Ya en 2021, Max Suen despertaba varias preguntas en Los padres terribles. ¿Quién era ese chico que besaba a Sofía Gala Castiglione? ¿Por qué, a pesar de las incongruencias de la historia, su presencia resultaba tan voluminosa? Al teatro uno puede ir por la consagración ya estacionada de una actriz, la expectativa de un dramaturgo debutando o el texto de una autora que guste mucho. Y, así y todo, nada garantiza que el cuerpo adhiera a la experiencia ofrecida. Tal vez la devaluación de la palabra experiencia sea uno de los motivos. Problemas de texto, de ambiciones, falta de confianza entre el elenco, los motivos que expliquen la falla pueden ser muchos, pero incluso desde ese hueco el espectador tiene chance de salir ganando.
En ese atropello, la juventud de Max resulta irreprochable, vivo como las manchas químicas del arcoiris reflejado sobre un charco de agua, o como los garabatos de la chomba amarilla que lleva, inquietos por intervenir la tela de uniforme. Por momentos parece embaucar al tiempo. Hace poco pasó los 20 y ya se las ingenió para alborotar su cronología. Max Suen es una ficha capaz de moverse en direcciones imposibles. Del rosa chicle del rompevientos de Celso y sus sueños de amucharse contra la cintura del kiosquero en BESA a la escala de crisis de Cine Herida (domingos a las 18.30, Espacio Callejón). De los juegos del amor y la guerra con su amiga Celia a ser el adulto que pacta con el niño. De configurar una joroba y atrofiar sus dedos en Los esclavos atraviesan la noche (lunes a las 21, El Portón de Sánchez) a extender cada tramo de su cuerpo, a disponerse a las demandas de Los miedos, esa improvisación multitudinaria con música en vivo que practica desde 2018 y que, asegura, le salvó la vida.
Ni la diagonalidad o una carta comodín explican tanta disposición. Tenía apenas cuatro años cuando vio a una compañera de teatro de su mamá actuando extasiada y enseguida dijo: "Esto quiero". Y no fue ni de cerca un capricho infantil. Después de tomar sus primeras clases, expresó que "necesitaba algo más serio" y entró becado a la escuela de Nora Moseinco, considerada una de las grandes maestras de actores jóvenes. Max llegaba en guardapolvo y se arrojaba a lo que tocara. Alumno de la escuela Julio Cortázar en Flores y colega estudiantil de Ofelia Fernández, participó activamente de las tomas de las escuelas en 2017. Recuerda verla meterse a las aulas y observar su potencial de actriz. Podría afirmarse que los caminos tomados por ambos no son tan distintos: la militancia también tiene su grado performático, y la dramaturgia es una forma muy íntima de resistencia.
Durante su breve paso como estudiante de Periodismo fue a entrevistar a Vivi Tellas y el audio nunca se registró, pero haberse encontrado con ella fue suficiente. El tutelaje artístico de la creadora del Biodrama es insuperable y ella misma lo eligió para Bodas de sangre, donde compartió elenco con próceres de la actuación como Luis Ziembrowski y donde también haría su último papel la gran María Onetto. Fue ella quien lo recomendó con Daniel Veronese para Los padres terribles. Además, en pantalla grande fue hijo de Katja Alemann, y así siguen los cruces donde una generación con tradiciones avista una gema impaciente por el relevo.
Hay en la actuación algo que tiene que ver con construir el propio lenguaje, una coreografía de gestos y posturas. En Max se percibe una euforia, que se desata siempre, en algún momento de la historia, incluso cuando están signadas por la ternura, como BESA. Hay un desacato del tono, sus personajes aparecen y desordenan cualquier quietud de la trama. Su estilo es la liberación permanente, entregado como un nene que viene del pelotero todo chivado a recuperar energía con un vaso de Coca y un buche de chizitos. Trago largo y trance hasta la próxima zambullida de diversión plástica.
Como artista precoz, Max ya tiene hits. Después de llegar a discutir con su director por el supuesto error que significaba crear una obra con un grupo de personas apenas conocidas, se dejó llevar por esa contención dulce llamada amistad y junto a Tomás Masariche, Felipe Saade, Casandra Velázquez y Maga Clavijo compusieron Breve Enciclopedia Sobre la Amistad: BESA, una sigla sintetizada por el deseo de compartir la vida juntes, ganas que a veces ni siquiera se colman dentro de una pareja. "La hipótesis que se puso a prueba funcionó", dice, ya con cuatro años de BESA encima, con giras por el país, convivencia en Tierra del Fuego al llevar la obra, viajes a Uruguay.
