“Que la ponzoña que acecha en el fango
salga a la superficie… (de Roma)”.
Yo, Claudio, serie basada en la novela de Robert Graves.

En 1977-78, doblada, en blanco y negro, y con todos los cortes que imponía la dictadura, los argentinos tuvimos la enorme posibilidad de ver esta serie sobre la creación del Imperio romano hecha por la BBC y con algunos intérpretes extraordinarios como Derek Jacoby (Claudio) o John Hurt (Calígula). Trece horas de clase magistral sobre política, un guión maravilloso...; en fin.

Años después, ya en colores, sin cortes y subtitulada, tuve el placer de volverla a ver, e incluso compartirla con mi hijo, adolescente en ese entonces. Claudio era un miembro de la aristocracia, de hecho, de la familia imperial, con ciertas dificultades físicas (a las que debía su nombre, que significaba “cojo”), de ideas republicanas, y siempre relegado por los sucesivos emperadores (Augusto, Tiberio, Calígula) y demás autoridades. Cuando Calígula nombra primer ministro a su caballo Incitatus, embaraza a su hermana y hace todas y cada una de las locuras posibles, menos dinamitar el Banco Central o bajar el presupuesto de la universidad (porque no había), es asesinado. Y la guardia imperial, muerto el emperador, impone a su tío, casualmente Claudio.

Claudio realiza un buen gobierno (obra pública, bienestar, pan) junto a su joven y bella esposa Mesalina, pero cuando esta lo traiciona, conspira, es atrapada y muerta –por una orden firmada por Claudio “sin querer”– el buen emperador se derrumba, y poco después pronuncia la frase que prologa esta columna. En mi familia la frase quedó grabada y forma parte de las bromas cotidianas cuando está por develarse algo que no nos gusta.

Pues bien, parece que en los últimos tiempos vernáculos, la frase de Claudio adquirió una actualidad espeluznante, espeluznancia que aumentará si les cuento que lo siguiente a esa frase fue el nombramiento de Nerón como emperador, con las funestas consecuencias incendiarias que ya sabemos.

Volviendo a la época actual, todavía me cuesta entender cómo “el proyecto” se derrumbó cual columna de Jericó, con un soplar de trompetas. Y hay quien se pregunta “cuán malo habrá sido lo anterior para que se llegue a preferir esto", donde "esto" es, a mi gusto y posiblemente también al de usted, lector, lo peor, exceptuando a la dictadura, eso sí.

Académicus interruptus. Llegados a este punto ( y aparte) de la columna, nos es menester un momento de academicismo para aclararle a nuestro querido lector algún concepto que hemos de utilizar (o no), con el que pudiera estar o no familiarizado (él, ella, yo o Conan). Puntualicemos entonces el concepto de metáfora: traslación del sentido recto de una voz a otro figurado, en virtud de una comparación tácita. Como suponemos que esta definición se podría incluir, metafóricamente hablando, en el repertorio de “no aclares, que oscurece”, lo diremos de otra manera, más accesible. Una metáfora es, entonces, una forma de denominar algo por su parecido con otra cosa. Por ejemplo, si digo: “el que habla con un perro muerto se encontró con el que fugó la guita a Panamá”, ustedes inmediatamente saben a quiénes me estoy, metafóricamente, refiriendo. Fin del interruptus académicus.

Ahora que todos sabemos lo que debíamos saber, podemos continuar. Resulta que nuestro Autoritario Electo, que anda con las facultades alteradas (dado su interés en quitarle el presupuesto a la universidad), deslizó en los pasados días alguna desafortunada expresión relativa a clavos, cajones y personalidades reconocidas de nuestro país. Quizás lo hizo metafóricamente, tal como cuando Herminio I quemó un cajón que decía "UCR", y obviamente la UCR no estaba adentro de veras, pero el gesto no cayó bien –digámoslo así– en gran parte de la sociedad.

Por otra parte, tal vez nuestro Autoritario Electo se olvidó de que la persona que mencionaba había sido víctima, hace solo dos años, de un intento de asesinato nada metafórico, que conmovió a "los argentinos de bien” y a todo lo que sustenta nuestro democrático sistema. Recurriendo, esta vez sí, a una metáfora, diríamos: “Jamoncito, metiste el dedo en la llaga, y duele”.

Quizás algún día nos enteremos de que, en realidad, eso de que “la crisis la va a pagar la casta”, o “no voy a subir impuestos ni agregar nuevos” o “no voy a joder a los laburantes” o “vamos a estar mejor”, eran puras metáforas y no nos dimos cuenta… Y bueh... ¡no la vimos!

Pero también es posible que el susodicho haya faltado a la escuela el día en que la maestra explicó la diferencia entre “metáfora” y “mentira”.

El tiempo dirá…, aunque el tiempo no habla.

Les sugiero acompañar esta columna con el video de Rudy Sanz “Impunidad de rebaño”: