El círculo se va cerrando. Como parte de la “batalla cultural” el gobierno que encabeza Javier Milei suma ingredientes a una estrategia perversa que pretende ahogar –por cierre, por agobio económico, por decisiones institucionales, por censura, por estigmatización- todo lo que se oponga a los propósitos de la LLA.

Todo vale: los trolls, la mentira… también los ataques directos del propio Javier Milei.

Tampoco en este último caso hay límites. La ministra Patricia Bullrich amenaza (¡cuidadito! dice con el dedo levantado en el propio escenario del Congreso) y Milei afirma que “me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo con Cristina [Kirchner] adentro”. Esto último dicho –sin ningún recato- dos años después del intento de magnicidio contra la ex presidenta. No menos grave ha sido la tibia reacción del mundo político y comunicacional frente a semejante amenaza, agravada a su vez por un cínico intento de convertirla en una “metáfora” por parte del presidente.

A todas las restricciones que el gobierno de LLA viene sumando a la libertad de expresión, de información y, en general, al derecho a la comunicación, se integra ahora de manera sistemática el uso del miedo y la amenaza como parte de la misma estrategia discursiva comunicacional.

Y no se trata solamente de la amenaza por la represión. Es también el temor a la sanción, a la cancelación de derechos, a perder el acceso a un salario justo, a la salud o la vivienda, a la discriminación étnica, de género o religiosa, a la incertidumbre por el futuro.

El miedo, como recurso simbólico, es un arma política utilizada por los aparatos institucionales, pero también por el sistema de comunicación entendido de manera compleja: medios tradicionales y corporativos y redes sociales digitales. En estos dos últimos casos actuando de manera complementaria (¿cómplice?) con los actores afines o aliados de la política.

Se trata, por esta vía, de silenciar a las voces discordantes y de sembrar el escarmiento para quienes, aún potencialmente, intenten aflorar en la disidencia.

“Todo el que se oponga será merecedor de un castigo” podría ser el título. Se concrete finalmente o no. Es la expresión simbólica de la motosierra, del “afuera” y tiene su manifestación más siniestra en la celebración pública del odio, de la crueldad y el daño que se genera a terceros.

Sobre esta cuestión Zygmunt Bauman (2017) sostuvo que “el miedo constituye, posiblemente, el más siniestro de los demonios que anidan en las sociedades de nuestro tiempo. Pero son la inseguridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro las que incuban y crían nuestros temores más impotentes e insoportables”.

Sin embargo, siendo principales y directos responsables de ello quienes usan el miedo como parte de una estrategia cultural-comunicacional de sujeción de voluntades, también coparticipan del problema quienes desde cargos institucionales o responsabilidades ciudadanas, no denuncian estos avasallamientos, no los ponen en evidencia ni colaboran a salir de la trampa en la que nos estamos hundiendo.

Porque, tal como también lo señaló el filósofo polaco “el demonio del miedo no será exorcizado hasta que encontremos (o para ser exacto, hasta que construyamos)” las herramientas para reconquistar la libertad “que se nos ha escapado (o nos ha sido arrebatada) de las manos”.

Es tarea de la política, pero también de quienes hacen profesionalmente la comunicación recuperar el sentido de lo colectivo contra el miedo y contribuir a la construcción de escenarios de futuro alternativo. Como arma social y como manera de edificar una barrera ante la arremetida comunicacional-cultural que pretende arrasar contra todo lo colectivo, en nombre de una falsa meritocracia basada en un individualismo a ultranza. Solo pensando alternativas saldremos de donde estamos... y eso tiene que ser con un “pienso” colectivo.

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