La escritora Hiromi Kawakami lleva las historias en su cabeza casi todo el tiempo. Pero las mejores, ha dicho, se le ocurren cuando no está pensando en ellas. Del mismo modo, Nishino Yukiniko es casi un accidente. O en todo caso, un fantasma que se pasea por el jardín. Ahí lo descubre una adolescente que llama a su madre. Ella y Nishino fueron amantes muchos años atrás, cuando la mujer estaba casada. Él viene a contarle que ha muerto pero ella ya no quiere recibirlo. Sin embargo, la adolescente sí lo escucha. Recuerda que su madre la llevaba a algunos encuentros con ese hombre hermoso, afable y extraño; él le regalaba helados. El recuerdo la llena de nostalgia, tanto como la imagen al fondo del jardín, que desaparece al rato. No hay miedo. Sólo la evocación de una ausencia dulce.
Los amores de Nishino delinea el perfil de un hombre que nunca termina de estar ahí. Y si la novela se torna irresistible es, entre otras cosas, porque todas las voces que lo recuerdan son de mujeres amadas por él. Ellas describen a Nishino a su modo. Así en cada capítulo se vislumbra un hombre poliédrico, que se parece a sí mismo y no. Pero a la vez, cada una habla de sí misma, de cómo construye sus amores y sus desencuentros, si amó a otros hombres o a otras mujeres. Incluso algunas son capaces de atisbar cuánto necesitaba Nishino a sus amantes y cuán incapaz era de entregarse. Porque otro aspecto interesante de este texto es que a veces los amores se superponen. Incluso algunas chicas acceden a conocerse entre sí. Todo ocurre, claro, sin estridencias. Quizás porque lxs escritores/as japoneses/as son expertxs en contar historias que refieren a sí mismas pero también a otras cosas. Para que ese desdoblamiento poético ocurra, son poco recomendables los sobresaltos.
Esta novela fue publicada en Japón en 2003 pero recién ahora se conoce su versión en castellano, en una traducción de Gabriel Álvarez Martínez que preserva el murmullo de la lengua madre. Kawakami, nacida en Tokio en 1958, ya era por entonces una escritora reconocida en Japón. A mediados de los noventa comenzó a recibir premios por sus novelas y relatos. Pero el reconocimiento internacional llegó con el Woman Writer’s por Abandonarse a una pasión y con el Premio Tanizaki por El cielo es azul, la tierra es blanca, que tuvo su adaptación cinematográfica. Sí, claro que admira al autor de Elogio de la sombra. También a otros clásicos como Natsume Soseki y a Kabawata. No le da temor, asegura, ser comparada con Murakami. Pero agrega que cualquier japonés o japonesa que decida escribir, carga con la sombra de “es parecido a”. Ella se considera más minimalista, a pesar de que sus personajes puedan eventualmente aludir a mundos sutiles que habitan en éste. “De hecho, creo que me la paso escribiendo siempre la misma historia”, reconoció en una entrevista para el Huffington Post.
Es que su obsesión gira alrededor de las relaciones entre personas y el lugar que habitan. Pero, se sabe, una cosa son las geografías y otra, el modo en que cada quien se percibe como parte de un mundo personal. Aquí aparecen una mujer casada, un ama de casa, la jefa de una empresa, una estudiante, una chica abandonada por su madre, otra que se besa con su compañera de departamento, una escritora, una mujer que entiende mejor a su gato que a las personas. Todas de edades y orígenes sociales distintos, son tan hermosas que unx no puede menos que amarlas y sentir que Nishino es casi una excusa para que cada lector/a se enamore de ellas.
Poco se sabe, finalmente, de este hombre: que tiene una vida convencional de empleado, que su hermana se suicidó tras la muerte de su bebé, que a veces atiende el teléfono y a veces no. Mientras tanto, la adolescente del capítulo inicial se queda un rato más en el jardín. “Las libélulas y las mariposas también se habían marchado. En alguna parte, a lo lejos, resonó el tintineo de un cascabel”, dice. Quizás el amor sea eso, la huella que otrx deja para que cadx unx se reencuentre consigo mismx. Y aprenda a narrarlo.