"También fue importante que las Piel de Lava nos convoquen a hacer una segunda obra, Freeshop. Nos hizo pensarnos como grupo de trabajo pero también como grupo de amigas. Y eso volvió más interesante la parte creativa y la diaria de compartir la vida. En el caso de BESA, todo el tiempo que estamos juntos estamos creando. Cuando nos ponemos a pensar material para un nuevo trabajo vienen todos los recuerdos, los paisajes, las conversaciones que tuvimos de fiesta o montando luces para una función. Son todo lo mismo, se unen la vida y la creación. "Incluso el nombre que tenemos como grupo refiere a eso, que surgió sin plan ni estrategia pero habla del contacto y lo cercano."
- ¿Qué importancia tiene lo colectivo?
- Pensarse desde la grupalidad es un problema en un momento neoliberal en el que se explota tanto la idea de la individualidad y está tan presente el sálvese quien pueda, incluso en el campo artístico. Se habla de "el artista" que se produce, se vende a sí mismo, se genera un concepto, una imagen. Y BESA va en contra de eso, la idea de autor empieza a desaparecer, la figura de director se colectiviza, la interpretación se empieza a pensar más desde la creación y no materializando las ideas de otro. También es pensar qué dinámicas se dan en lo colectivo. Los lugares a los que llegamos no fueron idea de nadie, ninguno podría reconocer a quién se le ocurrió qué, todo va deviniendo muy rápido. Alguien tiene una escena o una idea o un personaje y alguien la complementa con otra cosa y se pasa a probar con el cuerpo, mientras hay otros dos o tres mirando que dicen cosas y luego esos mismos pasan a poner el cuerpo y el resto mira. Entonces el punto de vista no le pertenece a nadie y nos pertenece a todos.
BESA creció y esos movimientos fueron notados por Arthaus Central, donde los convocaron para presentar su siguiente experimento, aún en desarrollo. Con Queridx desconocidx apelan a algo básico pero perdido como consecuencia del atroz clima de época: el contacto con el otro. Se meten a probar la interacción entre el público, el desafío de vencer la fobia de la gente, recordarles que están ahí, mirarlos a los ojos, preguntarles cómo se sienten. Militar el cariño no es más que otra forma de hacer política: procurando que hay otro del que podemos tener interés por conocer. Como espectadores es importante no descuidar nuestro papel y, en caso de darse una situación interactiva, no salir con lo peor que se le puede ofrecer a un actor: la realidad.
"Tengo una conexión muy fuerte con lo real, sobre todo con los condicionamientos que impone la realidad. Siento que uno de mis fuertes es poder accionar a pesar de ellos, usándolos a favor de la fantasía, que es el alimento, la ficción. En la medida en la que los que hacemos las obras empezamos a expandir esa realidad y a llenarla de fantasía, esa fantasía es lo real. Lo más increíble de las obras es que creamos universos donde poder hacer que la fantasía se materialice, habitarla y pensar qué lógicas y prácticas queremos que existan, pudiendo elegirlas, a diferencia del mundo en el que nacimos.
Nos vendría muy bien en este momento poder imaginar más y encontrar como artistas un rol político, dedicar nuestra atención y energía a eso. La imaginación es política y expande los horizontes de lo posible. Siento que hay una fuerza muy grande que está adormecida."
- ¿Por qué?
- Porque encontraron grandes herramientas para hacerlo, como la adicción que tenemos al teléfono y al trabajo, o la precarización de la vida que te hace estar demasiado preocupado por lo real y no te deja espacio para la fantasía. Porque la fantasía puede ser subversiva. Las obras, las películas, los libros, los discos, todo lo que tiene que ver con la fantasía se vuelve un refugio cuando la realidad está muy terrorífica.
Como obra, BESA tuvo algunas mutaciones. Se presentó primero en 2020 en forma de tomos hasta dar con la propuesta actual, que durante varias semanas se programó en Planta Inclán. Para Max es importante sostener los espacios donde surgen las historias; hay un vínculo particular que hace a la producción, la cantidad de localidades, la manera en que se disponen las luces y hasta los materiales de la sala, que funcionan como un actor más. Es importante no perder eso.
