre como arquetipo de la familia burguesa, que es el centro de la casa hasta que todos empiezan a orbitar cada vez más lejos y entonces… un remolino nos arrastra a sentir, junto a ella, el tiempo todo entero”.

“La madre es una obra muy interesante, que aborda un tramo de la vida de una mujer que tiene una enorme fantasía, una capacidad de imaginación increíble”, detalla Roth. “Tiene que ver con la soledad, con el miedo a la soledad y con la compañía también. ¿Cómo son los vínculos que construimos con los más cercanos, los hijos, los compañeros de la vida, incluso con uno mismo? ¿Qué cosas perdonamos, qué cosas no? ¿Qué mostramos de uno?¿Qué mostramos que ni siquiera uno conocía? ¿Qué vemos del otro? De tantas las maneras posibles, porque a veces uno es una persona más sometida y otras veces es una persona más desapegada. La obra no inventa nuevas cosas, cuenta las cosas esenciales: la vida, la muerte, el amor, los hijos, la descendencia, el futuro, la soledad, el pasado…. Todo eso aparece. Lo interesante es que aparecen de distintas maneras.

-¿No es un dramón donde la madre se está hundiendo en sí misma?

Cecilia Roth: -No, no, sería un dramón si fuera así, sería aburrido. No es la anatomía de una historia. La obra muestra las posibilidades que una historia da para poder verla de millones de maneras distintas.

Gustavo Garzón: -Esta es una familia un poco disfuncional, en la que la madre no ha construido un mundo que no sea el de ama de casa. Entonces, cuando el marido ya no le presta atención, cuando el hijo se fue, se encuentra vacía, y culpa a los demás de ese abandono, como si los demás fueran quienes tienen que darle la vida…

C. R.: -Los crea a los demás, los inventa, los va tiñendo del color que ella quiere.

G. G.: -Claro, es su propia fantasía, pero la realidad es que es una mujer infeliz. Le pasa lo que le sucede a tantas amas de casa, que cuando se le van los hijos o el marido ya no la mira con agrado... Un marido que es un cobarde porque no se anima a irse, pese a que es infeliz. Todos los que están en este mundo son infelices, o supuestamente, porque todo está un poco en la cabeza de ella. Supuestamente, el marido la engaña, después de 35 años de matrimonio, pero el marido lo niega, pero aparentemente es verdad, pero él tampoco se va y se queda con ella. Es un círculo que alimenta infelicidad.

C. R.: -Y el hijo vuelve por una situación también confusa… Todo es y puede no ser en la obra. Ella ama al hijo pero no sabe cómo acercarse de una mejor manera, está enamorada, se le mezcla en la cabeza quién es ella frente al hijo… Como en la vida. Uno es todo el tiempo distintas cosas a la vez. No es que sos en un momento una cosa y pasás a ser otra: todo el tiempo sos una diferente persona.

G. G.: -La Madre expone la dificultad de decir lo que se siente de verdad, porque los personajes no terminan de decir lo que les pasa. Ahí reside su inteligencia. Los buenos autores nunca escriben lo que pasa de manera directa; hablan de otras cosas, por debajo de la trama principal, con personajes que van evolucionando, para que el rompecabezas se vaya armando. Los personajes empiezan a transformarse sin que te des cuenta, a mutar en otra cosa… pasan cosas muy densas, pero en el medio de cosas cotidianas. Es una familia enferma.

C. R.: -Es una familia disfuncional, que es la familia actual: todas las familias son disfuncionales, a mi entender. Las familias están construidas sobre un relato, que ya no es real… Es un relato cultural, que en un momento funcionó dadas las circunstancias y el contexto, pero que ya no se sostiene.

 

-La familia como tema complejo fue abordado una y otra vez por el arte. ¿Qué diferencia a cómo lo hace La madre del resto?

G. G.: -La obra es muy original, porque está planteada con una estructura muy rara, muy atrapante. Nunca leí ni vi una obra que se le parezca a esta. Tiene mucha personalidad, difícil de hacer, pero gustosa de hacer, porque plantea una estructura muy atípica. Si bien no estamos inventando nada en términos de temática, la manera que asume la obra es de una teatralidad muy impactante, de un juego teatral muy interesante.

-Me imagino que para ustedes, con largas trayectorias, deben celebrar que nuevos desafíos se presenten.

C. R.: -¿Qué te parece? ¡Siempre! Pero cuando estás en la mitad del desafío decís, “¿por qué me metí aquí? Si yo estaba tranquilaaaa…” (risas) Nunca en mi vida me ha costado estudiar una letra tan buena como esta.

-¿Por qué?

G. G.: -Por el juego mismo de la obra. Hay una situación de reiteración, pero que va cambiando, parece parecido, pero a la vez es distinto. El tiempo está jugado de una manera arbitraria, va para adelante, va para atrás. Es una obra muy inteligente, pero muy difícil para hacerla...

