El fútbol suele ser más sencillo de lo que se cree: a la larga, siempre ganan los equipos que tienen los mejores jugadores y mejor juegan. Pero en la Argentina, tal vez de treinta años a esta parte, ha crecido un pensamiento mágico según el cual los partidos y los campeonatos ya no se definen tanto por lo que pasa en las canchas sino por cuestiones extrafutbolísticas intangibles que se denominan a gusto del consumidor: la liga, el aura ganadora, el peso de la camiseta, la mística copera y de muchas maneras más.
Hace dos meses y medio, River apostó a todo eso y retornó a las fuentes: dio por terminado el ciclo de Martín Demichelis y puso en su lugar a Marcelo Gallardo en la inteligencia de que, por mero acto de presencia y por su historia triunfal como técnico, le daría al equipo el impulso motivacional que demandaba para alzar otra vez la Copa Libertadores. Parecía que todos los problemas se arreglaban con Gallardo sentado en el banco.
Pero agotado el tiempo de la magia y llegado el de los grandes desafíos y las grandes decisiones, nada de lo esperado por el momento ha sucedido. La mano del entrenador hasta aquí se ha visto poco y nada, River ganó apenas cinco de los quince partidos que jugó bajo su mandato, marcó apenas cuatro goles en sus últimas ocho salidas y ha quedado arrinconado en la semifinal ante Atlético Mineiro. Al filo mismo de la eliminación.
Sin embargo y como en algo siempre hay que creer, River convoca más a la épica que al fútbol. Y ochenta y tres mil hinchas irán este martes al viejo y renovado Monumental a encender los leños de la fe y a empujar la proeza de una remontada histórica que le permita dar vuelta el 0-3 de la semana pasada en Belo Horizonte y llegar al final del 30 de noviembre en el mismo Monumental. Millones de riverplatenses están convencidos de que nada es imposible mientras esté Gallardo y por eso agitarán miles de banderas y enronquecerán sus gargantas en las tribunas y delante de las pantallas en procura de una noche milagrosa.
River tendrá que hacer muy bien todo lo que hizo muy mal en la ida. Y Mineiro deberá hacer todo lo contrario. Desde lo futbolístico, la hazaña es perfectamente posible pero improbable. Gallardo hasta aquí no ha logrado acomodar la media cancha, potenciar el ataque ni levantar niveles individuales demasiado bajos. Pero como a los partidos hay que jugarlos y está visto que las emociones importan y de qué manera, el pensamiento mágico saldrá una vez más al verde césped.
En verdad, Gallardo no arriesga nada. Cualquiera sea el saldo de la noche, seguirá siendo el técnico de River. Pero más que en los jugadores, la fe está depositada en él y en sus dotes de gran conductor. Si le toca ahogarse en la orilla, soportará el cimbronazo porque le sobran espaldas para hacerlo. Y quedará con las manos libres para reformar a su gusto el plantel riverplatense de cara al Mundial de Clubes 2025. Si concreta la remontada, habrá que volver a sacarle lustre a su estatua. Y creer que es verdad, todo lo que se viene diciendo de él.