La re inauguración de la Fuente de los Españoles del Rosedal tiene, hasta hoy, presente y pasado.
El presente habla de siete años de pausa y un cercado de hierro que impidió, en ese lapso, ver la peor cara de la obra que había sido, por décadas, uno de los principales atractivos del parque de la Independencia. Habla de descuido, destrucción climática y urbana, falta de inversión para la preservación del patrimonio histórico de Rosario y del incumplimiento de una empresa que había prometido restaurarla.
Aunque también habla del trabajo artesanal de una empresa familiar de restauradores rosarinos, los Fantoni, quienes recuperaron la fuente en solo diez meses para que propios y extraños la admiren ahora con toda su belleza e historia, casi como cuando fue inaugurada. Había sido donada en 1925 y se la habilitó en 1929.
Y el pasado también se cuenta acá en breves relatos que surgieron en algunos de los seis bancos que, desde siempre, escoltaron a la fuente como una manera de retratar tiempos pretéritos de la Península Ibérica desde sus gestos y costumbres. Estos elegantes espacios fueron desde siempre los elegidos por familias, parejas y visitantes para sacarse una foto. Fueron estampas íntimas que sin querer quedaron en la memoria colectiva de la ciudad.
Las tres amigas
Eran como la Santísima Trinidad. Tres jovencitas que habían compartido la primaria y se criaron al sur de Rosario, en el barrio del Abasto, conocido popularmente como el de los hospitales. Siempre, codo a codo al momento de hablar de cómo les iba en la vida: amores, moda, actores de cine, estudios, familia. Se llamaban Olga Yulita y Aida Lanosa, ambas se casaron y fueron amas de casa. Completaba la tríada Josefa Ferrini, soprano y concertista. En ese orden, de izquierda a derecha, se las ve en la foto que les tomó el hermano de Josefa con una pequeña Kodak Brownie 620 de cajón.
El “click” del disparador se escuchó una tarde de la década del 30 del siglo pasado, durante un paseo.
Por esa época, el parque estaba cercado y había días para ser visitado por varones, y días reservados para mujeres en grupo o acompañadas por un hombre que oficiara de pareja o padre. Además se debía pagar una entrada, y la admisión al espacio estaba supeditada al buen aspecto de la vestimenta. Nada de eso fue problema para estas tres amigas treintañeras que ese día cumplían con todos los requisitos. Estaban impecables, alegres y bien acompañadas.
Sus familias no tenían orígenes hispanos pero, como se trataba de retratar un momento inolvidable, no dudaron. Las amigas eligieron la Fuente de los Españoles y entre sus bancos, el de Oviedo, que mira al sudoeste.
Para ellas sentarse de cara al sol, entre el brillo azul, amarillo y verde de los azulejos de Talavera, rodeadas de leones y peces fantásticos, era como realizar el viaje a Europa que siempre soñarían.
El hermano de Josefa esperó con nerviosa paciencia que las chicas se acomodaran y dejaran de reírse de todo y por todo, como siempre. Hacían esfuerzo por salir espontáneas.
Olga acomodó su chaleco y tomó del brazo a Aída, la más alta, quien se ubicó en el medio tras pasarse la mano por su rubia cabellera, y Josefa, se retocó el color de los labios, alisó la falda de su vestido blanco y miró a la cámara esperando que su hermano dijera lo que siempre repetía al tomar una foto: “¡Ahora no se muevan!”
La imagen algo descolorida en lo alto de la arboleda aún tiene movimiento.
Uno de los leones de la fuente escupe un hilo cóncavo de agua y una pareja pasea del brazo detrás de Josefa. A su izquierda, también detrás, otra escena: una señora que camina a pocos pasos de un hombre de pulcro sombrero blanco, lleva en su mano derecha su cartera sobre y, con la otra mano, se tapa la boca, parece bostezar justo en el momento en que se dispara la máquina. Y mientras todo eso le ocurre acomoda su pie derecho en una especie de instante decisivo a ojos de Cartier Bresson.
Nunca estas tres amigas lograron viajar a Europa como habían soñado, pero la foto se reveló y quedó con su contorno ondulado guardada en el álbum de la familia de Josefa. La instantánea pasó de mano en mano, y hoy, su sobrina Ana es quien cuenta la historia: el hermano de Josefa fue el autor de la foto y quien, de puño y letra, escribió en imprenta azul “Fuente-Españoles. Rosedal”.
La Bebita
"¿A dónde van las palabras que no se quedaron? ¿A dónde van las miradas que un día partieron?”. La estrofa es de una canción del cubano Silvio Rodríguez y podría musicalizar esta fotografía familiar. Dos de las miradas ya partieron pero una, la de Ana, permanece. Ella y sus palabras encuentran cobijo y memoria en esta fotografía tomada en 1949 en la Fuente de los Españoles, junto a su papá y a su mamá.
Corría el mes de agosto y Ana tenía seis meses. Sus padres decidieron que la bebita viera algo de sol y tomara aire puro como cada domingo. Y qué mejor lugar que el Parque de la Independencia, distante aún del centro de la ciudad.
Su mamá, Ottilia, la vistió de punta en blanco para la ocasión. Le puso un vestido casi bautismal de importante cuello y puños bordados. Le calzó botitas al tono y le peinó las pelusas que se acumulaban en la frente.
