En 1988, los hermanos Rudi y Nini Flores no eran aún el dúo de grandes ligas en que se transformará a partir del primer viaje a Europa (1991), y la posterior grabación de Chamamé, musique du Paraná, en Francia. Más lejos estaban aún del que acompañó a Ariel Ramírez, en su última versión de la Misa Criolla (1995), para luego establecerse en París -donde también concibieron el notable Por cielos lejanos- o brillar junto al contrabajo de Miguel Ángel Encina y la guitarra de Juan Falú, Canto a mi terruño mediante.
Pero la semilla estaba puesta, en 1988. El dúo había nacido mediando esa década. Rudi tenía 22 años, Nini 17, y ambos venían de hacer las inferiores en el popular conjunto de papá Avelino -notable bandoneonista y compositor santafesino- cuando decidieron separarse para juntarse, y debutar en bateas con el premonitorio Rudi y Nini Flores. Apenas después de ese momento embrionario -1988- apareció este material que Epsa acaba de editar bajo el mismo nombre que el dúo le había dado en el momento de su grabación: Entraña Chamamecera.
Definido por Rudi como un “profundo homenaje” a su hermano menor, el grueso de este material contiene las coordenadas estéticas de un estilo que los Flores desarrollarían firme y parejo a lo largo de un devenir, que solo pudo ser truncado por la muerte de Nini, en 2016. Música instrumental del litoral –y aledaños- dotada de un sentimiento sobrio, de timbres y arreglos innovadores, medido virtuosismo y –data madre- autónoma de exigencias comerciales. Un todo cuyo fin fue el de globalizar los legados de Isaco Abitbol, Avelino Flores y Mario del Tránsito Cocomarola.
Y las partes argumentan, claro. El tema epónimo, cuya pluma de Nini se nota lúcida por lo intrincado, virtuoso y nostálgico de la pieza, entona perfecto con algo que Rudi dijo alguna vez a PáginaI12. “El dúo con Nini siempre tuvo una visión vanguardista (…) Pero ojo, porque cuando hablo de vanguardia y tradición es sólo para establecer una diferencia de estilo. Me parece importante y necesario renovarse pero sin olvidar la esencia, porque el verdadero vanguardista se nutre en las raíces mismas de la tradición”.
“Entraña chamamecera” –el tema- le tiende entonces una alfombra conceptual y sonora a las once piezas que devienen. Conforman estas un mosaico estilístico en que temas más festivos y armónicos como “Abuela Narcisa” (de Rudi); “Monte Purajhei”, gemita de papá Avelino, apta para meter sapucai tras sapucai; o “Corrientes Norte”, donde Nini asume su innegable familiaridad mesopotámica, a través de una hermosa melodía y de cálidos fraseos que huelen al más rico tereré de atardecer; se entremezclan con encares más atrevidos, fronterizos. Entre ellos, los de “Fuga y rasguido doble”, donde la composición y los arreglos de Nini invocan cierta aura piazzollera, en línea con la impronta tanguera de su padre. O el postrero “Tiempo de Reencuentro”, canción de Justo Ricardo Gómez y Joaquín Sheridan, en la que incluso aparecen vetas de tango milonguero, rayano al malevaje.
La bucólica calidez de “Cabayú Mañero”, de Roque Librado González; “Simplemente Isaco”, sentido homenaje que Mateo Villalba y Emilio Rubén Amarilla ofrendaron al maestro Abitbol; o “Cielo correntino”, otra de Rudi, terminan de conformar el florido repertorio que los hermanos grabaron ni bien se instalaron en Buenos Aires, por supuesto con mucha inspiración, pero con poca calidad técnica.
Fue tal causa suficiente para que los técnicos Andrés Mayo y Hugo Ferreyra pusieran manos a la obra, y subsanaran parte importante de un legado sonoro que no solo reubicó con fuerza al folklore del litoral en el mapa musical argentino sino que –al igual que Raúl Barboza y luego el Chango Spasiuk- abrió tranqueras para que el payé se sintiera también en lejanas tierras.