Sean Gandini, performer, director y coreógrafo británico, se acerca al proscenio y dice a público: "Esta es una carta de amor al coreógrafo estadounidense Merce Cunningham escrita con danza y malabares". Así es como el creador define Life: a love letter to Merce Cunningham, el espectáculo que llegó al Teatro Alvear como parte del FIBA 2024. Junto a su esposa Kati Ylä-Hokkala –ex campeona finlandesa de gimnasia rítmica y artista circense– explican algunos rudimentos técnicos del malabarismo: Sean dice el nombre del patrón y Kati lo ejecuta con dos, tres, cuatro, cinco pelotas sucesivamente (al final con ninguna o "todas las que han existido"). El coreógrafo marca el tempo y compara cada uno de esos movimientos con ritmos musicales: vals, tango, música clásica, contemporánea, techno, reggaeton. Es un buen punto de partida para entender por dónde irá este viaje.
El coreógrafo –quien se comunica en perfecto español– despliega su carisma en la introducción del espectáculo y también después del saludo final, cuando junto a uno de sus colegas sale a escena para responder preguntas y charlar con los espectadores que decidan acercarse al borde del escenario. Gandini es hijo de un químico italiano y una periodista irlandesa, pero se crió en La Habana (Cuba) y a edad muy temprana demostró interés por los malabares, las matemáticas y la magia. Ese combo es el que aparece en Life, que se nutre de todas esas disciplinas y se combina con la danza: en la compañía Gandini Juggling hay destreza, profesionalismo y una imaginación de alto vuelo.
Gandini ya había homenajeado en otras obras a la bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch y al mago francés Yann Frisch. Esta vez el homenaje está dedicado a Merce Cunningham, reconocido coreógrafo y figura imprescindible de la danza contemporánea. El estadounidense creó un nuevo lenguaje y desarrolló un estilo propio a partir de la investigación corporal y la libertad creativa, se caracterizó por explorar avances tecnológicos para aplicarlos en su disciplina y renovó la escena junto al músico John Cage, quien fue su pareja sentimental y creativa. Gandini se inspiró en un viejo VHS que registra una coreografía de 1993 para crear su espectáculo: en esta propuesta imagina cómo sería traducir el lenguaje de la danza al arte de los malabares en función de la mezcla y el ritmo como elemento central en esa estructura.
Life no sólo es una demostración de destreza sino también de belleza. Cada uno de esos patrones puede ser observado desde múltiples lenguajes: por momentos podrían ser notaciones musicales sobre un pentagrama (esa es, quizás, la primera lectura que viene a la cabeza luego de la explicación de Gandini en términos rítmicos), en otros momentos se asemejan a figuras escultóricas o estatuas vivientes, a la captura fotográfica de un acontecimiento efímero o a una pequeña película que se desarrolla en el tiempo de la escena. La danza y los malabares se combinan con voces que entonan notas en distintas alturas y también aparecen fragmentos intervenidos de piezas musicales (desde música clásica o contemporánea hasta música irlandesa).
La calidad artística de la compañía es notable, pero dentro de ese esquema de precisión también aparece la imperfección y se permiten incorporar el azar como parte de la masa creativa, algo que el propio Cunningham exploraba en sus trabajos coreográficos. Cuando Kati hace la demostración de cómo cae una pelota, Sean anuncia con humor que se trata de un drop (caída) y que en la coreografía hay varios, aunque siempre los ubican en lugares diferentes. Ese elemento imprevisto y caótico también forma parte de la performance y los artistas conviven con él porque –claro– son humanos. Aún así, pelotas, aros y mazas vuelan por el aire pero muy pocas veces caen (el ruido pesado de los elementos contra el suelo los delata fácilmente).
En los 65 minutos de función hay solos, duetos, tríos y varios cuadros grupales de altísima exigencia que trabajan en modo sincrónico o apuestan al canon y demandan una coordinación muy precisa. Hay momentos altos como aquel en el que Gandini se remonta a su viejo VHS y explica una coreografía que involucra pasos, malabares y brazos, otro en el que Kati presenta las luces de escena y, a continuación, uno de los intérpretes más salvajes (Sakari Männistö) arroja con virulencia varias mazas fuera de escena o contra la pared de ladrillo ubicada al fondo del escenario del Alvear, y uno de los cuadros más redondos en el que varios intérpretes le acercan a la protagonista del segmento (Yu-Hsien Wu) diversos elementos para luego despojarla por completo a través de movimientos plásticos.
El malabarismo es un arte popular, callejero, bastante accesible para quien esté dispuesto a entregarle su cuerpo y varias horas de práctica diaria. En Argentina es muy común ver jóvenes malabaristas apostados en alguna esquina de la ciudad ofreciendo su don por el tiempo que dura un semáforo. Life: a love letter to Merce Cunningham es una carta de amor a un artista pero también a un oficio que con los años se ha ido profesionalizando cada vez más. Con su investigación, Gandini renueva la disciplina tal como lo hizo Cunningham en el terreno de la danza contemporánea. La compañía explora nuevos lenguajes y apuesta a la imaginación. "¿Qué hubiera pasado si Merce hubiera coreografiado malabares? ¿Es posible crear algo que, aunque hunde claramente sus raíces en el universo Cunningham, sea un vector hacia otro mundo?", sintetiza la sinopsis. En esa gran pregunta (¿qué hubiera pasado si...?) reside la potencia de esta propuesta que parte de lo hipotético para explorar los cruces entre malabares, danza, música, matemática y narración. Una creación precisa, hipnótica y seductora.
*love-letter-to-merce-cunningham/" style="background-color: rgb(255, 255, 255);">Life: a love letter to Merce Cunningham podrá verse el viernes 25 y el sábado 26 a las 20 en el Teatro Alvear (Av. Corrientes 1659).