Imágenes de destrucción y relatos de muerte. Una ficción esperanzada a pesar de las más terribles circunstancias y un documental que recorre el pasado a través de nuestro presente. El cineasta británico Steve McQueen, el director de Shame: Sin reservas, 12 años de esclavitud y la magnífica serie de unitarios que conforman la miniserie Small Axe está de estreno con dos largometrajes que, a pesar de estar en las antípodas en términos formales y de producción, regresan a los años de la Segunda Guerra Mundial para encarar sendos relatos de supervivencia y resistencia. Occupied City, estrenada en el Festival de Cannes y disponible desde hace algunos días en la plataforma Mubi, describe oralmente, a lo largo de más de cuatro horas, la vida cotidiana de la ciudad de Ámsterdam durante los años de la ocupación alemana, con particular énfasis en el sufrimiento de los ciudadanos judíos. Blitz, que llegará a Apple TV+ el 22 de noviembre sin pasar antes por las salas de cine locales, encuentra a la actriz Saoirse Ronan en la piel de una trabajadora de una fábrica de municiones londinense en plenos bombardeos de la Luftwaffe sobre la capital inglesa, a su manera también una ciudad ocupada.

En Blitz, el término utilizado por el ejército alemán para los bombardeos sistemáticos y estratégicos tanto de objetivos militares como civiles en el Reino Unido durante 1940 y 1941, McQueen utiliza los mecanismos del relato histórico de ficción, una manera de “reflejar el mundo y su violencia a través de los ojos de un niño”, según sus propias palabras, pronunciadas durante una entrevista grupal de la cual participó Radar. Con el trasfondo de las bombas, explosiones y miedos colectivos, la historia de una joven madre y un hijo separado de su seno por razones de seguridad es también el relato de algunos de los miedos más profundos hechos realidad, aunque el realizador se permite recorrer los senderos del cine catástrofe. Animal de una raza muy diferente, Occupied City está conformada por imágenes documentales de la capital neerlandesa tomadas durante los largos meses de la pandemia de covid19, a su vez atravesadas por una voz en off que describe decenas y decenas de pequeñas y grandes historias durante los años de la ocupación nazi, encontrando en casas y edificios actuales (o en aquellos que han reemplazado a los originales, destruidos o demolidos por diversas razones) los ecos de un pasado temible.

CIUDADES OCUPADAS

“Kerkstraat n° 225, planta baja. El hogar de Henry van Adelsbergen, un hombre judío en un ‘matrimonio mixto’. Mientras estaba detenido en el campo de Westerbork, lo obligaron a elegir entre la deportación o la esterilización. Optó por la esterilización y regresó a Ámsterdam. En marzo de 1943, van Adelsbergen y su mujer se divorciaron. Se mudó a otro lado. En 1944 lo citaron en el cuartel general de la policía alemana. Ahí, accidentalmente, se topó con la vecina de arriba de su casa en la calle Kerkstraat, Branca Simons, una informante judía que había traicionado a otros para salvarse a sí misma. Simons había informado que desde el divorcio de su ex vecino ya no estaba exento de la deportación. Van Adelsbergen fue arrestado de inmediato. Murió en 1945 en el campo de concentración de Vaihingen, en Alemania. Tras la guerra, a Simons la sentenciaron a muerte pero fue liberada en 1959. Demolido”. El relato precedente es apenas uno de los tantos que aparecen en Atlas of an Occupied City: Amsterdam 1940-1945, el libro de textos y fotografías de la autora Bianca

Stigter en el cual Occupied City está basada. Stigter es pareja de McQueen desde hace más de dos décadas, una de las razones principales por las cuales el realizador pasa una gran parte del año en esa ciudad de los Países Bajos. Pero lejos de ser un simple traspaso del papel a la pantalla, el documental construye su propia estructura narrativa a partir del choque de imágenes en movimiento y textos, leídos por una voz en perfecto inglés y una aún más perfecta pronunciación de los nombres en neerlandés.

Un local de Hard Rock Cafe que supo ser el patio de un centro de detención temporal para judíos. Una escuela que, ocho décadas atrás, hizo las veces de sede de la policía secreta. Otros dos ejemplos de la mutación de una ciudad. En otro momento de Occupied City, durante una de las escenas más elegantes de la película, los movimientos constantes de la cámara describen el clima relajado de una galería de arte fotográfico que, en días de vernissage, funciona también como bar e incluso improvisada discoteca. Mientras extensos travellings recorren los cuerpos de los visitantes que observan la muestra, bailan, conversan y toman tragos, el relato en off reconstruye los días y noches de ese mismo ámbito geográfico durante los años de la ocupación. Es precisamente el dispositivo que propone el film lo que permite reflexionar sobre la “normalidad” de aquellos tiempos, en los cuales la delación, la humillación, la violencia y la muerte eran moneda corriente. En otros pasajes, que provocaron algunas reacciones de la crítica cinematográfica en el momento del estreno en Cannes, las cuarentenas obligatorias durante la pandemia y la reacción policial ante un encuentro masivo parecen relacionar aquel pasado remoto y otro muy cercano. Lo mismo ocurre durante un plano en movimiento que recorre la ciudad completamente vacía durante la noche, y sus posibles ecos en otros toques de queda. Pero McQueen no parece tan interesado en ligar una y otra cosa de forma literal o directa, sino en mostrar posibles paralelismos de la vida ciudadana ante coyunturas excepcionales.

