Se llama Max Suen pero podría haberse llamado Max Svechansky. No lo supo hasta hace unas pocas semanas, cuando salía de actuar en una función de El día más largo del mundo, la obra en la que interpreta a un estudiante talmúdico, y una señora se acercó para contarle que comparten parentesco. Esa puerta que se abrió en ese momento, y que lo acercó a la rama judía de su familia, es uno de los tantos ejemplos en los que Max Suen pone el cuerpo. Tiene 23 años y la energía propia de su generación (este año ha llegado a estar en distintas obras seis días a la semana), pero se diferencia en el manejo de la atención y el tiempo. En esta charla con el SOY en un café de Belgrano, se abre sobre su proceso creativo, lo que busca en el teatro y la manera que tiene de vivir la sexualidad y las relaciones.
Este año lo tuvo en la obra mencionada más arriba, en la que tiene algunas escenas homoeróticas con su havrutá (compañero de estudio); en la Breve Enciclopedia sobre la Amistad del Grupo BESA, ese colectivo teatral que está revolucionando Parque Patricios; en la obra Cine Herida, con Sofía Palomino; en la obra Los esclavos atraviesan la noche, de Ariel Farace, y en El placer es mío, de Sacha Amaral. En este film, que ganó el premio a la mejor película en la última edición del BAFICI, se pone en la piel de Antonio, un joven que tiene vínculos sexoafectivos con hombres y mujeres de distintas generaciones, algunos de su edad y otros que lo triplican. “Como le pasa a algunos de mis personajes, yo me he enamorado y me enamoro de hombres y de mujeres sin que esa información condicione en ningún momento mi entrega a esos enamoramientos. Me atraen las personas en general, con todas sus diferencias posibles que van más allá del género”, cuenta.
Desde hace tres años y medio, Max está de novio con una actriz, también joven y talentosa, que se llama Almudena González. Ese vínculo, signado por la admiración mutua y el acompañamiento, no está regido por las reglas de la monogamia. “Estamos muy atentos a que las ideas tradicionales de la pareja no limiten el potencial que puede tener crear un vínculo entre nosotros. Hace poco, ella me dijo lo más hermoso que me dijeron alguna vez: que me quería hacer homenajes en vida todo el tiempo que estuviera vivo. Con eso se refería a que todo lo que me estimulara, estimulaba al vínculo también y la estimulaba a ella también en consecuencia”. Cuando habla de ella, se le iluminan los ojos y el entusiasmo pareciera no caber en su cuerpo.
El largo camino a casa
La mamá de Max hacía teatro como hobby, en sus tiempos libres. Una vez, cuando tenía tres años, fue a ver una muestra de fin de año y se deslumbró con lo que estaba haciendo una señora en escena: “Yo quiero hacer eso”, le dijo a su familia. A los cuatro años, lo llevaron al polideportivo Pomar, en Floresta: su primer papel fue mudo, hizo del ratón Pérez acompañado de chicos de su edad. Pero Max tenía ganas de hablar, así que se pasó a otra escuela de teatro: La Galera Encantada. Esa escuela de nombre mágico le confirmó que su sueño iba por ahí. Su siguiente parada fue en el taller de Nora Moseinco, maestra de actores que se especializó durante muchos años en niños actores; de su escuela salieron los actores de Magazine for Fai, Martín Piroyansky y Santiago Korovsky, por mencionar solo algunos de los más conocidos. Con Nora siguió muchos años y a los 15 empezó a presentarse en castings. Pero algo no funcionaba. No lo elegían y eso lo frustraba, al punto de que pensó en dedicarse a otra cosa.
-En ese momento yo estaba muy metido en la militancia estudiantil, en mi colegio, el Julio Cortázar de Flores, y en la coordinadora de los secundarios, y me empezó a interesar mucho la política. Yo iba a teatro con Ofelia Fernández desde que tenía 10 años y viví toda su transformación. Compartimos grupo en lo de Nora y de adolescentes hicimos una obra que se llamó Los Babeles. Fue mi primera obra, fue la primera obra de ella, y de ahí conservamos un mismo grupo de amigos que se dedican a la actuación.
¿El papel de Ofelia fue importante en ese momento de transición, en el que te tiró más la política que el teatro?
-Ofe me convenció de todo. O sea, Ofe me convenció de ser vegetariano, de militar, me explicó el feminismo, me explicó por qué tenía que ir a la marcha el 24 de marzo, la Noche de los Lápices y después terminé militando en una organización con ella. Y me encantaba. Iba a todas las actividades y me gustaba mucho. Entonces, en paralelo, cuando me empecé a frustrar con la actuación, yo empecé a sentir que me quería dedicar a ser político. Y me acuerdo que le mandé un mail a Nora diciéndole “se terminó”.