Max también es docente para niñes en el Cultural Morán, donde conoció a su compañero en Cine Herida, Vicente Srubrin Contin. La obra de Sofía Palomino que indaga en la trascendencia de las películas en nuestra vida surgió como monólogo, hasta que Vicente, futbolista y fabuloso, apareció en sus clases y levantó la ambición de una historia que no para de hacerse preguntas sin dejar de lado la sensibilidad. El intercambio de roles revela una parte de su cartera expresiva: por estos días, Max comparte escenario con un niño de 11 y arma un dúo siniestro pero seductor junto a Elvira Onetto (de más de 70) en Los esclavos atraviesan la noche, de Ariel Farace. En ese amplio medio, Max va descubriendo cómo dejar de ser el más chico en este espectáculo que forma parte de la programación de Club Paraíso, una comunidad de artistas de las artes escénicas.
"Las obras de Ariel son obras-poema. Me invitó a actuar desde un lugar distinto en relación a las imágenes, las metáforas y la música. Me habilitó nuevas zonas de actuación que se trabajan con la poesía de los textos. Además tiene esta particularidad de reunir a alguien joven que recién está empezando, como yo, con alguien con mucha experiencia, en especial en teatro independiente. Pipi Onetto tiene 73 años. En el medio, buscó personas de la generación de Ariel que vinieran de distintos lugares, hay un artista visual (Juan Manuel Wolcoff), Muma (Rosario Varela) que es actriz y Flor (Florencia Sgandurra) que es música. Entran distintos lenguajes del arte a partir de tres artistas callejeros que aparecen en un campo de concentración quemado. Esa mezcla de personas con diferentes recorridos y experiencias fue lo más enriquecedor. En general el teatro independiente se termina haciendo con los amigos más cercanos, porque tenés que pasar tanto tiempo y hacer tantos esfuerzos que lo mejor es pasarlo con las personas con las que más confianza o más ganas de estar tenés. Y en esta obra, hackeando esa lógica y el algoritmo, se generó algo muy interesante."
El asombro por la urgencia lo delata. Al hablar, Max es canchero, dice cosas terribles y profundas, descansa con la mano sosteniéndose la cabeza y enseguida repite la palabra muerte con la misma tensión con que ordenó una bebida de moda. Vitalidad y angustia cargadas como dos polos sólo así de perfectos para un hijo del 2001. Pero lo canchero no quita lo consciente, cuando Max dice algo tremendo pareciera también estar preguntándose una solución que convenga evaluar en medio de un contexto salvaje. Se conflictúa por faltar activamente a las movilizaciones y conoce muy bien la implicancia de poner el cuerpo. Pero su presencia es más pregnante de lo que cree. Por caso, a fines de abril, mientras el Gobierno anunciaba el desfinanciamiento del INCAA, Max se subía al escenario del Gaumont como protagonista de El placer es mío para agradecer y señalar sin disimulo a las autoridades responsables pidiéndoles que dejen de cercenar la cultura argentina. La película de Sacha Amaral amplió luego sus proyecciones en el Cine Arte Cacodelphia (donde pidió al público cuidar "lo pequeño, lo artesanal, porque sino se lo llevan puesto las fuerzas del Mal") y podrá verse también en la nueva edición del Festival Asterisco de cine LGBTIQ+.
La experiencia cine le gusta, pero es consciente de que las exigencias temporales y financieras son mucho mayores. Salir a filmar con una cámara de dos pesos o presentar una inédita en el contrafestival de Cine de Mar del Plata aparecen como estrategias contra la frustración predominante. Mientras se exige el derecho a la cultura como política de Estado, varias asociaciones retiran sus premios del certamen y los jurados renuncian a sus cargos.
Igual que un gato frente a un centro de actividades, el actor prueba el artificio interpretativo en muchos textos. El muchos no es exagerado: ha llegado a participar de cinco obras en simultáneo. Independientes, colectivas y con intervenciones renovadoras: esa otra forma posible de militancia. Las intenciones de resistencia están ahí, se desprenden de Max igual que las gotas del pelo recién lavado. Aunque el desfile de perfumes testimonie su aseo, "shampoo cerebral" es para él una terapia de una higiene más profunda. Practica escritura automática, sin levantar la mano del papel, apenas sale de la cama, cualquier cosa que se le cruce por la cabeza. Para diarios íntimos lleva un archivo digital, tiene en cuenta la posteridad y que pueda ser entendido por cualquiera. Sabe que la polisemia está sobre el escenario, es allí donde está más despierto que nunca.