Tres cuentos escritos por Salomé Wolosky –Zambullida, La chupada y La Generala– abren la colección Resistencia Gorda y la rompen de disidentes. Son textos difundidos en la oralidad (¡oh, casualidad!) ya que vienen resonando hace tiempo en los micrófonos abiertos de los gordocircuitos literarios, las ferias independientes y los festivales feministas. Sencilla e incisiva en su forma de contar, Wolosky, activista y escritora nacida en La Paternal (aunque de paternal poco tenga esta pluma antipatriarcal), en estas, sus primeras publicaciones, logra una cercanía poco usual y sostenidamente conmovedora que no se detiene ante las puertas de la ley y hace estallar las de la experiencia íntima de su mundo gordo (íntima por silenciada, por tabú). Así la vemos una noche revolver con desesperación la basura buscando algo para comer, la seguimos en el placer sexual que le produce la degustación de un cuerpo tan rollizo como el propio - el alimento libidinal entra y sale indistintamente por todos los agujeros del cuerpo-, y la vemos también recibir la violencia cotidiana, callejera, familiar, emanada de la dictadura de los cuerpos. Claro que esta historias descarnadas –o más bien debería decir encarnadas–, le dan voz a una vulnerabilización por la diferencia que excede una disidencia en particular. En cruce con los límites del género, el cuerpo de este yo que escribe (el de Salomé, por supuesto, porque se trata de relatos biográficos con apenas algunos retoques ficcionales) pone en cuestión todos los lugares habidos y por haber que naturalizan la norma. Y el mismo gesto punki, disconforme, crispado, se puede ver en las ilustraciones de la genial y perturbadora artista Héxico, coeditora de la colección junto a Wolosky, y creadora de un personaje demoledor. Gordx, pálidx, con un pantalón caído que muestra el comienzo de la raya, lleva una pequeña vincha en la cabeza con un siniestro moñito rosa que parece señalar la ingenuidad y la perversión del “modelo femenino”. A dos o tres colores, con trazos gruesos, puntiagudos, estos gráficos te pinchan los ojos a simple vista, como un comando de tachas. Esa pinchadura que es la obra conjunta de Wolosky / Héxico desinfla el globo de la ilusión ética y estética sojuzgadora que yace activa hasta en las mejores mentes de mi generación y también de la tuya (la gordofobia tiene la mejor propaganda, construida desde los alimentos light al tamaño de las butacas del cine o el colectivo). Pero la violencia recibida se invierte en estos relatos, porque la pluma de Salomé reabsorbe ese veneno y lo resignifica como grasa triunfal chorreando oro sobre la remera grande de la protagonista. Cada mancha, al contrario de una vergüenza es para esta heroína ¿o antiheroína? una más de sus cucardas. Dice en La generala: “Me gusta repartir la comida porque me aflora un egoísmo ancestral –mi papá hacía lo mismo– y me sirvo un poco más que el resto. Lo justifico pensando que mi vacío existencial es más grande que el de los demás. Una vez debatimos con una novia, si era más grave que me haya abandonado mi mamá o que el padrastro la haya violado durante un tiempo hasta que pudo contarlo. ¿Quién merecía más papas fritas con salsa de ajo? Esa era la cuestión. No hay una sola de mis remeras que no esté manchada. Con una amiga de un grupo de autoayuda, decíamos que para nosotras eran como medallas y a mí me designó con el rango de Generala”.