Te retirabas de la actuación…
-Claro, como que quedaba terminado mi proceso para siempre. Le decía: “Evidentemente la actuación no está funcionando para mí”. Esto lo decía solo porque las respuestas que me daban las instancias a las que me presentaba, sea un casting de publicidad pedorro, o fuera un proyecto grande, tipo el casting de Relatos Salvajes, o un casting para Lucrecia Martel cuando iba a hacer El Eternauta, no quedaba. Siempre quedaba afuera, me iba mal. Y no la pasaba bien en esas instancias, no lo disfrutaba. De hecho, no disfruto los castings en general.
Los sigo odiando e intento no ir.
¿Qué hizo que te quedaras?
-Con este grupo de Los Babeles empezamos de adolescentes, eso tenía una potencia muy especial que hizo que vinieran muchas personas a vernos y que esas personas, a todos, a los siete que somos del grupo salvo Ofe, que en un momento se bajó porque empezó a darle mucha más importancia a su militancia, a todos nos generó trabajo. A mí, en ese sentido, el teatro independiente me salvó.
¿Y la política no te interesó más?
-La política me sigue interesando y seguí en contacto con la militancia después del colegio. Pero lo que más empecé a encontrar es el modo de poder hacer política desde el teatro, imaginando y creando mundos y habitándolos como una forma de criticar la realidad, de proponer otras realidades posibles y de crear comunidades donde se pueda pensar el modo en que nos vinculamos.
Y sostener estos espacios de teatro independiente en un contexto como el actual es un acto de militancia también, en un punto, de defender espacios.
-Sí, pero ahí para mí es importante que no quede solo en la defensa. Claramente desde el gobierno nacional de Milei nos están atacando, tienen un discurso contra la cultura y los artistas, pero no creo que el lugar que nos quede sea solo la defensa, sino también la actividad, la activación, la propuesta. Y la batalla estética es parte de la batalla cultural y que este gobierno entendió muy bien, para mí a diferencia del macrismo, que la batalla es cultural y salen a disputar culturalmente.
Claro, y de hecho termina habiendo integrantes del mundo artístico que muestran los números que genera y mueve el arte, como si fuera lo único importante.
-El teatro independiente y el cine independiente, pero sobre todo el teatro, creo que tiene una cosa hasta casi anticapitalista en su forma de funcionar, porque se organizan cooperativas, porque las personas que lo hacemos, por más de que intentamos que cada vez pueda ser más una forma de vida, para mí está siendo una forma de vida porque hago siete obras al mismo tiempo. Entonces sí, tengo un sueldo de hacer siete obras al mismo tiempo. Y la verdad es que lo llevo bien y lo disfruto. No tengo ningún problema con eso. Pero sí me pone y nos pone a las personas que me rodean en un estado como de autoexigencia muy similar al que tienen todos mis amigos freelo que están trabajando en cualquier otro espacio. O sea, generar, generar, generar, generar. Estar todo el tiempo vendiéndose uno mismo, promocionando, llevando gente.Es demandante, pero da una independencia tremenda. Y una libertad, aunque ahora esa palabra esté tan manchada. Una independencia sobre todo.
Usás mucho la palabra independencia.
-Sí, es que quiero seguir eligiendo al teatro y al cine independiente lo más que pueda. Obvio que si llegan proyectos más grandes. Los miraré. Y los pensaré. Pero no tengo ganas de ningún tipo de crecimiento exponencial, ni de masividad de públicos. Tengo íntimos amigos que están atravesando esas experiencias y no me gusta lo que pasa con ellos ni en lo que se convierten personalmente ni artísticamente. La idea de producto que empieza a entrar en proyectos más masivos para mí debilitan los gestos artísticos y creativos. Y yo en este momento quiero volcarme lleno a mis gestos creativos.
Los proyectos más grandes pueden ser tentadores…
-Sí. Pero siento que encontré un modo sustentable de vivir entre proyectos pequeños o medianos. Obviamente, a veces siento que necesito más dinero hasta que me doy cuenta de que en realidad es el neoliberalismo operando sobre mí. Se puede decir que quiero seguir en el teatro independiente, entendido como independiente del neoliberalismo (piensa unos segundos). Estoy muy atento a que el mercado no interfiera en mis creaciones porque siento que la vida es un campo de experimentación.
Hacés terapia, ¿no?
-Sí, ¿se nota? (risas) Igual empecé hace dos meses nomás. Estoy haciendo por primera vez en mi vida y estoy fascinado. Un amigo me dijo que los actores que van a terapia son mejores actores, porque es un espacio para pensar. Y a mí me encanta pensar y hablar.
Para ver trabajos de Max Suen en estas fechas:
Cine Herida tiene la última función del año el 5 de noviembre a las 18.30 en El Callejón. Si escriben al Instagram de @cineherida contando que leyeron esta nota, tienen un 2x1
Los esclavos atraviesan la noche. Lunes 28 de octubre, 4 y 11 de noviembre en el Portón de Sánchez.