En 2008 cuando recibí mi diagnóstico VIH+ de las primeras cosas en las que pensé fue en la película Filadelfia. Se había estrenado hacía 15 años y todavía seguía siendo una de las referencias más grandes, pero nunca más me animé a verla. Ahora, 30 años después de su estreno y a 15 de mi diagnóstico pude no sólo verla sino entender que esta película nos mira a nosotrxs y nos presta los ojos de los demás.
Casi al inicio vemos como uno de los jefes de Andrew Beckett, un Tom Hanks en la piel de un prometedor abogado en ascenso, nota una marca en su frente. No es una lastimadura con una pelota de tenis como dirá él sino un sarcoma de kapossi, esas lesiones que delatan al sida.
La dirección de Jonathan Demme nos irá poniendo en el punto de vista de abogados defensores, acusadores, personas positivas, negativas, familiares, conocidos, villanos y aliados. Ver a través de sus ojos nos dirá que podemos ser cualquiera de ellxs cuando se habla de discriminación.
“No buscábamos una audiencia que conociera a alguien con sida, la gente tenía más en común con el personaje de Denzel Washington que con el de Tom Hanks”, explica Ed Saxon, uno de los productores. Joe Miller (Washington) es un abogado que encarnará las dudas, miedos y prejuicios propios y latentes en la sociedad. No le tiembla la voz ni duda al decirle a su esposa que a él no le gustan los homosexuales. Su arco de redención es de acompañamiento y aprendizaje. A través de su personaje la película trafica espejos e información para el público. No hay nada más humano que reconocerse miserable, ni nada más sanador que poder cambiar nuestras ideas.
Tanto el director Demme que venía de probar las mieles del éxito con El Silencio de los Inocentes, como la mayoría de las personas involucradas en esta que sería la primera película mainstream del tema, tenían alguien no solo VIH+ sino muriendo por complicaciones relacionadas al sida.
La actriz Mary Steenburgen que dio vida a la abogada que defendía a la firma de abogados que despidió a Beckett casi renuncia el primer día de rodaje. Acababa de perder un gran amigo por sida y sentía que no podía con ese rol hasta que el director le dijo: “No es que estés interpretando a alguien que está contra alguien con sida, estás defendiendo la justicia porque todos tienen ese derecho, guste o no”, porque de alguna manera Filadelfia también es una película sobre la justicia. Pero… ¿Qué justicia y para quién?
Al que no le gustó ni un poco la película fue al activista y dramaturgo Larry Kramer quien un tiempo antes había escrito y estrenado The Normal Heart, una obra teatral fundamental sobre VIH. “Es una película que no tiene nada que ver con el VIH, que no conoce el mundo gay que yo conozco; no le encontré verdad”, dijo Kramer en la época del estreno. Y con el diario de hoy en mano podemos pensar que eso mismo fue lo que la llevó al éxito de taquilla, esta película no le habla a la persona positiva o su entorno sino a quienes nunca estarían dispuestos a tener un acercamiento con el virus, y mucho menos con las personas que vivían (morían) por este.
En esos principios de los ’90 Tom Hanks era un niño mimado de Hollywood. Acababa de estrenar Sleepless in Seattle, esa comedia romántica con Meg Ryan en tiempos de radio, y todavía no había personificado al entrañable Forrest Gump (1994). Es decir: nadie le tenía miedo a Tom Hanks, era un personaje adorable y heterosexual haciendo de gay con sida, casi inofensivo, el anzuelo perfecto para quienes no querían ver “algo de gays”. Hace un año en una entrevista dijo que ahora no haría un rol gay porque hoy lo debería hacer un actor LGBT+, pero contó todo este contexto que llevó a que la película sea tan exitosa y le valga al actor su primer Oscar.
Si bien casi todo sucede puertas adentro, en oficinas, cortes y hogares, las calles de Filadelfia fueron banda de sonido y manifiesto.
Bruce Springsteen sangra un himno que si bien no hace mención de ningún tópico ni queer ni bichoso, se convierte en himno melancólico y poderoso. Nuevamente, a 30 años, podemos preguntarnos qué hubiese pasado si tanto protagonista como cantante hubiesen sido personas de la diversidad.
