La pregunta incesante. Bajo la piel de las palabras, de Lierni Irizar y Arnoldo Liberman me atrapó desde el pecado capital de la gula, la glotonería. Ensayo de ensayos, escrito al modo de un dueto donde cada autor aporta su estilo, su singular manera de tocar ese valioso instrumento que es la escritura, en un tono de conversación, donde nos vamos encontrando con “el gozo de decir las mayores verdades sin el compromiso de demostrarlo”, como reseñan ellos mismos. 

Ensayo construido de retales que merecieron la pena atesorarse, porque, cada uno de ellos, permitió construir, reinventar, agujerear, transitar los meandros de ese enigma que es la existencia para ese ser humano, ese ser “de carne y hueso” como decía Miguel de Unamuno, que habla, que vive más allá de la existencia finita y que no vive sin las palabras.

Arnoldo Liberman refiere el vocablo serpentinas porque para él, “las serpentinas [...] son aspectos fundamentales y a la vez marginales, que hacen a (su) criterio y evaluación o a (su) meditación o interés o a ambas cosas. Y [...] tienen el tufillo de la asociación libre freudiana”

Serpentinas, comentarios que permiten a los autores reencontrar y reencontrar-se bajo la piel de las palabras escritas a lo largo de diez ensayos notables; obras entrañables, que los autores comparten.

Notables es el adjetivo que agregan y en el transcurso de la lectura descubrimos que este calificativo hay que tomarlo desde su sentido más digno, porque tienen el mérito de, entre otros, acompañar, de entablar un diálogo que la lectura procura, un diálogo silencioso que permite la emergencia, si es lectura verdadera, como lo ha sido para ellos, de esa pregunta que no cesa, que no encuentra la solución universal que valga para todos, pregunta que no es sino apertura de posibilidades.

La pregunta es la forma que los niños encuentran tempranamente, preguntas desde las que inician ese maravilloso camino hacia el conocimiento, esa apertura hacia el saber. 

Y no son cualquier pregunta las de los niños; son preguntas verdaderas que reencontramos en el viaje de nuestra vida.

Encuentros, escrituras dialogantes que van conversando entre ellos, Lierni Irizar y Arnoldo Liberman, con cada uno de los ensayistas escogidos, con sus obras, entre ellas, y también con los lectores.

Don Miguel de Unamuno, uno de los ensayistas notables elegidos, elogia la pregunta cual cuna de libertad, de coraje hacia el camino de una vida que no se contenta con la mera existencia finita.

Diálogos que buscan las preguntas que encierran las palabras y que constituyen el abono de cada obra escogida y de las conexiones entre ellas.

Esas preguntas que acuden inquietantes cuando lo sabido ya no responde, cuando las certidumbres se derrumban. Como cuando en la adolescencia, ante ese despertar de la primavera, tomando prestadas las palabras del título de la obra de Frank Wedekind (El despertar de la primavera), ante ese cuerpo de la infancia que se pierde, cuando la posición con el Otro se descalabra y las respuestas halladas en la niñez zozobran.

A través de serpentinas y comentarios, nos van acercando hacia ese encuentro con lo que excede la palabra pero que deja una huella. Eso que vocifera y que no encuentra la palabra para decirse. Esa “palabra que intenta formular nuestra oscuridad interior… allí donde mora el objeto inaudible que habita en el fondo de nuestra subjetividad”, extraen de una de las múltiples referencias.

Los autores nos hablan de sus encuentros, de esos que son verdaderos, de esos que forjan, de esos que hablan, sí, hablan, porque mientras se lee un ensayo como este, las palabras resuenan y te invitan a hacer paradas, te piden que les des alojamiento, al menos algunas, no todas, dependerá de cada lector, porque cada lector resonamos de diferente manera.

En un mundo como en el que nos toca vivir, donde el utilitarismo acampa sobre todas las cosas, los autores nos muestran la utilidad de la literatura, de la poesía, de la filosofía.

Si hay para mí un autor destacado, por conocido y querido, porque en esa glotonería que este ensayo me ha despertado, estoy conociendo autores que no había leído y he comenzado a degustarlos. Pero, vuelvo a Miguel de Unamuno, del que ellos también han hecho su serpentina, su parada en el viaje, quien destaca en su libro El sentido trágico de la vida este valor por las palabras y la ficción que nos abre las puertas hacia el entendimiento.

*Miembro de la ELP, comunidad del País Vasco, y de la AMP. Publicamos un fragmento de la nota publicada en el Blog de la ELP, Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano.