“Está claro que el cambio climático, el deterioro de la naturaleza y la creciente desigualdad socio-económica-ecológica son síntomas del mismo problema de raíz: el modelo dominante de apropiación de la naturaleza y del trabajo de otros seres humanos, que prioriza el beneficio desmedido e inmediato de una minoría y considera el bien común como algo secundario”, señala Sandra Díaz, doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), reconocida internacionalmente en ecología vegetal y biodiversidad.
Profesora titular de la Cátedra de Ecología de Comunidades y Ecosistemas de la UNC e investigadora superior del Conicet, Díaz realiza sus investigaciones en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal. A lo largo de su trayectoria recibió importantes premios y distinciones, incluido el Premio Nobel de la Paz 2007, como integrante del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático. También el Premio Princesa de Asturias a la Investigación Científica y Técnica, en España, en 2019, mismo año en que la revista Nature la reconoció como una de las “diez personas que importan en la ciencia; el Premio Konex de Brillante en 2023; el Premio Houssay Trayectoria 2013 en el Área de Ciencias Biológicas, Ciencias Agrarias y Veterinaria, otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
En mayo pasado, la Universidad de Bolonia, la más antigua de Europa, le otorgó el Doctor Honoris Causa en Ciencias de la Tierra, la Vida y el Medio Ambiente.
-Uno de sus grandes logros fue la participación en el desarrollo de una metodología capaz de cuantificar los efectos y beneficios que tiene la biodiversidad de las plantas de un ecosistema y su aprovechamiento por parte del ser humano. ¿Cuáles son los principales comportamientos que impactan sobre la naturaleza?
-Las actividades que más impacto tienen sobre la naturaleza son los cambios en el uso de la tierra y las costas (incluyendo la expansión de las fronteras agropecuarias, los desarrollos de infraestructura costera en puertos, playas), la extracción directa selectiva de organismos (caza, pesca y tala selectiva), la contaminación, el cambio climático y las invasiones biológicas. Este orden de importancia cambia según las regiones. En América Latina, lo que más impacta son los cambios en el uso de la tierra y la extracción directa de organismos. Estos factores de cambio impactan fuertemente en la naturaleza, con una superficie enorme de ecosistemas íntegros perdidos y una proporción realmente preocupante de especies amenazadas con la extinción global, es decir, la desaparición de la faz del planeta.
-¿Podría brindar algunas cifras que ejemplifiquen esto último?
-Por ejemplo, en el caso de las plantas vasculares -es decir, las plantas con flores, las coníferas y los helechos-, se estima que alrededor del 40% estaría amenazada en algún grado. No sabemos cuántas especies de plantas y animales hay en el planeta, pero se estima que alrededor de un millón podría estar bajo algún tipo de amenaza. Bajo amenaza no quiere decir que estén condenadas; que desaparezcan o no depende fundamentalmente de las acciones que se emprendan, porque la amenaza es en gran proporción de tipo humana. Pero no todas las acciones humanas sobre la naturaleza tienen impacto negativo. Hay otros modelos de relación y otras formas lograr bienestar sin producir semejante deterioro. La destrucción de la que hablo está asociada a un modelo particular de apropiación de la naturaleza, no a la “naturaleza humana”.
-En estos días se desarrolla, en Colombia, la conferencia de Naciones Unidas por la biodiversidad COP16, donde 196 países buscarán avanzar en la implementación del acuerdo Kunming-Montreal. ¿Cuáles son los principales desafíos para frenar y revertir la pérdida de biodiversidad a nivel global?
-El Marco Global sobre Biodiversidad Kunming-Montreal es un buen punto de partida, en el sentido de que es inclusivo, reconoce de modo prominente los saberes y derechos de pueblos originarios y las comunidades locales, tiene consideraciones de género y reconoce el valor de los paisajes culturales. El borrador original preparado por los equipos científicos que colaboraron con el Convenio sobre Diversidad Biológica era excelente. Luego, durante la Cumbre de Montreal, los países miembros le quitaron un montón de filo en varias metas cuantitativas importantes. Pero lo que resultó al final sigue siendo un buen marco. Identifica con nombre y apellido no sólo las causas directas del deterioro de la naturaleza, sino las causas políticas, económicas y sociales de raíz que impulsan a las causas directas.
-¿Cuáles son las metas centrales a discutir hoy?
-Las metas que se proponen son variadas: hay metas para limitar el uso de pesticidas, para eliminar los subsidios a industrias que son altamente nocivas para la biodiversidad, metas para desestimular el consumo excesivo y hay metas de financiamiento justo para que los países de menores recursos puedan implementar sus estrategias nacionales de biodiversidad. Hay metas para incorporar mosaicos de naturaleza en los paisajes agrícolas y urbanos. Si para 2030 se cumplen en su mayoría, sería realmente un cambio transformador: podríamos lograr torcer la trayectoria de deterioro de la naturaleza y las múltiples contribuciones que esta representa para la gente. Sería uno de los golazos del siglo. Pero, por supuesto, la formulación es, en algunos casos, ambigua, y la verdad concreta de lo que se haga o no se haga va a aparecer cuando los países implementen sus estrategias nacionales de biodiversidad.
-¿Cuáles son los cambios más apremiantes para proteger nuestra biodiversidad?
-Lo más importante es incorporar consideraciones y salvaguardas de biodiversidad en todos los sectores de la economía y la sociedad. Esto tiene un nombre difícil, mainstreaming, pero simplemente quiere decir que no sólo se tenga en cuenta el cuidado de la naturaleza en las políticas de parques nacionales o especies amenazadas, sino también en la política energética, de transporte, educativa, en el sector agropecuario, en el planeamiento urbano, en la definición de derechos, en la política de salud. Básicamente, consiste en tratar de hacer el menor daño posible. Hace falta incorporar nuestra conexión con la naturaleza en todo el quehacer socio-económico. Y eso es también en beneficio propio: las contribuciones de la naturaleza al bienestar humano son enormes y simplemente no hay un futuro razonable sin ellas. La idea directriz de todas estas cosas, de este manstreaming, suena terriblemente anticuada, pero cobra cada vez más vigencia en el mundo: procurar el bien común por encima del beneficio desmedido de una minoría.
-¿Por qué prefiere hablar de “crisis ambiental global” antes que de “crisis climática”?
-Está claro que el cambio climático, el deterioro de la naturaleza y la creciente desigualdad socio-económica-ecológica son síntomas del mismo problema de raíz: el modelo dominante de apropiación de la naturaleza y del trabajo de otros seres humanos, que prioriza el beneficio desmedido e inmediato de una minoría y considera el bien común como algo secundario. Los mismos factores socioeconómicos que provocan el aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera están por detrás del deterioro de la naturaleza, y hacen que quienes menos se benefician con el modelo económico sean quienes más resultan perjudicados por las consecuencias.
-¿A quiénes afecta más profundamente este modelo que describe?
-Las crisis del clima y la biodiversidad, si siguen en la trayectoria actual, terminarán afectando a todas las personas, pero está claro que afectan en mayor número y más inmediatamente a las más vulnerables: los pobres, la gente en las áreas marginales de grandes ciudades, la gente en las áreas rurales aisladas, las mujeres, la gente anciana y la infancia.
-¿Qué consecuencias específicas enfrentan las poblaciones más vulnerables?
-Estas desigualdades se expresan en diferencias de vulnerabilidad entre países y también dentro de sectores más ricos y más pobres dentro de cada país. Esto no es nada nuevo; de hecho, uno de los orígenes del movimiento de justicia ecológica estuvo en comunidades marginales, en general de color, de los Estados Unidos, quienes, antes de que se hicieran evidentes los efectos del cambio climático, tenían y aún tienen índices de morbilidad por contaminación química significativamente mayores que la gente de barrios más afluentes de las mismas ciudades. Y esto es algo extremadamente evidente en nuestras ciudades. Recuerdo que hace décadas el ecólogo Gilberto Gallopin decía que la contaminación preocupa a los ricos pero mata a los pobres. En ese momento la contaminación química era el problema principal. Ahora se han sumado estos problemas mayúsculos, globales, del clima y la naturaleza. Otro aspecto importante por el cual hay que considerar a los tres temas juntos -el cambio climático, el deterioro de la naturaleza y la creciente desigualdad socio-económica-ecológica- es que, a veces, tratando de solucionar uno sin tener en cuenta a los otros, se termina empeorando la situación.
-¿Qué medidas o políticas implementadas dan cuenta de esto último?
-Cuando se lanzaron en casi todo el mundo “planes de reactivación” de la economía post Covid-19, en la gran mayoría de los casos fueron planes que hacían caso omiso a la crisis climática y potenciaban las emisiones de gases de efecto invernadero. Una situación similar se da cuando se lanzan programas de plantaciones masivas de monocultivos de una sola especie para mitigar el cambio climático, sin tener en cuenta el impacto que esto tiene sobre la biodiversidad y la disponibilidad de agua, o cuando se implementan áreas protegidas “libres de humanos” para proteger la biodiversidad, expulsando a la gente que tradicionalmente ha habitado y manejado el territorio. La lista de remedios para uno de los tres problemas que empeora a los otros dos es larga. Pero hay caminos que tienen en cuenta a los tres. Son muy diversos, pero todos tienen en común la participación e inclusión amplias, la reducción del consumo desmedido, el internalizar los costos y efectos negativos colaterales, el aprovechar los procesos de la naturaleza y el tratar con cuidado y respeto todo lo vivo, incluyendo gente y seres vivos no humanos. Con esto último no me refiero a poner la naturaleza bajo una campana de cristal; se trata de prestar atención y no tratarla como algo inerte, infinito y enteramente a nuestra disposición.