Ottilia estrenó una blusa clara y sacó a relucir una falda y una chaqueta oscuras que ceñían su cintura y no había podido usar durante los meses de su embarazo. Se batió un poco el cabello frente al espejo, se ató su melena a la altura de la nuca con una hebilla y se puso la colonia Franco Inglesa de siempre, se calzó las medias de seda y los zapatos de tacón.
Su papá, Luis, usaba gafas de pasta y también sostuvo el rito típico de la clase media rosarina que salía por entonces a dar una vuelta: se afeitó, se colocó colonia en las mejillas, se pasó el peine a los costados de sus entradas y por el bigote, se puso saco y se acomodó prolijamente la corbata.
Así partieron los tres esa tarde, a pie y con la bebita a upa, por Riobamba, desde Mitre a Moreno.
El paseo se daba dos décadas después de la inauguración de la Fuente que había diseñado el ceramista español Juan Ruiz de Luna. La obra revestida con ocho mil piezas de mayólicas de Talavera de la Reina, Toledo, había sido mostrada en sociedad por familias notables de inmigrantes y el cónsul español Tomás Sierra. El clima en favor de abrir pulmones verdes urbanos contrastaba con las políticas reaccionarias que crecían, al otro lado del Atlántico, de la mano de Primo Rivera o Mussolini. Aunque la tarde en que los padres de Ana decidieron llevarla a pasear estaba alejada de esos oscuros hechos.
En Rosario, la clase trabajadora comenzaba a tener más habilitación al ocio, al paseo y a la fotografía y el Rosedal contaba desde hacía más de diez años con mini laboratorios para el proceso de revelado de fotos.
A esos cuartitos -de los que queda sólo uno a la altura de Riobamba- los había usado el siciliano Filippo Tinnirello: tan fotógrafo ambulante o "minutero" como sus hijos. Toda la familia llegó a colorear, allí mismo, las fotos, cerca de La Montañita o en algún banco, tal como quedó, en 1928, registrada la primera instantánea del bebé llamado Ernesto Che Guevara, junto a sus padres. Una imagen de composición similar a la de Ana y su familia, tal vez tomada por alguno de los Tinnirello, en la escalera noreste de la fuente.
La bebita, heredera de los ojazos de su madre, mira hacia el obturador; el padre le apoya una mano sobre su pequeño hombro mientras su madre la sostiene en brazos.
Detrás de ellos, dos mujeres, una de falda, chaqueta y tacón como la mamá de Ana, y una más con vestido y aros, se acodan sobre la encimera de la fuente.
Miran y, sin querer, pasan inmortalmente a ser parte de la escena que lleva a preguntarse como en la canción del cubano "¿Acaso se van? ¿Y a dónde van?"..
La chica de la flor
Entre el tiempo y el espacio, ya se ha dicho, hay una relación irrefutable. Caminamos, recorremos una distancia en un determinado tiempo y, en ese recorrido, envejecemos. Sin embargo, para las cuatro personas de esta foto, el tiempo no termina nunca de exhalar aquel momento. Lo retiene, en la materialidad de la imagen.
Es seguro que las personas que la protagonizan ya han recorrido mucho porque la foto es de 1940. Fue tomada en el banco de Asturias de la Fuente de los españoles, uno de los seis que la rodean. Y que, junto a la taza principal y a las esculturas (cuatro leones, dos tritones, dos peces y doce pináculos), forman un todo lleno de color que se emplaza en el medio del Rosedal del Parque Independencia.
Aquel día de la foto, las dos chicas, el señor y ese chiquito que posan, ¿habrán llegado caminando como era la costumbre por entonces? Es probable. Así eran los paseos. Además, están sentados y con esa sonrisa que da el alivio del descanso. Ella, la chica de las flores de palo borracho, sí que sonríe, como el chiquito que aparece a la izquierda. Sonríe. Casi como niño.
Claro, ella tiene flores.
Hay una leyenda norteña que cuenta que en el centro del mundo había un palo borracho que contenía en su tronco todas las aguas y todos los peces del mundo. Un día su guardián se descuidó y sus aguas se desbordaron formando un río. ¿Habrá sido hijo de ese árbol el que dio la flor, esa con la que la chica posa en la foto y que, quizás, arrancó por el camino? ¿Serán un poco de esas aguas míticas las que mojan a la escultura del tritón, criatura del mar, con torso de hombre y cola de pez, que aparece en un plano posterior de la escena?
Entre el tiempo y el espacio, ya se ha dicho: hay una relación irrefutable. No sabemos nada de estas cuatro personas. Nada más que el año aproximado al momento, al instante en que la foto fue tomada. O, más bien, al instante en el que ese momento fue quitado de la corriente del tiempo. Extraído de ese continuo que todavía no conseguimos definir.
Sin embargo, no se puede evitar dejar de pensar en ese palo borracho mítico que contenía todo el material acuático habido y por haber. Ni en las flores de la chica de la foto y arriesgar que, probablemente, haya bastado con que una semilla, tan sólo una recorriera una distancia desde el mito hasta el instante mismo de la foto para que esa flor apareciera ahí.
*Escritoras rosarinas y trabajadoras del equipo que restauró la fuente, echaron mano a instantáneas prestadas por particulares y por el Archivo Fotográfico del Museo de la Ciudad. Con datos reales y, algunos de ficción. Con dos breves crónicas y un texto poético, recrearon la vida de la fuente, que desde hoy se espera que, además de pasado y presente, también tenga futuro y se llene de retratos e historias de las nuevas generaciones.