Simón de la montaña 7 puntos
Argentina/Chile/Uruguay, 2024
Dirección: Federico Luis
Guion: Agustín Toscano, Tomás Murphy y Federico Luis
Duración: 93 minutos
Intérpretes: Lorenzo “Toto” Ferro, Kiara Supini, Pehuén Pedre, Laura Névole, Agustín Toscano, Camila Hirane.
Estreno en salas.
“En busca de un cambio, Simón, de 21 años, encuentra un propósito al hacerse amigo de dos niños discapacitados que le enseñan a abrazar las alegrías de la vida. Juntos, navegan por un mundo no diseñado para ellos”. La sinopsis que ofrece el sitio IMDB.com sobre Simón de la montaña, ópera prima en solitario del argentino Federico Luis, no solo resulta decididamente incompleta sino también deliberadamente engañosa. Por empezar, es cierto que los amigos del protagonista son discapacitados, pero no son niños, sino más bien jóvenes en el límite entre la adolescencia y la adultez. El detalle de ningún modo es menor.
Por otra parte, la afirmación de que ellos “le enseñan a abrazar las alegrías de la vida” sugiere una película luminosa, quizás naif, que propone una visión idealizada, casi fantasiosa del mundo, cuando en realidad se trata de todo lo contrario. Simón de la montaña es oscura, realista, trágica y sórdida. Porque aunque utiliza recursos como el humor y la ternura, en ningún momento es posible aislar dichos elementos de un contexto inquietante que tiene su eje en la figura de Simón, sobre cuya conducta e intenciones todo el tiempo sobrevuela la sombra de la sospecha.
Simón vive con sus padres en un barrio obrero, en una ciudad patagónica al pie de la cordillera. Pero sus vínculos más cercanos son dos chicos como él, quienes integran un grupo recreativo para jóvenes con distintos tipos de discapacidades. A partir de algunas situaciones puntuales comienza a tomar cuerpo la idea de que él no encaja del todo con las particularidades de ese conjunto, que por momentos se parece mucho a una pandilla, capaz de meterse en los mismos problemas que cualquier otro grupo de chicos sin discapacidades aparentes. La película no tarda mucho en poner en cuestión algunos vínculos, ni en dejar claro cuál es la realidad del protagonista, a priori muy distinta de las de sus amigos.
Como si se tratara de un Holden Caufield del siglo XXI, Simón puede pensarse como una mirada posible sobre las dificultades que representa el incómodo paso de la adolescencia a la edad adulta. En ese vínculo simbiótico que construye con el grupo no habita otra cosa que el deseo de resistir ante la inevitable pérdida de la inocencia, de abrazar la fantasía de la infancia sin fin en la que supuestamente viven sus amigos. Una metáfora que toma el camino más difícil y, quizá por eso, el más potente en términos de representación y de los conflictos que le propone al espectador. Porque también es válido abordar la trama de forma literal y cuestionar los actos del protagonista, una dualidad en la que Simón de la Montaña se mueve con naturalidad.
Con astucia, la película juega además con la idea de la autopercepción, tan extendida en la actualidad, pero la lleva a un extremo incómodo a partir de los dilemas éticos y morales que plantea, incluido aquel que funciona como punto de giro previo al desenlace. Un cierre conmovedor en el que la metamorfosis de Simón entra en su fase final, pero que, como todo nacimiento (o renacimiento), estará precedido por la violencia y el dolor. La adolescencia no es otra cosa.
Simón de la montaña articula una visión sumamente realista en torno a las personas que presentan determinados cuadros de salud mental. Una mirada que por momentos puede resultar cruda por la forma directa y sin filtros en que registra determinadas situaciones, pero que siempre tiene claro cuál es el límite. En ese escenario, el joven actor Lorenzo “Toto” Ferro, quien alcanzó gran popularidad tras interpretar al asesino Carlos Robledo Puch en la película El ángel, de Luis Ortega, entrega otra labor destacada, que vuelve verosímil la progresiva transformación del protagonista.