Más tarde, cuando los aislamientos obligatorios comienzan a aflojar y una nueva primavera tiñe de otros colores los canales y plazas históricas de Ámsterdam, los jóvenes salen sin barbijo a las calles y festejan con cerveza, porros y música electrónica. La fachada del edificio donde una joven se instala para tomar un poco de sol también esconde otras historias. Utilizando un recurso que otros realizadores han abordado en tiempos recientes –por caso, la cineasta alemana Ute Adamczewski opera de manera similar en el documental experimental Estado y terreno (2019), que entrelaza la Segunda Guerra Mundial, el fin de la RDA y el presente de Alemania reflexionando sobre cómo los lugares son reescritos por el paso del tiempo–, Steve McQueen erige una obra monumental en la cual las capas sedimentadas de la historia son horadadas a partir del tiempo que nos ha tocado vivir. Algo muy diferente a lo que ocurre en Blitz, producción pensada para un público mucho más masivo que ha tenido un estreno importantes en las salas de cine de las islas británicas. Allí son las mucho más convencionales armas de la reconstrucción de época –a través del diseño de arte, el vestuario y los efectos especiales– las que permiten regresar al pasado.

OCCUPIED CITY

OJOS DE NIÑO

“El hecho de crecer en Londres hace que el recuerdo del Blitz sea algo que está siempre alrededor tuyo”, afirma Steve McQueen en un alto durante las proyecciones de su película en el Festival de Londres. “Hoy en día puedes ver como una serie de casas es interrumpida por edificios construidos en los años 50: ese es seguramente el lugar donde estalló una bomba. En Gran Bretaña existe este rol llamado war artist (artista de la guerra), personas que son comisionadas para realizar obras en lugares donde hay conflictos bélicos. Algo un poco ridículo, lo sé, pero es así. En 2003 me tocó estar en Basora, Irak. Y fue realmente extraño, porque usualmente tenemos una idea de cómo es una zona de guerra a través de los medios. Fue algo muy confrontativo para mí, y fue entonces que comencé a pensar en cómo había sido en los años 40 en mi país. Allí nació el interés por hacer una película sobre el Blitz. Al mismo tiempo, cuando estaba preparando el proyecto de Small Axe, me topé con la fotografía de un chico negro parado en una estación de trenes, con un abrigo demasiado grande, un sombrero y una valija, esperando a ser evacuado. Ese fue un punto de partida: ver el mundo a través de los ojos de un chico”.

Ese es precisamente uno de los ejes narrativos de Blitz, cuyo relato se bifurca en dos caminos que, montaje paralelo mediante, se entrelazan de manera inexorable. Por un lado, George (el debutante Elliott Heffernan), un chico mulato que es separado de su madre para ser evacuado a un lugar seguro en el campo, al término de un largo viaje. Aunque esa travesía nunca es completada, ya que el joven se lanza del tren en movimiento con la intención clara de regresar a su hogar. Por el otro, Rita (Saorsie Ronan, la actriz nacida en Nueva York de padres irlandeses, y aquí con un fuerte acento británico), una madre “soltera” que sufre al separarse de su hijo y, en los tiempos libres que le deja el trabajo diario en la fábrica de municiones, practica el berretín del canto. Cruza de drama bélico y film de aventuras, con al menos un par de secuencias de desastre y un segmento que parece pisar territorios dickensianos, para el realizador Blitz “habla de cosas que son universales y atemporales. Por desgracia, las guerras que arrasan nuestro planeta en este momento no pueden sino reflejarse en esta historia que transcurrió a mitad del siglo pasado. Y lo que siempre permanece en medio del horror es el amor. No me interesaba hacer un film bélico centrado en los soldados peleando entre sí, sino en los civiles que no están presentes en el campo de batalla. Cómo los civiles enfrentamos los resultados de las decisiones de la gente con poder. Gente común tratando de atravesar un paisaje muy desafortunado. No me interesaba incorporar ningún elemento fantasioso. Este no es un cuento de hadas, y si lo es, en todo caso es uno de los hermanos Grimm”.

BLITZ

McQueen no suele utilizar como referencia para sus películas de ficción otros largometrajes creados a lo largo de la historia del cine. En el caso de Blitz, no revisó ninguna película británica sobre la guerra en general o centrada en los bombardeos de Londres y otras ciudades. “Me concentré en la investigación histórica, porque me interesaba lo que realmente ocurrió y no cómo otros artistas mostraron los hechos. Y luego, nuevamente, está esa idea central: cómo un niño tiene que lidiar con algo que creamos nosotros, los adultos. El viaje de George, su mirada, es la ventana a través de la cual observamos el mundo”. El guion escrito por el propio McQueen también entrelaza cuestiones muy cercanas a su cine desde los tiempos de 12 años de esclavitud: el racismo, la intolerancia, el sometimiento. “No es algo que tenga que ver personalmente conmigo, sino con la experiencia de mucha gente. Las sociedades contemporáneas están atravesadas por situaciones como esa, desafortunadamente. Es algo que forma parte de una conversación más grande, porque en aquella época no sólo estábamos peleando contra un enemigo, sino también contra nosotros mismos”.