El experimento “libertario” en nuestro país está imponiendo un modelo de acumulación económica y política que requiere de represión, silenciamiento y autoritarismo. Y bajo el falso eslogan de “viva la libertad ¡carajo!” se perpetra un doble saqueo: de lo público como lugar colectivo y de los bienes públicos para convertirlos en objeto de la apropiación privada en aras de la codicia. En ese contexto los predicadores de “la libertad” no tienen reserva alguna para utilizar la fuerza física o el autoritarismo reglamentario para imponer sus medidas y, de esta manera, lograr sus propósitos y acallar voces.

Queda de manifiesto en múltiples hechos: los vetos, la represión a los jubilados, el desconocimiento de la demanda de la universidad pública. Y hay mucho más.

Frente a esto gran parte de las estructuras políticas se muestran incapaces de dar respuestas creativas: Otros, en cambio, decidieron jugar el rol de mafias destinadas a amparar intereses particulares, basadas en la corrupción y en la impunidad apalancada también en un aparato judicial… que no es lo mismo que la Justicia…. cooptado por el sistema.

La consecuencia es el atropello de los derechos conquistados con mucha lucha por la mayoría de la sociedad. Por lo tanto, no es “la libertad ¡carajo!”… es la represión en sus diversas formas. Física, patoteril, discursiva, simbólica. También de la mentira sistemática como arma política. Irresponsablemente se está alimentado la violencia que puede derivar en un triste espiral fuera de control.

Una pregunta es si entramos en un tiempo de “libertarismo autoritario” que busca por todos los medios doblegar las resistencias, criminalizar la protesta y a quienes la protagonizan. Para agudizar las desigualdades se necesita ejercer la violencia de todo tipo mediante la cancelación de las reivindicaciones democráticas o el silenciamiento de voces diversas, alternativas u opositoras. Lo hemos dicho muchas veces: no hay ajuste sin represión.

En el terreno de la comunicación se pretende avanzar en la llamada “batalla cultural” que implica la sumisión del adversario convertido en enemigo, mediante la humillación, la estigmatización y, cuando ello no resulta posible, directamente con el silenciamiento de medios y posibilidades.

Lo que llamamos “posverdad” no es otra cosa que manipulación, el uso de supuestas verdades paralelas, de hechos que se presentan como alternativos, o directamente de construcciones absolutamente carentes de relación con lo que sucede en el escenario de lo real. Lisa y llanamente: mentiras. Decía Rabindranath Tagore que “el vestido de los hechos aprieta demasiado a la verdad. ¡Cuánto más holgada está (es porque está) vestida de ficciones!”.

Detrás de las noticias falsas hay una estrategia política y comunicacional que instala un sistema que incluye el uso combinado de todos los medios y recursos de la comunicación para producir nuevos sentidos, para modificar sentidos en lo político, en lo cultural, en lo social y lo político, y de esta manera, incidir en la forma que tenemos de comprender el mundo en que vivimos y, en consecuencia, para condicionar la manera como tomamos las decisiones.

Las noticias falsas encierran, en tanto estrategia, una forma de fraude democrático porque impide la toma de decisiones informadas por parte de la ciudadanía.

Como parte de la estrategia cultural-comunicacional, hay también un intento de instalación del miedo, ya sea por la represión directa, la censura o la estigmatización que pretende cancelar.

Sobre esta cuestión Zygmunt Bauman (2017) sostuvo que “el miedo constituye, posiblemente, el más siniestro de los demonios que anidan en las sociedades de nuestro tiempo. Pero son la inseguridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro las que incuban y crían nuestros temores más impotentes e insoportables”

Y agrega Bauman que “la inseguridad y la incertidumbre nacen, a su vez, de la sensación de impotencia; parece que hemos dejado de tener el control como individuos, como grupos y como colectivo. Para empeorar aún más la situación, carecemos de las herramientas que puedan elevar la política hasta el lugar en la que ya se ha instalado el poder, algo que nos permitiría reconquistar y recobrar el control de las fuerzas que conforman nuestra condición compartida, y definir, así nuestro abanico de posibilidades y los límites de nuestra libertad de elección, un control que, en el momento presente, se nos ha escapado (o nos ha sido arrebatado) de las manos. El demonio del miedo no será exorcizado hasta que encontremos (o para ser exacto, hasta que construyamos) tales herramientas”.

Autoritarismo, mentira y medio: en esto consiste la gravedad de lo que está sucediendo. Pero nada cambiará si la oposición política sigue mostrándose incapaz de “encontrar las herramientas”, es decir, de imaginar respuestas propositivas para marcar el camino de salida. No alcanza con la denuncia y la protesta, aunque sean valiosas. Para darle entidad política y aglutinar fuerzas para el cambio, es necesario construir escenarios de futuro, que inviten a volver a creer después de la frustración y la derrota.

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