Las personas viviendo con el virus también estuvieron presentes. A través de la organización ActionAIDS el director Demme empleó a unas 50 personas positivas que no solo obtuvieron trabajo en un tiempo donde ser positivo casi lo imposibilitaba, sino que además fueron parte no de una ficción sino de algo que atravesaba su realidad. Hoy la mayoría falleció.
Es que la película está basada en hechos reales, tanto por el caso del abogado Geoffrey Bowers que falleció en 1987 luego de ser despedido como en la historia de tantas personas víctimas no solo del VIH y el sida, sino del odio y el prejuicio.
Quién también vivía con VIH al momento de filmar era el actor Ron Vawter que en la película interpreta a Bob Seidman, un lacayo servil de la empresa de abogados que despide a Beckett. Volver a ver Filadelfia y escuchar su escena durante el juicio sabiendo este dato le da un aspecto completamente nuevo a todo.
En una crónica realizada para el medio Entertaiment Weekly Vawter explicó que la aseguradora de la producción desista de contratar a alguien positivo, pero para el director Jonathan Demme esto iba en contra del espíritu de lo que estaban creando.
Cada escena de Filadelfia puede ser analizada, conectada con la historia, repensada en ese contexto y en el actual, pensada con un prisma histórico, de datos, retrocesos y avances. Todas excepto una: Tom Hanks/Andrew Beckett explicando por qué ama el aria “La mamma morta” de la ópera Andrea Chenier de Umberto Giordano.
El cuerpo que pone este actor para conmoverse con la voz de María Callas envolviéndolo, el juego de luces que arma una visión sanguínea de ese milagro de vida que tienen las personas a punto de morir, todo esto presenciado por los ojos de su abogado se convierte en un éxtasis que va más allá de cualquier enfoque objetivo. “Yo soy el amor”, grita Beckett y Joe Miller huye desencajado.
Ese abogado que al principio le tenía desagrado y miedo, ahora sabe lo que es el terror. Y no el pánico a un virus, sino un espanto más grande: el de perder a quien amás. Miller aprendió a querer y admirar a su colega positivo.
Para el miedo al virus hay información, para la desesperación de ver que irremediablemente se nos va un afecto, no.
“Yo soy el amor”, grita Beckett. Y el amor también es su familia y su proceso. Y el amor también es el de su pareja, Miguel, interpretado por un jovencísimo Antonio Banderas. Y aunque al rever las escenas que “dan a entender” que son pareja, desde ese primer beso en el que Hanks está de espalda para que no se vean esos labios trolos en contacto, hasta la palabra ‘compañero’, hoy duelan un poco, en el imaginario colectivo el amor seguirá siendo ellos dos disfrazados de marineros bailando un lento.
Es difícil volver a verla en esta Argentina dónde por un lado está esa idea de que el VIH y el sida son cosa del pasado mientras el Gobierno anuncia un presupuesto que desfinancia la respuesta al VIH, sida, tuberculosis, hepatitis e ITS.
Como activistas además estamos en contacto con casos recientes de muertes relacionadas al sida, porque todavía hoy hay cuerpos en los que gana el odio y el abandono de esta sociedad. No estamos en 1981 cuando “esto” ni siquiera tenía nombre. No estamos en 1993 donde ni medicación había. Estamos en 2024 con más herramientas y diálogo. Y aunque a los números del calendario los tamice e iguale la parca, ahora tenemos maneras de responder.
¿Podría haber tenido otro final Filadelfia? Era 1993/4. Recién en 1996 apareció el entonces conocido como “cóctel”, una terapia antirretroviral que permite una mejor calidad de vida, con menos efectos secundarios que el AZT.
Recién en 1997 se conoce en Argentina el primer fallo por un despido a causa del VIH. Entonces, ¿qué realidad se podía comunicar en esos años? Es casi como ir a ver Titanic y sorprenderse con el hundimiento.
Filadelfia nunca fue una película sobre VIH sino sobre nosotrxs. Quizás por eso el director eligió tantos puntos de vista subjetivos. Para que nosotrxs estemos en el banquillo de acusados, en la defensa, en la querella, en la familia, en el médico, en el miedo, en el prejuicio, en la respuesta, en el abrazo, pero sobretodo en el amor que se construye cuando nos acompañamos: “io son l'amore, io son l'amor, l'amor”.