"La joven promesa", publicada el año pasado por el sello Bajo La Luna, es la segunda novela de Agustín Alzari. El autor ya había publicado "La solución", además de incursionar en múltiples géneros, de la dramaturgia a la literatura infantil y la producción musical. Pero esta novela es, sobre todo, un ejercicio en extremo infrecuente. Casi pionero.
La ucronía es un subgénero de la ciencia ficción. Postula qué hubiera ocurrido si en determinado punto crucial de la historia, la humanidad hubiera resuelto de manera distinta a la que finalmente ocurrió.
La más visitada es la que imagina que la Alemania nazi ganó la segunda guerra mundial y moldeó un nuevo mundo a la medida de sus intereses y valores. La más celebrada de ellas es "El hombre en el castillo", del prolífico Philip Dick, que data de 1962, plena guerra fría, aunque hay otras. De lo que no hay tanto registro, en cambio, es de ucronías "por la positiva", donde se inscribe "La joven promesa". Veamos.
La acción comienza en un crucero que viaja desde Europa hacia Buenos Aires en algún momento indeterminado de la posguerra. Entre el selecto grupo de pasajeros de primera clase, intenta pasar desapercibido Severo Colautti, un talentosísimo arquitecto italiano que se eligió para sí un campo muy específico y acotado de la disciplina. Colautti sólo construye en zonas montañosas y sólo acepta encargos de gobiernos.
Colautti es tímido. Para él, las personas, las relaciones, sólo son interferencias que lo apartan de su trabajo, de su única pasión que es la arquitectura. En este caso, el proyecto y la construcción de un misterioso "Barrio de los Científicos", en algún sitio de la precordillera o las sierras cordobesas, donde residirán quienes operen la planta de energía nuclear, de eso se trata.
La Argentina de posguerra es un país pujante, que se abre camino aprovechando las oportunidades que le ofrece el nuevo escenario, merced a la política exterior soberana de su gobierno. Muy pocos países han comenzado a experimentar este tipo de energía y la lejana y exótica Argentina es uno de ellos. Por eso se trata de un proyecto misterioso, secreto, más que cualquiera que al profesional le haya tocado encarar anteriormente.
La vida a bordo está atravesada por pequeños conflictos. Colautti rehuye el cortejo de una viuda, el capitán del barco sueña con que Colautti le diseñe la casa de campo en la que anhela pasar los años de su retiro, pero el arquitecto se encierra en su camarote y se rodea exclusivamente de planos y lápices.
Finalmente, el transatlántico desembarca en el puerto de Buenos Aires. Colautti es recibido por funcionarios de rostro adusto, que se ponen a su disposición para resolver cuanto necesite para llevar adelante el proyecto. Pasarán algunas semanas en Buenos Aires, ajustando detalles y preparativos, antes de emprender la travesía hasta el rocoso enclave de la obra.
Y acá transcurre el momento clave. Desde su ventanal, en un piso alto del barrio de Retiro, Colautti ve el Río de la Plata. Desde el río, Colautti, que lleva en su cuerpo y en su alma las heridas y cicatrices de la guerra que destruyó Europa, se sobresalta al ver volar, una mañana de invierno, en formación y en dirección al casco urbano de la ciudad, unos Gloster Meteor.
El lector entendido no puede menos que entender que es 16 de junio, que en pocos minutos o en pocas páginas, esos aviones descargarán muerte sobre los civiles inocentes, en forma de bombas y de metralla, a pesar del pequeño error histórico: los Gloster Meteor pertenecían a la fuerza aérea y venían de la base de Morón, los que llegaron desde el río eran aviones más viejos, pertenecientes a la aviación marina, con asiento en Punta Indio.
-Es una exhibición, no tiene nada de qué preocuparse -lo contiene, desde el otro extremo del teléfono rojo, el funcionario a cargo del italiano. Y, curiosamente, así es. Los aviones hacen sus piruetas, regresan por donde vinieron, la vida continúa.
A la semana siguiente Colautti y su grupo de trabajo emprende la travesía, arma el campamento y comienza con los trabajos preliminares. Lo que sigue en el relato es la descripción de una Argentina imaginaria, próspera, moderna, sin bombardeos fratricidas ni revoluciones fusiladoras que la devuelvan al pasado reciente de factoría, limitada a proveer granos y carnes a las grandes metrópolis.
El barrio se construye, la planta de energía nuclear funciona, Argentina se convierte en un jugador importante del concierto internacional. Cada vez más países la ven como modelo y adoptan su doctrina, la tercera posición.
Alzari, doctor en Literatura por la UNLP, nos trae la imagen, vívida y detallada, de la Argentina que pudo ser y no fue, en el punto exacto en el que empezó a torcerse, hasta llegar a este presente distópico, con un gobierno anglófilo, comprometido con la tarea inversa: destruir desde adentro, como un topo.