C. R.: -¡Es más linda verla que hacerla! (risas) Cuesta captar el tránsito de la obra al momento de hacerla. Decíamos en broma que era como el circuito de Indianápolis, porque es una carrera que no sabés para dónde va a salir la próxima curva, ¿no? Porque uno cree que va recto y aparece siempre una nueva curva. Si te distraés dos segundos, si perdés la concentración, te podés poner la obra de sombrero.

G. G.: -Pero es muy linda para actuar, muy agradecida para actuar, porque todas las situaciones son situaciones de tensión. Y tiene un humor que va aflojando un poco el drama. Es un drama con algunos toques de comedia, con un humor que se cuela todo el tiempo.

-¿O sea que la obra les representa mucho más que el simple desafío de hacer una pieza nueva?

C. R.: -Es un enorme desafío. Ni Gustavo ni yo hacemos cosas de taquito. No sabemos hacer las cosas de taquito ni nos entusiasma esa idea.

G. G.: -Mucho menos esta obra, que no es convencional. No es una obra que te vaya llevando, hay que estar muy atento.

C. R.: -Claro, porque por la misma frase previa a tu contestación, podés volver atrás, o a ir de adelante, o saltearte veintidós páginas, o volver atrás a repetir lo mismo que dijiste.

G. G.: -Es un juego dramáticamente muy virtuoso. Muy lindo para actuar. El papel del personaje de Cecilia es maravilloso, ella lo hace extraordinariamente bien. Cecilia va a hacer un gran trabajo. Puedo decir que tiene futuro, Cecilia… (risas). Tiene pasado, presente y futuro. En esta obra va a estar descollante.

C. R.: -No sé, no sé, porque tengo días en que...

-¿Estás insegura?

C. R.: -Bueno, le preguntás a una insegura si está insegura (risas)… A mí me gusta sentir esta inseguridad, sentir este vértigo… A mí me pasa, y a muchos compañeros y compañeras de este oficio maravilloso también, que antes de salir a escena nos preguntamos ¿por qué me metí en esto? ¿Por qué? Si puedo estar en mi casa, ¿por qué me metí en esto? Y después...

G. G.: -Sobre todo el día el estreno, todas las horas hasta que llega la noche del estreno, ese día...

C. R.: -El estreno y los días siguientes también.

-¿Pero en algún momento de sus vidas profesionales no afloja esa tensión?

C. R.: -No, a mí no. Antes de entrar a escena, siempre hay como un bichito raro en la panza…

-¿No se va esa sensación con el paso del tiempo, con la experiencia acumulada?

C. R.: -Para mí no, ojalá cambiara… o no, o sea, eso también es parte de sentirse viva.

G. G.: -Habla también de la responsabilidad que uno tiene con la actividad que lleva adelante. Que nos pase eso significa que nos importa quienes pagan una entrada para vernos, que queremos brindar un momento lindo… A mí me agarra mucho el día del estreno. Me ponía tan nervioso que tenía que tomar Flores de Bach. Y me di cuenta que si yo me preparaba muy bien, aunque estuviera nervioso, podía hacer lo que tenía que hacer. Ahora los estrenos los hago con nervios, pero los paso. Si estás seguro de lo que vas a hacer, los nervios los manejás, no los vas a evitar, porque nadie puede evitar ponerse nervioso. Una sola vez a un actor le pregunte el día previo al estreno si estaba nervioso y me contestó que no. ¡Al otro día tuvo un cólico renal! Estaba partido al medio del dolor... O sea, es imposible. Porque hay una exposición... Salvo que no te importe lo que hacés.

C. R.: -Para mí todos los días tienen algo de estreno, porque el teatro es vivo. Entonces, hay días en los que vos tenés más energía, días en los que no tenés tanta. Nos pasan cosas. Y además hay que saber cómo usar a tu favor lo que sentís o te pasa. Si te te va a servir o no, si te va a empujar por adelante... Ayer le decía a mi analista que no recordaba una situación de tanto nervio como el que tengo ahora. Y él me decía que sí, que la última vez me había pasado lo mismo que lo que me pasaba ahora con esta obra y que decía exactamente las mismas palabras y frases. ¡Pero yo no lo recordaba! No tengo conciencia de eso.

-No debe ser fácil salir a escena y exponerse, ¿no? Al comienzo de la carrera porque faltan herramientas, más tarde por el miedo a fallar…

C. R.: -Alguna vez, charlando con amigos, coincidíamos en que las actrices y los actores tenemos que tener cierto narcisismo del bueno para poder salir al escenario. Es como el colesterol bueno y el malo. Hay que tener de los dos. Sin cierto narcisismo nos meteríamos en la cama a leer un libro. Ese coraje de salir a escena solo puede ser sostenido por cierto narcisismo. Si no, sería imposible. Pero ese narcisismo se tiene que terminar arriba del escenario y ya está.