-¿Qué hay detrás de aquellas posiciones de poder que niegan o minimizan el cambio climático?
-Hoy en día nadie con un mínimo nivel de educación formal y que siga los informes basados en evidencia científica, que abundan y en muchos casos tienen un lenguaje muy accesible, puede poner en duda el cambio climático o el deterioro de la naturaleza. Creo que el negacionismo proviene de la manipulación del discurso público: o bien se es víctima de esa manipulación, o bien se es perpetrador para servir a intereses que claramente no apuntan al bienestar de la gente o incluso al desarrollo económico más allá del cortísimo plazo. Por eso ponemos tanto esfuerzo en comunicar los productos de la ciencia y en involucrar en todo el proceso de creación de conocimiento a otros actores sociales. En la medida en que más y más sectores de la sociedad tengan claro qué hay que hacer y qué no para transitar hacia un futuro mejor, más chances tendremos de que se transforme en cambios concretos.
-Propone pensar la vida como un entramado, y situarnos como humanidad dentro de ese entramado. ¿En qué consiste esta visión?
-La idea es tomar conciencia de que no hay una separación neta entre humanos y los otros seres vivos. Somos profundamente dependientes de ellos para alimentarnos, para que regulen el clima del planeta, para que distribuyan y purifiquen el agua, como base de nuestras economías y como anclaje de las narrativas de identidad individual y cultural. Y además tenemos una historia evolutiva compartida; todo lo vivo en el planeta proviene de un mismo antepasado común. Esto hace que compartamos genes, enzimas, hormonas, vías metabólicas con un montón de seres. Y aquí no me refiero sólo a los grandes simios, sino a otros animales y plantas. Eso hace que muchas de las substancias liberadas al ambiente para afectarlos a ellos nos afecten también, como los pesticidas, por ejemplo. Y viceversa: muchos de nuestros materiales de descarte los afectan y, a través de las redes tróficas, terminan volviendo a a los seres humanos.
-Es decir que la acción humana impacta directamente en la naturaleza y, de manera indirecta e incluso en ocasiones inadvertidamente, en sí misma...
-Absolutamente. Los plásticos, los metales pesados, lo clorofluorocarbonos, los disruptores hormonales... Otra faceta de esta conectividad es la transmisión de patógenos, como la malaria, el Chagas… La pandemia de Covid-19 fue un ejemplo mayúsculo de nuestras conexiones con el resto de lo viviente. Esto del tapiz de la vida puede parecer romántico y sin duda tiene una dimensión de empatía, de compartir con otros seres este espacio, pero también tiene estos lados más oscuros que menciono. Es algo que simplemente ocurre, es innegable e inevitable. Si parece una forma novedosa de ver las cosas, es por la prevalencia del paradigma de separación y supremacía humana con respecto al resto de la naturaleza en que nos hemos formado. Pero la evidencia científica y el sentido común muestran que es insostenible. Hay que trabajar sobre la idea de conectividad y coexistencia, no de aislamiento progresivo con respecto a otros seres vivos.
-¿Qué relevancia tienen la educación y la universidad públicas en su campo y cuáles son sus contribuciones en el mundo actual?
-La educación pública y, dentro de ella, la universidad pública, son pilares fundamentales de progreso intelectual, social y económico en todo el mundo. Todos los países “centrales” invierten en la educación y en la producción de conocimiento original. Es más, todos apoyan, además de a la ciencia y la tecnología directamente vinculadas a la producción de bienes y servicios, a la investigación científica fundamental, “basada en la curiosidad”, como se la suele llamar. Eso es porque resulta clarísimo que de allí salen algunos de los descubrimientos más importantes, los que más rompen el molde, muchos de los cuales llevan a desarrollos cruciales tecnológicos, económicos, de salud y de bienestar.
-La ciencia y la tecnología argentinas gozan de un amplio reconocimiento internacional, pero junto con la educación pública enfrentan un ataque feroz y sistemático, con desfinanciamiento en áreas clave y cierre de espacios. ¿Cómo ve este presente?
-Si hay algo de lo que siempre estuve orgullosa es del sistema educativo público, gratuito y de calidad de Argentina. Personalmente, yo me beneficié de la educación pública desde primer grado hasta el doctorado. Y creo que una proporción muy importante de quienes hoy son el corazón del sistema científico del país pueden contar la misma historia. El sistema científico argentino es uno de los más fuertes de América Latina y el Sur Global y la calidad de sus recursos humanos es reconocida internacionalmente. Nunca me imaginé tener que estar defendiendo la importancia y los beneficios de la educación y la ciencia públicas para un país; pensé que era algo ya incorporado en el tejido social e histórico de Argentina. El vaciamiento del sistema educativo y científico es injustificable, amenaza la identidad misma de la República Argentina. Y es incompatible con un país soberano del siglo 21.