Un equipo de investigadores de la Fundación Azara, el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y la Academia de Ciencias de China, realizó una publicación en la prestigiosa revista científica Nature sobre el hallazgo del fósil más antiguo conocido de un renacuajo, que data de 165 millones de años, en la Patagonia argentina.
Esta muestra paleontológica, clave para la comprensión de la evolución de las ranas, los sapos y los escuerzos, fue encontrada en la Estancia La Matilde de la provincia de Santa Cruz, a unos 100 kilómetros de Puerto Deseado. Las rocas donde fue colectado el material son del Período Jurásico.
Según precisaron, el fósil corresponde a un renacuajo de 165 millones de años de antigüedad y pertenece al antecesor de los anuros, Notobatrachus degiustoi.
Las ranas y los sapos pertenecen a un grupo de anfibios sin cola llamados anuros. Se caracterizan por un ciclo vital bifásico, con una fase larvaria acuática (renacuajo) seguida de una fase adulta (rana), ambas conectadas a través del período metamórfico en el que se producen drásticos cambios morfológicos y fisiológicos.
Las ranas adultas están representadas en el registro fósil desde el Triásico Tardío (hace unos 217-213 millones de años), pero no se documentaron renacuajos anteriores al Cretácico (hace unos 145 millones de años), lo que hace que sus orígenes y evolución temprana resulten enigmáticos, señalan los autores en su artículo.
Cómo fue el hallazgo
En enero de 2020, poco antes de que se iniciara la pandemia del coronavirus, el equipo de trabajo liderado por los doctores Fernando Novas, del CONICET, y Xu Xing, de la Academia de Ciencias de China, efectuó exploraciones en ese sector de la provincia de Santa Cruz en busca de fósiles de "dinosaurios emplumados", similares a los que se descubren en China, en canteras cuyas rocas son del mismo tipo que aquellas presentes en la estancia La Matilde.
Desafortunadamente ningún hallazgo de dinosaurios se produjo en esa expedición, pero la gran sorpresa vino cuando el paleontólogo Matías Motta descubrió una laja con una impronta muy particular: se trataba de un renacuajo completo de Notobatrachus degiustoi.
La especie Notobatrachus degiustoi es un lejano precursor de los anuros, conocida desde 1957 a partir de la descripción de numerosos esqueletos de individuos adultos. Esta especie tiene una gran importancia no solo por su antigüedad, sino también porque conserva rasgos "primitivos" que no existen en las ranas y sapos vivientes.
"Este fósil no solo es el registro más antiguo de un renacuajo fósil en el mundo, sino que su excepcional estado de conservación ha permitido detalles únicos, como los ojos y la estructura del aparato hiobranquial", comentó Mariana Chuliver, primera autora del estudio e investigadora de la Fundación Azara.
Cómo es el fósil del renacuajo
El equipo, liderado por Mariana Chuliver, de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara, describe en este trabajo un renacuajo fósil bien conservado del Jurásico Medio de la Patagonia (hace unos 168-161 millones de años).
La cabeza, la mayor parte del cuerpo y parte de la cola son visibles, al igual que los ojos, los nervios y una extremidad anterior, lo que sugiere que el renacuajo estaba en las últimas etapas de la metamorfosis.
Para los investigadores las similitudes entre este renacuajo del Período Jurásico y los renacuajos de algunas de las especies de anuros actuales revelan que el ciclo de vida con dos fases de este grupo de vertebrados es tan conservador como exitoso.
En este sentido, Agustín Scanferla, investigador del Conicet en Félix de Azara, agrega que "la exquisita conservación del esqueleto hiobranquial del renacuajo permite confirmar que se alimentaba por filtración, atrapando partículas de alimento del agua, un mecanismo ejecutado por la acción continua de una bomba bucal, tal como sucede en renacuajos de especies actuales".
El renacuajo medía en vida unos 16 centímetros, lo que lo coloca muy por encima del tamaño de la mayor parte de los renacuajos vivientes, y con un largo similar a los adultos de la especie, detalla un comunicado del Conicet. Esto lleva a los investigadores a concluir que ambos estadios del desarrollo alcanzaron grandes tamaños y que el gigantismo en renacuajos también estaba presente en los antepasados de los anuros.
El descubrimiento es también relevante porque permite entender mejor la evolución del peculiar ciclo de vida de los anuros, los únicos vertebrados vivientes que atraviesan modificaciones tan extremas en su morfología y ecología entre la fase larval y la adulta reproductiva.
El trabajo concluye que un ciclo de vida de dos etapas con una metamorfosis drástica ya estaba presente en los anuros hace unos 161 millones de años.
"Para comprender la evolución del ciclo de vida de los anuros es necesario el estudio integral tanto de la fase larval como adulta", subraya Mariana Chulive.