-Eso sería lo ideal. El tema es que a veces no se deja arriba del escenario.

C. R.: -Pero es así. No hay que cargar con eso, porque además el narcisismo es muy pesado. El día que sentís que tenés razón en todo, hay que dejar de actuar en teatro. Hay que saber eso también. Porque el paso del tiempo también es muy duro.

G. G.: -A mí me da mucha alegría, en los últimos años sobre todo, llegar al teatro. Aunque lo que haga sea mejor o peor, ya el hecho de ir al teatro me hace bien. Es un lugar de resguardo, de ritual, de alegría y de encuentro con los campañeros.

C. R.: -El teatro es un lugar de resistencia y contención.

G. G.: -Claro. Cuando hicieron los cambios en la calle Corrientes, al principio me enojé. “Esta no es la calle Corrientes, ¿que es este boulevard?”. Pero después me amigué porque es un lugar en el que estoy más que en mi casa. No quería ser un renegado de mierda. Empecé a amigarme con la calle Corrientes, con las pizzerías, con pertenecer. Me di cuenta que a esta edad ya puedo decir que pertenezco al mundo de la Calle Corrientes.

-¿Creen que en un mundo que va a mil kilómetros por hora, el teatro permite poner en pausa a tanta locura?

C. R.: -Sí, creo que cualquier cosa “viva” funciona como un cable a tierra. El teatro, los shows, la música en vivo nos permiten conectarnos con algo en un lugar. No hay un teléfono en el medio, no hay un dispositivo que interfiera.

G. G.: -¡Y además no hay nadie que esté hablando mal de nosotros en ese momento! (risas) Es toda gente que nos acepta y por eso nos viene a ver. Hay un plafón de amor asegurado.

(Imagen: Guadalupe Lombardo)
 

 

El ataque libertario a la cultura

La realidad argentina no podía faltar en la entrevista. Comprometidos desde siempre con lo que pasa en el país, Roth y Garzón coinciden en estar “preocupados” por todo lo que sucede en materia económica, cultural y social. “Cuando tenemos una voz de arriba ideológicamente opuesta a los cambios culturales, a los nuevos derechos y a las nuevas libertades legales… Cuando hay una mirada absolutamente opuesta a eso, combativa, es muy difícil que a las nuevas generaciones que están escuchando ese discurso desde el poder no se les mueva un poquito la cabeza”, analiza Roth sobre el debate público en Argentina y la cultura argentina.

-¿El problema son las ideas contrapuestas o que no se plantea en términos de un debate argumentativo?

C. R.: -Es autoritario.

G. G.: -Bueno, el Ministro del Interior dijo que lo que pasa en la universidad es lo mismo que pasó en los setenta. “Así empezó la subversión”, afirmó…

C. R.: -“Y no son los estudiantes los que protestan”, llegaron a decir. Porque además tienen un ejército de trolls que te metés en las redes y decís, “¿Dios mío, estamos así?” ¡Y no estamos así!

-¿La reacción conservadora es inversamente proporcional a la transformación cultural?

C. R.: -Ni siquiera es conservadora, es fascista.

G. G.: -Están haciendo una cosa vengativa. El modelo es uno para todo: la desprestigio, la vacío y la regalo.

C. R.: -Entiendo que todo es cuestionable, todo es observable, pero la palabra auditoría no la soporto más, porque las universidades se auditan a sí mismas, y las audita también un ente particular. El Ejecutivo no puede auditar las universidades, ¿de qué están hablando?

G. G.: -Además, nada justifica que estén congelados los sueldos de los docentes y no docentes... que la gente gane la mitad de lo que ganaba… se van a quedar sin docentes. Nada lo justifica… ¿Qué es? ¿Un castigo?

C. R.: -En un país que es de los más caros del mundo... Pero, además, el discurso es muy violento. Por supuesto que contradice su discurso de campaña, en donde la casta eran algunos políticos, los ricos... ¿Perdón? ¡Le estamos dando nosotros todo el tiempo dinero a los más ricos! Deberíamos ponernos una remera que diga “Yo soy la casta”...

-¿Consideran que se trata de un gobierno más de destrucción que de construcción?

C. R.: -Lo dijo en una entrevista en Estados Unidos, sin el menor pudor. O sea, soy el topo, soy un infiltrado.

G. G.: -Es raro: viene a destruir lo que él dirige.

-¿Cómo es posible que algunos pasaron del grito “abran las escuelas” hace cuatro años a apoyar la desfinanciación de la educación pública?

G. G.: -La única libertad que dio es la de los precios. La única libertad que tenemos es la del mercado. La única libertad es que el patrón pueda poner el precio que quiera a su producto. No hay otra.

C. R.: -No, las están cercenando todas. Es muy doloroso, es muy desolador.

G. G.: -Y es muy injusto, es muy injusto, la gente no merece esto... Y parece que es un castigo por lo que hicieron los gobiernos anteriores.