El relato sucede entre instrucciones o pequeñas premisas que se proyectan en una pantalla, como si los personajes formaran parte de una película muda o como si se tratara de un experimento brechtiano. Entre el tul de esas polleras que emulan a las bailarinas clásicas Luciana Acuña, Tatiana Saphir, Carla Di Gracia, Matías Sendón y Agustín Fortuny hacen de la escena un lugar compartido con el público.
El fuego es el gran protagonista de Bailarinas incendiadas y también la figura ausente que deberán reconstruir a partir del artilugio teatral. Los teatros incendiados en las épocas donde las salas se iluminaban a gas, las bailarinas atrapadas por el fuego, obligadas a usar trajes ignífugos, sometidas a ese influjo permanente que hacía de la presencia misma en un teatro un riesgo inminente, es convocada en esta suerte de performance dirigida por Luciana Acuña.
En Bailarinas incendiadas hay un deseo de bailar más allá de todo. La tragedia que se conjuga tiene un soporte historiográfico en la dramaturgia de Mariana Chaud y Alejo Moguillansky en el marco de una investigación realizada por Ignacio González. Bailarinas incendiadas podría ser una variante del teatro documental que recrea la historia de la iluminación en las artes escénicas, especialmente cuando Matías Sendón toma la palabra y su discurso se vuelve técnico y didáctico, interrumpido por las acotaciones de las bailarinas que desean, de algún modo, volver a esa épica.
La estructura de esta obra se enlaza con elementos festivos. La matriz dramática se vale de interferencias y yuxtaposiciones que parecen inspirarse en la teoría brechtiana porque la escena siempre es intervenida, las escenas ocurren alteradas por la presencia de otra situación que viene a desacoplarlas o a hacer de sus procedimientos una manifestación transitoria.
En el formato de esta pieza teatral performática el baile ocurre con destreza en un montaje conflictivo con las palabras y, de ese modo, adquiere gravedad. Leemos en cada movimiento mucho más que una habilidad física porque lo que allí ocurre tiene algo definitivo y, a la vez, paródico como si Luciana Acuña y Carla Di Gracia invocaran a esas bailarinas sacrificadas por el fuego pero se distanciaran de ellas al acometer su danza en el presente.
Pero no son ellas las únicas que bailan, como espectadorxs estamos invitadxs a sumarnos a la pista. Un sonido electrónico y magnético (a cargo de Agustín Fortuny), alejado del baile clásico, nos estimula a mezclarnos en el intervalo, a romper esa delimitación entre la platea y un escenario que no existe. Cambiamos de frente, somos piezas movibles en esa maquinaria porque Bailarinas incendiadas también nos habla del disciplinamiento de una sala teatral, de ese mundo rígido que gobernaba los teatros burgueses en el siglo XIX (y que aún mantiene sus vestigios en ciertos edificios), de un mundo donde el cuerpo de las bailarinas era sometido a los requerimientos de un negocio del que ellas terminaban siendo meras obreras consumidas por el fuego.
En el contraste entre esa libertad de los cuerpos, en ese acoplamiento donde la danza evoca el baile clásico pero, a la vez, lo destruye en los quiebres de cada movimiento, en los desplazamientos a los que se integran los cuerpos de los otros artistas que comparten la escena, Luciana Acuña continúa esa discrepancia sobre los modos de entender la danza que había comenzado con el Grupo Krapp donde el choque, ese dejarse conquistar por la velocidad del mundo, hace de la danza una zona permeable, capaz de dejarse habitar por los espectros.
Bailarinas incendiadas se presenta los jueves, viernes y sábados a las 20 en Arthaus